Diablo Guardian
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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde ni?a, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocaci?n de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la pr?ctica). La ni?a vive en un ambiente de mentira (su padre ti?e de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros a?os de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El pap? planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el cl?set. La jovencita-ni?a empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil d?lares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avi?n y a partir de ese momento, manipular? a los dem?s. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig tambi?n es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observaci?n de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto art?stico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalizaci?n.
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Nunca voy a acabar de pagarle a mí familia. A veces sentía ganas de ir a los cuartos de servicio y pedirles que me dejaran llorar en sus hombros. O todavía mejor, en los de mis papás. Lo único bueno de todo ese chilladero era que luego caía muerta por no sé cuántas horas. Dormía profundísimo y me levantaba ya con menos miedo, pero igual me quedaban llantitos pendientes. Era lo único que tenía claro del futuro: al día siguiente iba a llorar. Y a la semana, y al mes, y a los dos meses.
Richie Ranch se las arreglaba para hacerme reír, pero nunca me acompañaba a mis cavernas. Lo suyo era más bien quedarse a flote. Me conseguía motita, pero él apenas se animaba a probarla. Jamás se daba el lujo de bajar, tenía que estar arriba todo el tiempo. ¿Te digo cómo le decía su mamá? Capitán Bacardí. Por alegre según él. Por barato según yo. Lo jodía todo el tiempo, ésa era mi terapia. Y él sonreía así, como de lado. Me decía: No puedes hundir la nave del Capitán Bacardí, baby.
Nunca me tuvo lástima, por eso nunca me clavé en bombardearlo. Además, era el único que se atrevía a decirme en mi cara: Pinche naca. Yo por supuesto le decía que el tlahuica era él, pero eso mal que bien me dejaba ir puliendo las orillas más ranch de mi corrientona educación. Así se dice, ¿ajá? ¿Cómo ves a esa vieja? Pues, medio corrientona. Tenía como un mes trabajando en la agencia cuando oí que un cliente decía eso de mí. Pero eso fue ya en el noventaiséis, cuando por fin tuve un trabajo dizque decente, justo donde tuviste la suerte de encontrarme, todavía no sé si mala o buena. Me estoy adelantando a propósito, y al mismo tiempo contra mi voluntad. Creerás que ya solté toda la sopa, pero hay algo que falta de embonar. Necesito contártelo y no puedo. No quiero, no me sale.
Vas a decir que soy una cobarde, que qué fácil decírtelo sin darte la cara, pero peor es quedarme sin ver tu reacción. Podrías deprimirte, o indignarte, o burlarte, o yo no sé: amargarte la vida. Me siento como un cirujano con el serrucho en la mano. Sólo piensa que para cuando escuches esta cinta ya habré rezado no sé cuántos Padres Nuestros para que no te joda el corazón. ¿Ves cómo si te quiero, imbécil?
Supongo que tendría que saltarme al día en que nos conocimos, o más bien el día en que decidí que teníamos que conocernos. Que fue el mismo día, pero no a la misma hora. Entraste en la oficina con carita de huérfano masturbado, te me acercaste con los ojos en el piso y me hablaste de usted. Yo dije: Este pendejo ya me vio cara de secre. No es que yo no tuviera el puestecito. Ajá, era secretaria, pero a mí ningún huérfano masturbado me iba a tratar así. O sea que te detesté, me cagaste ipso-facto, darling. Y me habrías bailado en el hígado la vida entera, si no hubieras dejado esa hoja en mi escritorio. No creas que no piense que la dejaste ahí a propósito, lo que si estoy segura es que jamás te imaginaste todo lo que yo te necesitaba en esos momentos. Violetta pinche misma no sabía lo necesario que eras, cuándo iba a figurarme el papelazo que ibas a conseguir en la película. De repente llegué, leí la hoja y dije: I need this. No sabía exactamente para qué, pero era obvio que te iba a ocupar. Richie Ranch, Hans, Fritz, Supermán: todos tenían un mundo en el que yo no terminaba de encajar. Me llevaban ventaja en su territorio, y al mío casi nunca se metían. No sabían hacer trampas, y cuando las hacían nunca querían llegar hasta el final. Y a ti se te veía clarísimo que no tenías territorios. No en este mundo, pues. Venías cargando con tu aborto de novela para ver si de menos te conseguía chamba de publicista. Me acuerdo de que Ferreiro te vio y dijo: Mira, un pinche poeta en el destierro.
¿Sientes que lo odias? Entonces de una vez te voy a dar motivos para que le deseemos la muerte juntos. ¿Te acuerdas que una vez te dije que le estaba muy agradecida a mi jefe? No sé si habrás captado la ironía. Lo único que yo le agradecía a Ferreiro era que no se hubiera decidido a acabar de pisotearme. Que me hubiera dejado vivir, aunque fuera en sus garras. Y de paso, que no se diera cuenta que el pinche poeta en el destierro estaba ahí para zafarme de esas putas garras carroñeras. Dirás que soy fanática, pero me aprendí toda la hoja de memoria. Como si fuera un rezo. Porque al final me hacía sentir así. La decía en voz alta y era como si hubiera rezado. Creía que todo iba a salir bien, que un güey que escribe cosas así de inútiles por fuerza tiene que ser un dandy. Ya te aclaré que en el primer minuto te vomitaba, pero un rato después de que te habías ido, pensé: Lo único que le falta es el caballo.
Ahora déjame te cuente lo del villano. ¿Sabes quién me sacó de Cuernavaca? Fue en julio del noventalcinco. Era apenas el tercer día que salía a la calle, pero el primero que iba completamente sola. Traía el coche, además. Me sentía como si me lo hubiera robado, juraba que mi cara o mis placas o mis huellas estaban en algún archivo de la policía. Siempre que veía cerca una patrulla, trataba de mirar para otra parte. Llegué al semáforo, vi una patrulla y zas: me volteé en chinga para el otro lado. En eso el del volante me sonríe, y yo le sigo el cuento para disimular, sin fijarme gran cosa en los detalles. No veo la cicatriz a media frente, ni el Rolex gigantesco en la muñeca, ni la jeta asquerosa que ya conocía. Cuando menos lo espero, ya tengo a Nefastófeles en mi ventana.
Podía haber huido, pero me desarmó. En lugar de decirme: Hija de puta, te fuiste como sirvienta, se acercó a darme un beso, de lo más cariñoso. Y de traje, además. Elegantísimo. Tenía no sé qué asunto en Cuernavaca y shit, que nos topamos. ¿Sabes también por qué no me escapé? Porque apenas me vio me llamó por mi nombre, con todo y apellidos. ¡Rosalba Rosas Valdivia, qué agradable sorpresa! ¿Cómo me iba a escapar, si lo primero que hacía el hijo de perra era enseñarme que sabía quién era? Así como hay enfermos capaces de tener a flor de hocico la exacta frase que van a decirte cuando vuelvan a toparte, hay quienes agarramos el mensaje al vuelo: si Nefastófeles sabía mi nombre completo, seguro había hablado con mis papis. Pero estaba en buen plan, como diciendo: Todavía no te he contado nada. Nos conocíamos, ¿ajá? Con todo y eso tengo que reconocer que parecía otro. Nada que ver con el pimp que yo había conocido en New York. Cómo sería la cosa que pensé: Ya cambió. Se veía decentísimo. Digo, para sus posibilidades. Y lo que más me impresionó fue que en lugar de pedirme mi teléfono o mi dirección, me diera su tarjeta de Vicepresidente Ejecutivo. Me acuerdo que me preguntó qué andaba haciendo, y yo por no decir que nada le aventé un mentirón: Pues fíjate que estudio mercadotecnia. Fue entonces que sacó su tarjeta y me dijo: Ve a verme a la oficina. ¿Te gustaría ser ejecutiva? Le eché una sonrisota de hielo. Sí, cómo no, pendejo, ahorita voy corriendo a comprarme un traje sastre. Esperaba que me pidiera algo, que tratara de chantajearme, o de insultarme, pero nada. Se fue con su sonrisa y su mal aliento y me dejó la business card: Licenciado Rodolfo Ferreiro. Nefistófeles, para servir a usted.
¿Ya entiendes por qué nunca me molestó que hablaras mierda de él? A veces creo que me fijé en ti porque según yo eras su contrario perfecto. En la agencia podía haber muchos que lo aborrecieran, pero ninguno daba la talla de enemigo. No digo que me parecieras muy fuerte, o muy correoso. Me parecías conveniente, punto. Ya después empezaste a ser simpático, pero eso no me convenía decírtelo. Ya parece que te iba a dar llaves de más. ¿Amigo, confidente, novio, amante? No way. Yo buscaba un aliado. Alguien que hiciera trampas, que se sintiera igual de pinche fuereño, que me ayudara a pendejear a los clientes, que detestara con el alma a Rodolfo Ferreiro. Y según yo tú estabas que ni pintado. Ahora ya no quería que me volvieran buena; me conformaba con que terminaran de sacarme del Infierno. Por eso me pasó que buscaba al forajido y me topé al Diablo Guardián. Pensaba: Puta madre, qué guapo se vería este galán con alas. Te veía dar vueltas por la agencia, pasar por mi escritorio, buscarme la mirada. Entonces decía: No. Que ni crea que vaya a mirarlo. Parecías no sé, desamparado, solo, aburridísimo. Andabas como loco buscando las mismitas alas que yo quería darte. Cuando llegué y te hablé pusiste cara de pordiosero agradecido. Ya después agarraste más estilo, pero esos segunditos fueron suficientes para decir: Es mío. Tenía que comprarte de cualquier manera, pero no haciendo trampas. Quería darte la valiosa oportunidad de convenirme, pero sin que Ferreiro se enterara. Pensé: Este güey estaba haciendo una novela y ahora aquí lo tenemos, puteado. Yo quería vivir en mi película y cada vez que lo intentaba terminaba puteado. En una de estas yo podía ser tu novela, o tú mi película. ¿Me creerías que estaba emocionadísima?
No te he dicho cómo llegué hasta allí. Es una historia de lo más vulgar, yo diría que hasta cursi. Chica equivocada decide superarse y recupera su destino. Bullshit, darling. Tal vez sí fui una bruta yendo a buscar a Ferreiro, pero puede que lo haya hecho sólo por demostrarle que no era la pendeja que él creía. Yo sabía exactamente lo que había querido decirme con su show de Mírame, soy gente bien. Sí, tú, pinche nagual y yo soy Wonderwoman. Y ahí estuvo el error, porque era obvio que entre Nefastófeles y yo no quedaba gran cosa por demostrar. Sabíamos que íbamos a traicionarnos, pero también sabíamos trabajar en equipo. I mean, hacer dinero. ¿Y sabes una cosa? También me interesaba que supiera que no nada más él había cambiado de liga.
Me da vergüenza contarte estas cosas. Nada más imagíname estudiando mercadotecnia y publicidad en una escuela chafa de Cuernavaca. ¿Sabes más bien a qué me dedicaba? Nadie nunca se imaginó que yo era la que robaba los libros y los apuntes. Después día en casa de Richie Ranch, leyendo, copiando, haciendo méritos solita porque decía: Bueno, sí Mefistófeles, que es un pinche ignorante This Big, pudo hacerse publicista, ¿yo por qué no? Richie se ríe mucho de mi Academia Ranch, pero igual yo sabía lo que estaba haciendo. Tenía que apurarme, armar algo. Aprenderme lo básico y conseguirme un diploma. Gastarme lo que me quedaba del dinero en algo bueno, ¿ajá?, algo que me sirviera, que no me hiciera daño. Hasta pensaba en ir a otras agencias, no a la de Nefastófeles. Pero ni lo intenté. Me daba miedo que un día fuera a contarles mi vida a mis papás. ¿O por qué crees que ese día me dejó ir tan fácil? Ya nomás con llamarme por mi estúpido nombre me había puesto la pistola en la sien.
Tenía rato pensando en volver a la casa. Un par de veces les llamé y colgué. En la segunda mi mamá había dicho: ¿Eres tú, Rosi? Rosi. O sea, dejaba de verme más de cinco años y lo primero que se le ocurría era llamarme por el diminutivo que más me cagaba. ¿No crees que eran ya ganas de joder? Al final, mi mamá también se había convencido de que llamarme Víoletta me había sacado el diablo. Dios mío, pero si la huella del diablo la ves mucho más obvia en Rosa del Alba. ¿Para eso me pintaban de rubia, los pinches inditos? Rosa, Rosi, Rosita. Rosi. Rosas. No sabes el coraje que me da pensar en eso. El mismo que sentían mis papás cada vez que les escribía firmando Violetta. Con decirte que la primera vez mi papá leyó Vedette.