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La Casa Verde

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La Casa Verde
Название: La Casa Verde
Автор: Llosa Mario Vargas
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Casa Verde читать книгу онлайн

La Casa Verde - читать бесплатно онлайн , автор Llosa Mario Vargas

La Casa Verde es sin duda una de las m?s representativas y apasionantes novelas de Mario Vargas Llosa. El relato se desarrolla en tiempos distintos, con enfoques diversos de la realidad, a trav?s del recuerdo o la imaginaci?n, y ensamblados con t?cnicas narrativas complejas que se liberan a trav?s de una desenvoltura narrativa ?gil y precisa.

?Cu?l es el secreto que encierra La casa verde?. La casa verde ocurre en dos lugares muy alejados entre s?, Piura, en el desierto del litoral peruano, y Santa Mar?a de Nieva, una factor?a y misi?n religiosa perdida en el coraz?n de la Amazon?a. S?mbolo de la historia es la m?tica casa de placer que don Anselmo, el forastero, erige en las afueras de Piura. Novela ejemplar en la historia del boom latinoamericano, La casa verde es una experiencia ineludible para todo aquel que quiera conocer en profundidad la obra narrativa de Mario Vargas Llosa. La casa verde (1965) recibi? al a?o siguiente de su publicaci?n el Premio de la Cr?tica y, en 1967, el Premio Internacional de Literatura R?mulo Gallegos a la mejor novela en lengua espa?ola.

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– Pero antes eran inseparables y andaban fregándole la paciencia a todo Piura con él -dice el doctor Zevallos.

– Lo que pasa es que no era mangache -dice el Mono-. Un mal amigo, doctor.

– Hay que ir a contratar un padre -dice Angélica Mercedes-. Para la misa, y también para que venga al velorio y le rece.

Al oírla, los León y Lituma simultáneamente agravan los rostros, fruncen el ceño, asienten.

– Algún padre del Salesiano, doña Angélica- dice el Mono-. ¿Quiere que la acompañe? Hay uno simpático, que juega al fútbol con los churres. El padre Doménico.

– Sabe fútbol pero no sabe español -gruñe afónicamente la bufanda-. El padre Doménico, qué disparate.

– Como usted diga, padre -dice Angélica Mercedes-. Era para tener un velorio como Dios manda ¿ve usted? ¿A quién podríamos llamar, entonces?

El padre García se ha puesto de pie y está acomodándose el sombrero. El doctor Zevallos también se ha levantado.

– Vendré yo -el padre García hace un ademán impaciente-. ¿No ha pedido ese marimacho que yo venga? Para qué tanta habladuría entonces.

– Sí, padrecito -dice la Selvática-. La señora Chunga prefería que viniera usted.

El padre García se aleja hacia la puerta, curvo y oscuro, sin levantar los pies del suelo. El doctor Zevallos saca su cartera.

– No faltaba más, doctor -dice Angélica Mercedes-. Es una invitación mía, por el gusto que me dio trayendo al padre.

– Gracias, comadre -dice el doctor Zevallos-. Pero te dejo esto de todos modos, para los gastos del velorio. Hasta la noche, yo vendré también.

La Selvática y Angélica Mercedes acompañan al doctor Zevallos hasta la puerta, besan la mano del padre García y regresan a la chichería. Tomados del brazo, el padre García y el doctor Zevallos caminan dentro de un terral, bajo un sol animoso, entre piajenos cargados de leña y de tinajas, perros lanudos y churres, quemador, quemador, quemador, de voces incisivas e infatigables. El padre García no se inmuta: arrastra los pies empeñosamente y va con la cabeza colgando sobre el pecho, tosiendo y carraspeando. Al tomar una callecita recta, un poderoso rumor sale a su encuentro y tienen que pegarse contra un tabique de cañas para no ser atropellados por la masa de hombres y mujeres que escolta a un viejo taxi. Una bocina raquítica y desentonada cruza el aire todo el tiempo. De las chozas sale gente que se suma al tumulto, y algunas mujeres lanzan ya exclamaciones y otras elevan al cielo sus dedos en cruz. Un churre se planta frente a ellos sin mirarlos, los ojos vivaces y atolondrados, se murió el arpista, jala la manga al doctor Zevallos, ahí lo traían en el taxi, con su arpa y todo lo traían, y sale disparado, accionando. Por fin, termina de pasar el gentío. El padre García y el doctor Zevallos llegan a la avenida Sánchez Cerro, dando pasitos muy cortos, exhaustos.

– Yo pasaré a buscarlo -dice el doctor Zevallos-. Vendremos juntos al velorio. Trate de dormir unas ocho horas, lo menos.

– Ya sé, ya sé -gruñe el padre García-. No me esté dando consejos todo el tiempo.

Fin

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