Diablo Guardian
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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde ni?a, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocaci?n de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la pr?ctica). La ni?a vive en un ambiente de mentira (su padre ti?e de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros a?os de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El pap? planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el cl?set. La jovencita-ni?a empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil d?lares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avi?n y a partir de ese momento, manipular? a los dem?s. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig tambi?n es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observaci?n de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto art?stico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalizaci?n.
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Se busca chica mala de buena familia
¿Sabes cómo se porta una mexicana de familia naca que vuelve de cuatro años de andar golfeando en los hoteles caros de New York? Te lo voy a explicar en mi lengua nativa: De La Chingada es poco. Como que en México la gente tiene recursos. Derechos o torcidos, pero nunca faltan. Y como tú ya ves que Recursos was my midle name, creo que me adapté más pronto al ambiente que al horario. No te voy a contar dónde había escondido los dos relojes desde que llegué a Brownsville, pero la cosa era tan divertida que no tenía tiempo ni de ver la hora. Good morning, señorita: tú no sabes las cosas que un escote hace en México. Llegas, enseñas, preparas, apuntas y te mueres de risa de la primera pendejada que oigas. Luego te sigues riendo de todas las que vengan. La idea es que te cuelgues un letrero que diga: Soy idiota. Que se te vea en los ojos, en la risa, en los calzones. Soy una inmensa estúpida superficial con un profundo escote, una cosa se compensa con la otra. Hay como una etiqueta de la estupidez: Permítame decirle una humilde pendejada. De ninguna manera, la pendeja soy yo. Y eso se dice a puras carcajaditas, mientras te las arreglas para recibir sus atentos respetos y esquivar sus gentiles manotas. Hay que enseñarles quién es el que manda. Ni yo ni ellos: el escote solito gira las órdenes al pelotón. Una puede callarse, pero el escote tiene que seguir hablando. Señores miembros del jurado, esta pobre mujer es inocente. ¿Con qué cara la van a condenar, si no pueden ni pinche verla a los ojos? El escote había para distraer al enemigo. Una tiene que maniobrar, mover sus fichas, pedir las cosas de manera que no puedan negárselas. Quinientos bucks en México hacen maravillas, pero un escote puede hacer milagros. Yo no tenía la culpa que a los hombres les gustara confundir brasieres con altares. No pedí que se hincaran, ni que me echaran ojos de profanador. En México no pides, nomás estiras la mano. El chiste es saber dónde, cuándo y con quién. Y ahí estaba el problema, yo no tenía idea. Lo único que sabía hacer bien era portarme mal.
Viví dos meses en un hotelito cerca de Reforma. Todo de lo más fácil, menos el dinero. Taxistas, administradores, bellboys, uno y otro se tira al piso por serte útil. Claro que igual te miran desde ahí los calzones, o dicen porquerías entre dientes. Mamacita. Mi Reina. Cosita. Bizcocho. Y una claro que se hace la pendeja, porque según esto yo hablaba puro inglés. Y como eso aparentemente me ponía en sus manos, yo por lo menos alcanzaba a saber lo que estaban pensando. 0 sea no lo pensaban, lo decían, y yo era una gringuita comecaca que se quedaba viéndolos con su jeta de Oh, really? Oh, my Gosh! Gringa de caricatura, pero ellos se lo creían. Te subes al taxi, le explicas al chofer que you need a hotel pero no passport. Cuando te entiende bien, te explica como puede que tiene un amigo, y a lo mejor ni su amigo es, o igual ni se conocen, pero el güey cae en el hotel y por unos pesitos te consigue el cuarto, sin que enseñes un pinche papel. Una cosa increíble, por veinte dólares al día yo tenía un cuarto enorme, con televisión y clima. Claro que ya después prendí la tele y entendí. En un hotel decente no hay canales porno. Busqué el teléfono del Sheraton, llamé y claro: diez veces más caro. Yo estaba en un hotel moderno, tanto que los cuartitos se desocupaban en dos horas. O sea que nunca tenías los mismos vecinos. Pero no había dinero, carajo. Llevé el reloj de Henry al Monte de Piedad y me ofrecieron una madre de préstamo. No me acuerdo muy bien cuántos pesos eran, pero no llegaban ni a trescientos dólares. ¿A cómo estaba el peso en noventaitrés? No sé, yo todavía pensaba en dólares. Quería ganar como en New York y gastar como en México, pero no había por dónde. Fui a una joyería, pregunté por un Rolex casi igual al de Henry y se me cayó el alma: no eran ni dos mil dólares. Chead motherfuckin’bastard Por supuesto valía mucho más mi Bulgari, tanto que no lo había en ningún lado. Y yo con siete días de hotel pagados, más doscientos cincuenta dólares y unos pocos pesitos en el buró. ¿Qué iba a hacer? ¿Regresarme a New York? ¿Correr a hincármeles a mis papás? ¿Gastarme de una vez hasta el último quinto y ver luego qué hacía? Youre right my dear- decidí quemármelo. Me fui para el hotel, pagué diez noches más y cambié mis cincuenta dólares por pesos. ¿Tú crees que a estas alturas podrías regresarte al capítulo anterior? Yo tampoco podía. Tenía que sobrevivir de alguna forma, y no pensaba ir a pararme en Insurgentes.
No sé si te has fijado, pero siempre hay dos fechas que procuro saltarme: Christmas y mi cumpleaños. No sé qué signifique, pero soy automática: apenas veo de lejos una escena inconveniente, mis párpados se cierran y no vuelven a abrirse hasta que tengo claro que pasó el peligro. Pongamos Navidad: me olvido del asunto el día veintitrés, y desde el veinticinco para mí ya es enero. De niñita tenía la manía de taparme los ojos en el cine, justo en la parte más emocionante de la película. Decía: No quiero ver, no quiero ver, no quiero ver, y así además de quedarme sin ver me quedaba también sin oír. Sin enterarme, pues. Luego fui mejorando la técnica, y después de pasar por no sé cuántos mariditos a los que por lo general me interesaba poco ver, y menos todavía oír, llegué a lograr el mismo efecto, que de niña, sólo que sin hablar ni taparme los ojos. Es más: participando en la conversación. Me desconecto y dejo el piloto automático. Por eso te decía que lo mejor es reírse. Cuando un hombre me dice un chiste malo yo no dudo un segundo en soltar la carcajada. Y entonces él se siente muy gracioso y me repite la dosis. Y yo vuelvo a reírme. De ese modo él se acostumbra a comprar mis risas tontas con chistes idiotas, y yo ya ni siquiera tengo que escuchar lo que dice. Me estoy riendo. ¿No es más que suficiente?
No había mucho que pudiera hacer con esos pesos. Alimentarme una semana de refrescos y hot dogs, tomar algunos taxis, empezarme a mover. Pero no era tan fácil, necesitaba poderes que no tenía. Moría por un jalón de cois y no sabía ni cómo pedirla. Dinero, polvo, amigos: me faltaba lo más indispensable. ¿Checaste lo que dije? Amigos. Por el amor de Dios, carajo, llevaba desde los dieciséis años sintiéndome malditamente sola, de repente soñaba que me moría en la calle y me echaban a la fosa común. Y así iba a ser, ¿ajá? Si yo no conseguía tener cuando menos amigos, lo más seguro era que me muriera sin que nadie reclamara mi cuerpo. Todo el día pensaba en eso, en morirme. Pasaba las mañanas tirada debajo de las sábanas, sudando frío, comiendo cualquier mierda. De repente decía: Me regreso a New York. Pero si no tenía fuerza para llegar a la calle, dime de dónde iba a sacarla para hacer ese viaje sin un quinto, sin papeles, sin cois. Luego me daba por planear una incursión suicida en casa de mis papás. Era cosa de entrar por la azotea, colarme a su recámara y asaltar el archivo. No sabía qué me iban a pedir para hacerme modelo, pero tenía que empezar por tener algún papel. No sé, el acta de nacimiento, algo que me sirviera para ser yo de nuevo. No era que me quisiera llamar Rosalba otra vez, lo que ya no aguantaba era seguir de Mis Nobody. Pero igual ni salía del cuarto, creo que me empecé a dar miedo. Decía: Si salgo, seguro voy a conseguir coca. Estaba a medio puente entre la adicción y la salud. Y no sé, alguien adentro quería terminar de cruzarlo. No putear. No robar. No meterme porquerías. Ésos fueron los mandamientos que me impuse para hacerme modelo. Me encerré en el hotel con un montón de fruta y dije: Cuando se acabe, salgo.
Obviamente salí antes: necesitaba unos buenos azotes para entrar en razón, ya los había recibido todos. Firme aquí, por favor. ¡El que sigue! Decidí que tenía que intentar conseguir mis papeles sin tener que allanar el Santo Hogar Paterno. Me pasé dos mañanas en el teléfono, averiguando todo lo que tenía que hacer para sacar un duplicado del acta de nacimiento y luego tramitar que le añadieran el Violetta, que era como parirme a mi misma. No recuerdo qué cantidad de mierdas me pidieron, pero de cualquier forma era imposible. Así que decidí salir, jurándome que no iba a buscar coca ni cocainómanos. Empecé a recorrer oficinas del Registro Civil, y en las primeras tres me atendieron puras pinches coatlicues. Yo decía: Diosito, por favor, líbrame de esta chingada tribu. Hasta que caí en manos de un nacote amable. Yo traía los jeans y la blusa untados, sin brasier, y el tipo no era así que dijeras Mr Big Shit, pero de pronto ya me conformaba con que me pagara la comida. ¿Ya me entiendes? Hasta la más jodida de las coachicues con las que me peleaba tenía más dinero y más futuro que yo. El caso es que el nacote me la pintó difícil. De entrada, no podíamos hacerlo sin la cooperación de mis papás. Y había que irse a un juicio y las arañas. Pero yo de repente me sentía poderosa, porque el güey no dejaba de mirarme. Hacía un frío de mierda, con tremendas repercusiones en mi blusa. Pensé: Si este pendejo me mira los pezones media hora más, seguro lo arreglamos todo de aquí al viernes. Le dije: Pues si no va a poder ayudarme, mínimo debería invitarme a comer. ¿Tú crees que iba a decir que no? Es muy feo que te lo cuente así, pero al final comimos, cenamos y dormimos juntos. Y claro, le inventé que tenía un problemon, que me urgía mi acta de nacimiento para poder sacar el pasaporte y visitar a mi mamá, que estaba en un hospital de Flushing con cáncer terminal ¿Me creerías que en dos días tuve mi acta de nacimiento original, con el nombre de Violetta Rosalba? Todavía el naquillo este pretendió que le soltara dos mil pesos para darle a no sé qué licenciado, y obviamente me le tiré a berrear de nuevo. Más berrinche que llanto, ¿ajá?, porque yo no quería su compasión. Más bien necesitaba que dijera: En mi burócrata vida me vuelvo a agarrar una como ésta. Risa fácil, bronca pronta: La fórmula de la doctora Schmid para controlar machitos pendejos. Por las buenas, les echas porras; por las malas, mierda. Ya sé que no es así que digas un orgullo tirarte al primer gato que te arregla un trámite, pero no estaba yo para escoger. Con ese mismo método saqué pasaporte, certificado de primaria y secundaria y hasta un crédito para comprar coche. Hay días en que México te trata como cucaracha, pero si aguantas el castigo después te premia que no puedes ni creerlo. Yo caminaba por Reforma y veía las caras de los tipos: todos altanerísimos, con la vista arribita de las demás cabezas, como si fuera suya la pinche calle. Pero basta con que se crucen unas nalgas para que pasen del ¿qué me ves, güey? al ¿qué se te ofrece, Mi Reina? Y como a estas alturas tengo claro que nunca voy a ser toda una lady, ni para qué negarlo: Me divierte muchísimo que me traten de naca.