Tentacion
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Como cualquier guionista de Hollywood, David Armitage aspira convertirse en rico y famoso para huir de la mediocridad de su vida. Cuando est? a punto de dar por muerta su carrera, se produce el milagro: la televisi?n compra uno de sus guiones y se convierte en un rotundo ?xito. Pasado un tiempo, el millonario Philip Fleck le propone ir a su isla privada para trabajar en un nuevo gui?n cinematogr?fico. David se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que se trata de uno de sus propios guiones, escrito unos a?os antes, copiado palabra por palabra. Furioso, David se niega a colaborar con el millonario. Pero su decisi?n le costar? cara…
***
«?Esto es una novela!: flechazos, dilemas, pesares, y la certeza de que el ?xito se conjuga siempre con el condicional o el imperfecto.» Le Figaro.
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– Lo siento mucho, David.
– No te preocupes. No es más que un pedazo de hojalata. ¿Te llevaste el Emmy de mi piso?
– Sí.
– Pues mándaselo. Que les aproveche. ¿Cuál es la buena noticia?
– Aparece en el mismo artículo de Los Angeles Times. Parece que ayer, durante la asamblea mensual, la Asociación de Autores aprobó una moción de censura contra ti…
– ¿Eso te parece una buena noticia?
– Espera. Te censuraron pero, por una mayoría de dos tercios, rechazaron la moción de recomendar que se te prohibiera trabajar durante un tiempo indeterminado.
– Qué bien. Los estudios y las productoras de la ciudad ya se encargarán de ello, con o sin moción de la asociación.
– Sé que te va a sonar a consuelo de loquero, pero la cuestión es que una censura no es más que un cachete. Podemos tomárnoslo como una buena señal de que en círculos profesionales la gente considera este asunto como lo que es realmente: una estupidez.
– Los del Emmy no.
– Eso es un juego de relaciones públicas. Cuando vuelvas…
– No creo en la reencarnación. Además, ¿no te acuerdas de lo que dijo Scott Fitzgerald, en uno de sus momentos de sobriedad, hacia el final?: «En las vidas americanas no hay segundos actos».
– Yo sigo una teoría diferente: la vida es corta, pero las carreras de los escritores son extrañamente largas. Intenta dormir un poco esta noche. Te noto por los suelos.
– Estoy por los suelos.
Evidentemente no dormí, sino que vi las tres partes de la Trilogía de Apu (seis horas de la vida doméstica hindú de los años cincuenta: espléndida, pero sólo un maníaco sería capaz de verla de un tirón). Finalmente me eché en la cama y me desperté cuando sonó el teléfono. ¿Qué día era? ¿Miércoles? ¿Jueves? El tiempo había perdido todo su valor para mí. Hacía poco, mi vida había sido un largo sprint de trabajo diario, en el que lograba meter muchas cosas: un par de horas escribiendo, reuniones de producción, sesiones de tormentas de ideas, llamadas interminables, almuerzo de trabajo, cena de trabajo, una película, una fiesta a la que debía asistir… Además estaban los fines de semana cada quince días con Caitlin. Los fines de semana que no estaba con ella, me pasaba nueve horas al día delante del ordenador, elaborando parte de un nuevo episodio, o un fragmento de mi guión, siempre más, más, más. Porque, como sabía perfectamente, estaba metido en una rueda. Y cuando estás en una rueda, no puedes permitirte parar. Porque si te paras…
El teléfono no dejaba de sonar y lo descolgué.
– David, soy Walter Dickerson. ¿Le he despertado?
– ¿Qué hora es?
– Casi mediodía. Le llamo más tarde.
– No, no, dígame, ¿tiene noticias?
– Sí.
– ¿Y?
– Bastante razonables.
– ¿Qué quiere decir?
– Su ex esposa ha aceptado que llame por teléfono a Caitlin.
– Eso es un paso adelante, supongo.
– Sin ninguna duda. Sin embargo, ha insistido en un par de condiciones. Sólo puede llamarla día sí día no, con un tiempo límite de quince minutos.
– ¿Ella ha puesto esas condiciones?
– Sí. Y según su abogado, le costó bastante convencerla para que aceptara ese tiempo limitado de contacto telefónico. Me ha dicho que sigue muy enfadada con usted.
– No me sorprende -dije-. ¿Cuándo puedo hacer la primera llamada?
– Esta tarde. Su ex esposa propuso las siete como hora fija para la llamada. ¿Le parece bien?
– Por supuesto -dije, pensando que no tenía el calendario precisamente lleno-. Pero señor Dickerson… Walter, ¿cuánto tiempo cree que tendré que esperar para que me deje ver a mi hija?
– La respuesta sincera a esa pregunta es que depende de su ex esposa. Si ella quiere seguir apretándole las pelotas, y disculpe la expresión, esto puede alargarse durante meses. En tal caso, y si tiene dinero para pagarlo, podemos llevarla a los tribunales. Pero esperemos que, cuando se enfríe un poco su rabia, esté dispuesta a negociar un contacto físico adecuado. Pero, ya se lo he dicho, será un proceso gradual. Ojalá tuviera mejores noticias, pero… como ya se habrá dado cuenta, los divorcios amistosos no existen. Y cuando hay un hijo de por medio, los desacuerdos son infinitos. Al menos hemos conseguido que hable con Caitlin otra vez. Es un principio.
Como estaba programado, hice la llamada a las siete en punto de la tarde. Lucy debía de tener a Caitlin junto al teléfono, porque descolgó inmediatamente.
– ¡Papá! -gritó, como si estuviera realmente encantada de oír mi voz-: ¿Por qué has desaparecido?
– Tuve que irme por cuestiones de trabajo -dije.
– ¿No quieres volver a verme? -preguntó.
Tragué saliva. No quería meter la pata. Ni mucho menos desmoronarme.
– Me muero de ganas de verte -dije-. Es que… ahora mismo no puedo.
– ¿Por qué no puedes?
– Porque… porque… estoy muy lejos, trabajando.
– Mami me dijo que te habías metido en un lío.
– Es verdad, he tenido problemas… pero ya estoy mejor.
– ¿Entonces vas a venir a verme?
– En cuanto pueda. -Respiré hondo, y me mordí el labio inferior-. Mientras tanto hablaremos a menudo por teléfono.
– Pero no es lo mismo que verte…
– Caitlin… -dije, incapaz de terminar la frase porque se me rompía la voz.
– Papá, ¿qué te pasa?
– Estoy bien, estoy bien, estoy bien… -dije, haciendo un esfuerzo para no caer por el precipicio-. Cuéntame lo que has estado haciendo en la escuela.
Durante los siguientes catorce minutos, hablamos de toda clase de temas: desde su papel de ángel en la próxima función de Semana Santa de la escuela a por qué creía que el Gran Oso era aburrido, pero el Monstruo de las Galletas estaba bien, hasta su deseo de tener una Barbie Dormilona.
Cronometré la llamada con mi reloj. Justo quince minutos después de que Caitlin descolgara, oí la voz de Lucy al fondo que decía:
– Dile a papá que tienes que colgar.
– Papá, tengo que colgar.
– De acuerdo, cariño. Te echo muchísimo de menos.
– Yo también te echo de menos.
– Te llamaré el viernes. ¿Puedo hablar con tu madre?
– Mamá -gritó Caitlin-. Papá quiere hablar contigo. Adiós, papá.
– Adiós, mi vida.
Entonces oí que le pasaba el teléfono a Lucy. Pero ella colgó sin decir palabra.
Naturalmente, aquella llamada ocupó toda la sesión con Matthew Sims del día siguiente.
– Lucy me desprecia tanto que nunca me permitirá volver a ver a Caitlin.
– Pero le ha permitido hablar con ella, y eso es un avance considerable respecto a la semana pasada.
– Sin embargo no puedo dejar de pensar que yo me lo he buscado.
– David, ¿cuándo dejó a Lucy?
– Hace dos años.
– Por lo que me explicó durante la primera sesión, fue increíblemente generoso en cuanto a la división de propiedades.
– Se quedó la casa, que había pagado yo.
– Desde entonces, usted ha pagado la pensión a tiempo, ha sido un buen padre para Caitlin y no ha cometido ningún acto hostil o desfavorable en contra de su ex esposa.
– ¡Ni mucho menos!
– Bien, entonces, si ella sigue albergando enemistad contra usted después de dos años del divorcio, es su problema, no el de usted. Y si utiliza a Caitlin como arma contra usted, y para ello impide que su hija vea a su padre, la vergüenza es de ella. Créame, pronto tendrá que afrontar el hecho de que está actuando con egoísmo en ese aspecto. Porque su hija se lo dirá.
– Espero que tenga razón. Pero me sigue obsesionando algo…
– ¿Qué es?
– Que no debí dejarlas nunca, que cometí un terrible error.
– ¿De verdad querría volver ahora?
– Eso es imposible. Hay demasiada porquería debajo de la alfombra, demasiada sangre. Aun así…, cometí un error. Un terrible error.
– ¿Se ha planteado decírselo a Lucy?
Cuando volví a llamar el viernes, Lucy siguió sin querer hablar conmigo, y ordenó a Caitlin que colgara el teléfono después de los quince minutos permitidos. Sucedió lo mismo el domingo, pero, al menos, pude darle a Caitlin mi número de la casa de la playa, y pedirle que le dijera a Lucy que estaría en ese número durante unas semanas más.