Diablo Guardian
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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde ni?a, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocaci?n de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la pr?ctica). La ni?a vive en un ambiente de mentira (su padre ti?e de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros a?os de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El pap? planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el cl?set. La jovencita-ni?a empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil d?lares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avi?n y a partir de ese momento, manipular? a los dem?s. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig tambi?n es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observaci?n de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto art?stico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalizaci?n.
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Sobre las mismas aguas del asombro oceánico que le causara el beso repentino, mitad escalofrío mitad calentura mitad vértigo mitad comunión intima -un entero tan grande que sólo se concibe mediante la suma de cuatro mitades- de una mujer incógnita cuya espalda de pronto tiritaba, Pig contempló el abismo inefable. Al centro de sus ojos cundidos de inquietud, Rosalba desvelaba un hambre subterránea de abrazos silenciosos: tal era el vértice de las seguridades que Pig habría de tejer de la segunda tarde en adelante, apenas descubrió, atemorizado de si mismo y al propio tiempo presa de una hipnosis deleitosa, que aquélla era la orilla final de sus dominios: si cruzaba la línea, debía hacerlo saltando hacia el vacío, pero si decidía no cruzar, caería sin remedio hacía la nada. Se empujó el bloodymary de Rosalba de un tirón, cual si fuera una droga o un vomitivo, no sin antes sobrecargarlo de pimienta. Cuando saltó al vacío, se aseguró de que estuviera todo el tiempo lleno de los labios de Rosalba profiriendo un sí, en lugar de alegar cuanto ahora le decía con su ausencia. Con párpados tembleques, pálpitos gatopantes y otros signos más arduamente descriptibles cuya presencia no era menos estruendosa que el golpe de pimienta con picante sobre garganta, estómago, paladar, epidermis. No bien pagó la cuenta por los bloodies musitó muy quedo, con la palma enconchada entre boca y oreja:
.-Tú no eres nadie para decir que no me quieres. (¿Cuál era el atractivo que había hecho de la casi-bonita una hermosura? Más allá de sus piernas largas y carnosas, del estrabismo apenas perceptible que daba a su mirada una fijeza perturbadora y un vaivén inquietante, de esas facciones asimétricas cuya imperfección no era, por cierto, ajena a la poesía, de la insalvable distancia entre ambos hemisferios de un mismo rostro capaz de inspirar a un tiempo confianza y suspicacia, Pig encontró en Rosalba una desprotección en tal modo apremiante que ya no supo, ni pudo, ni deseó pensar en otra cosa que salvarla.)
Salió de la cantina casi de buen humor, y de hecho divertido con la idea de que estaba apostando la cordura por la evidencia flaca de un escalofrío compartido.
.-¿Es usted un romántico? -pregunta la heroína de la película.
.-Si -responde su héroe-. ¿Le molesta?
.-No -concluye, sabihonda, la mujer, Todos tenemos algún defecto.