Tentacion
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Como cualquier guionista de Hollywood, David Armitage aspira convertirse en rico y famoso para huir de la mediocridad de su vida. Cuando est? a punto de dar por muerta su carrera, se produce el milagro: la televisi?n compra uno de sus guiones y se convierte en un rotundo ?xito. Pasado un tiempo, el millonario Philip Fleck le propone ir a su isla privada para trabajar en un nuevo gui?n cinematogr?fico. David se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que se trata de uno de sus propios guiones, escrito unos a?os antes, copiado palabra por palabra. Furioso, David se niega a colaborar con el millonario. Pero su decisi?n le costar? cara…
***
«?Esto es una novela!: flechazos, dilemas, pesares, y la certeza de que el ?xito se conjuga siempre con el condicional o el imperfecto.» Le Figaro.
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En medio de aquel discordante vocerío, ocurrieron dos cosas, ninguna de las dos favorable para mí. La primera fue que un fotógrafo, que esperaba a la entrada de la NBC, acudió corriendo cuando oyó mis gritos y tomó una rápida serie de fotos mientras yo agredía a MacAnna; la segunda fue la llegada de un guardia de la cadena de televisión, un hombre alto y musculoso, de unos treinta y pocos años, que se metió en la trifulca gritando: «Eh, eh, eh, basta ya» antes de separarme de MacAnna e inmovilizarme con una llave de judo.
– ¿Este hombre le ha agredido? -gritó el guardia a MacAnna.
– Lo ha intentado -dijo él, retrocediendo.
– ¿Quiere que llame a la policía?
MacAnna me miró con un desprecio triunfal, y una sonrisita desagradable en los labios como diciendo «Te tengo, hijo de puta».
– Ya tiene suficientes problemas -dijo MacAnna-. Échele del recinto y basta.
Después se volvió y habló con el fotógrafo, le preguntó su nombre y le pidió una tarjeta.
– ¿Lo ha cogido todo? -preguntó.
Mientras tanto el guardia corpulento me había arrastrado hasta mi coche.
– ¿Es suyo el Porsche?
Asentí.
– Es precioso. Debe de haber trabajado mucho para comprarlo. ¿Por qué quiere fastidiarlo ahora?
– Él escribió…
– Me da igual lo que escribiera. Ha agredido a una persona en la propiedad de la NBC. Y eso significa que debería detenerle. Pero le ofrezco un trato. Se mete en el coche y se larga, y vamos a olvidarnos de todo. Si vuelve…
– No volveré.
– ¿Me lo promete?
– Lo prometo.
– De acuerdo -dijo, soltándome lentamente-. Veamos cómo cumple su promesa y se va sin armar más jaleo.
Abrí la puerta del coche, me senté al volante y encendí el motor. Después, el guardia de seguridad golpeó la ventanilla. Bajé el cristal.
– Otra cosa, señor -dijo-. Debería pensar en cambiarse de ropa antes de ir a otra parte.
Entonces me di cuenta de que todavía llevaba puesto el pijama.
Capítulo 3
De la misma manera que no existen los almuerzos gratis, no existe la manera de escapar a la ley de causa y efecto… sobre todo cuando un fotógrafo está presente para plasmarte mientras agredes a un periodista y estás en pijama.
Sucedió así que, dos días después de haber salido en primera página en Los Angeles Times, me encontré otra vez siendo noticia… con una fotografía en la página cuatro de su edición del sábado, mostrándome mientras increpaba a Theo MacAnna. Tenía la cara desfigurada en una expresión de furor desenfrenado. Se me veía claramente agarrándole del traje. También estaba el asunto de mi vestuario nocturno. Cuando se ven fuera del dormitorio, los pijamas siempre evocan imágenes de manicomio. Si encima quien lo lleva es una persona manifiestamente trastornada, en un aparcamiento de los estudios de la NBC durante el día, tiende a indicar que el caballero en cuestión puede sufrir algún problemilla psicológico merecedor de un examen profesional. Sin duda, de haber estado en condiciones de estudiar aquella imagen con desapego crítico, yo mismo habría llegado a la siguiente conclusión: está como una cabra.
Debajo de la foto había un breve artículo, con el titular:
EL AUTOR DESPEDIDO DE TE VENDO ATACA A UN PERIODISTA
EN EL APARCAMIENTO DE LA NBC.
El artículo era claro y simple: el incidente en los estudios de televisión, el papel de MacAnna en mi desgracia, un breve resumen de mis crímenes contra la humanidad, y el hecho de que, después de amonestarme, el guardia de la NBC me había dejado marchar una vez MacAnna rehusó denunciarme. También había una cita del propio MacAnna: «Como siempre, yo sólo quería contar la verdad… aunque eso evidentemente puso furioso al señor Armitage. Por suerte, el guardia de la NBC intervino antes de que pudiera causarme daños físicos. Pero espero, por su propio bien, que busque ayuda profesional. Está claro que es un hombre gravemente alterado, con la mente perturbada».
¿Puedo besar el dobladillo de su skmata, doctor Freud? (Sí, es una línea tomada prestada de otro autor.) Aunque no tuve tiempo de preocuparme por la evaluación mental que había hecho de mí MacAnna, porque tenía varios problemas más graves y apremiantes. Parecía que el periodista que me había fotografiado sacudiendo a aquel imbécil había logrado vender la foto a las agencias de prensa. De modo que la historia dio la vuelta al país (a la gente le encantan los artículos tipo «era famoso y ahora está como una cabra»). Incluso llegó a las vastas estepas heladas de Canadá, más concretamente a los húmedos confines de Victoria, Columbia Británica, donde Sally vio la historia en un periódico local. Y no le hizo ninguna gracia. Tan poca gracia que me llamó el sábado por la mañana a las nueve y media, y sin saludarme dijo:
– David, he visto el artículo… y me temo que desde este momento tú y yo somos historia.
– ¿Dejas que te lo explique?
– No.
– Pero deberías haber oído lo que decía de mí en Today…
– Lo vi. Y francamente, estuve de acuerdo en muchas cosas con él. La cuestión es que lo que hiciste fue una locura. Y digo locura en el sentido médico de la palabra. Y no pienso vivir con un hombre mentalmente inestable.
– Por el amor de Dios, Sally. Sólo perdí los nervios…
– No, perdiste la cabeza. ¿Cómo acabaste en el aparcamiento de la NBC en pijama?
– Estaba un poco abrumado por toda la situación.
– ¿Un poco abrumado? No lo creo.
– Por favor, cariño, no podríamos hablar…
– Absolutamente, no. Y espero que estés fuera del piso cuando yo llegue mañana por la noche.
– Espera, no puedes ordenarme que me marche. ¿Somos coinquilinos, recuerdas? El alquiler está a nombre de los dos.
– Es verdad, pero según mi abogado…
– ¿Ya has hablado con tu abogado esta mañana? Es sábado.
– Todavía no se había ido a la cama. Además, como era una urgencia…
– Eh, deja de ponerte melodramática, Sally.
– Y dices que no estás perturbado…
– Estoy muy angustiado y basta.
– Pues ya somos dos…, pero tú eres el que, según la ley de California, puede considerarse un peligro físico para el coinquilino, lo que permite que presente una orden contra ti en los juzgados que te impida ocupar el piso. Un largo silencio.
– ¿No piensas hacerlo en serio? -pregunté.
– No, no pediré la orden, siempre que me prometas dejar el piso antes de las seis de la tarde de mañana. Si sigues ahí, llamaré inmediatamente a Mel Bing y haré que ponga en marcha la rueda legal contra ti.
– Por favor, Sally, ¿podemos…?
– Esta conversación ha terminado.
– No es justo.
– Tú te lo has buscado. ¿Por qué no te haces un favor y te vas? No te lo hagas más difícil obligándome a recurrir al juzgado.
Después de eso, colgó. Me senté en el sofá, con la cara entre las manos, completamente anonadado. Primero ensucian mi nombre, después me despiden; después salgo en los periódicos con pinta de estar haciendo una prueba para el papel de Ezra Pound; luego me dan el parte de desahucio, no sólo del piso, sino también de la relación por la que rompí mi matrimonio.
¿Qué nuevo infierno seguiría?
Evidentemente tenía que llegar por cortesía de mi querida ex esposa Lucy, a través de su halcón legal, Alexander McHenry. Me llamó una hora después de la andanada de Sally.
– ¿Señor Armitage? -dijo con una voz profesional inexpresiva-. Soy Alexander McHenry, del gabinete de Platt, McHenry y Swabe. Como recordará, represento…
– Sé perfectamente a quién representa. Y también sé que si me llama el sábado por la mañana, es que tiene malas noticias.
– Bien…
– Al grano, McHenry. ¿Qué le preocupa a Lucy ahora?
Evidentemente ya sabía qué le preocupaba, porque me imaginaba que el San Francisco Chronicle había publicado la historia sobre el incidente ocurrido en el aparcamiento.