El astillero
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En la presente novela, el protagonista regresa a la ciudad que le expulsara de su seno, enfrentado a dos proyectos quim?ricos. Obra maestra de Onetti, El astillero instaura, en el espacio corro?do de depredaci?n y deterioro que enuncia su t?tulo, una alegor?a de la condici?n humana que es o puede ser a la vez la alegor?a de un pa?s y un tiempo concretos y una visi?n refleja de la esencial precariedad del hombre. …Entre sus novelas, probablemente es la m?s equilibrada, la m?s perfecta. El mundo entero de Onetti y el de Santa Mar?a est?n aqui, su fascinaci?ndoble por la pureza y la corrupci?, por la dulzura de los sue?o y la herrumbre siniestra del desenga? y fracaso, todo resumido, concentrado en una peque? ciudad inexistente y en unos pocos personajes, sobre todo en Larsen, tambi? apodado Juntacad?eres o Junta, el h?oe o contraheroe m?s querido por Onetti.
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Josefina golpeó al perro y lo hizo ladrar: entraron juntos en la glorieta y la mujer miró sonriente y jadeando la cara de Angélica Inés, el perfil dolorido de Larsen, los platos olvidados en la mesa de cemento.
– No pido nada -dijo Larsen en voz alta-. Pero me gustaría volver a verla. Y le doy las gracias, tantas gracias, por todo.
Hizo chocar los tacones y se inclinó; fue a descolgar su sombrero mientras la hija de Petrus se levantaba y reía. Inclinándose otra vez, Larsen recogió el pañuelo de la silla.
– Ya es de noche -susurró Josefina. Apoyaba una cadera en el listón de la entrada y miraba la mano que ofrecía a los saldos del perro-. Salga que lo acompaño.
Guiado por el cuerpo de la sirvienta, Larsen se mezcló, sordo y ciego, con los reiterados vaticinios del frío, de los roces filosos de los yuyos, de la luz afligida, de los ladridos distantes.
Incauto y rejuvenecido, apretó la mandíbula de Josefina bajo la J y la P del portón y se inclinó para besar.
– Gracias, querida -dijo-. Sé agradecer. Pero ella le detuvo la boca con una mano.
– Quieto-dijo, distraída, como si hablara con un caballo manso.