El ano de la muerte de Ricardo Reis
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En El a?o de la muerte de Ricardo Reis, Saramago entabla un lance con Fernando Pessoa, convirti?ndose ambos en protagonistas --autor y personaje, el novelista como uno m?s de los heter?nimos del poeta-- de una de las narraciones m?s conmovedoras de la literatura de fin de siglo. Un recorrido por la Lisboa de los a?os treinta, sus calles, parques, puentes y caf?s, conducido por la palabra sabia y dulce de Saramago y acompa?ado por la sombra reconfortante de Pessoa, ambos cantores inmortales de la ciudad del Tajo, la ciudad de E?a de Queiroz y de Camoens. Una de las mejores novelas jam?s escritas, una obra que hubiera complacido, como los honra, a Fernando Pessoa, a Ricardo Reis, a Alvaro de Campos y a Alberto Caeiro por igual.
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El sofá de la habitación es confortable, los muelles, de tantos cuerpos como se sentaron en ellos, se humanizaron, hacen un hueco suave, y la luz de la lámpara sobre el escritorio ilumina el periódico desde un buen ángulo, esto no parece un hotel, es como estar en casa, en el seno de la familia, del hogar que no tengo, quién sabe si lo tendré algún día, éstas son las noticias de mi tierra natal, y dicen, El jefe de Estado inaugura la exposición de homenaje a Mousinho de Albuquerque en la Agencia General de Colonias, no se pueden dispensar las imperiales conmemoraciones ni olvidar las figuras imperiales, Hay grandes recelos en Golegâ, no recuerdo dónde queda, Ah, sí, en Ribatejo, si las crecidas destruyen el dique de los Veinte, curioso nombre, de qué le vendrá, veremos repetida la catástrofe de mil ochocientos noventa y cinco, noventa y cinco, tenía yo ocho años, es lógico que no me acuerde, La mujer más alta del mundo se llama Elsa Droyon y mide dos metros cincuenta de altura, a ésta no la cubre la crecida, y la chica, cómo se llamará, aquella mano paralítica, blanda, debió de ser de enfermedad, o un accidente, Quinto concurso de belleza infantil, media página de retratos de chiquillos, desnudos del todo, al aire los plieguecitos de las carnes, alimentados con harina lacto-búlgara, algunos de estos bebés se convertirán en criminales, golfos y prostitutas por haber sido expuestos así, en su tierna edad, a las groseras miradas del vulgo que no respeta inocencias, Prosiguen las operaciones en Etiopía, y de Brasil qué noticias tenemos, sin novedad, todo acabado, Avance general de las tropas italianas, no hay fuerza humana capaz de detener al soldado italiano en su heroico avance, qué haría, qué hará contra él la espingarda abisinia, la pobre lanza, el mísero alfanje, El abogado de la famosa atleta anunció que su cliente se sometió a una importante operación para cambiar de sexo, dentro de pocos días será un hombre auténtico, como de nacimiento, pues que no se olviden de cambiarle también el nombre, qué nombre, Bocage ante el Tribunal del Santo Oficio, cuadro del pintor Fernando Santos, bellas artes que por aquí se hacen, En el Coliseu está la última Maravilla con la trepidante y escultural Vanise Meireles, estrella brasileña, tiene gracia, en Brasil nunca oí hablar de ella, será culpa mía, aquí a tres escudos la general, butaca a partir de cinco, en dos sesiones, matinée los domingos, En el Politeama ponen Las Cruzadas, asombrosa película histórica, En Port-Said desembarcaron numerosos contingentes ingleses, cada época tiene sus cruzadas, éstas son las de hoy, y dice que seguirán hacia la frontera de la Libia italiana, Lista de portugueses fallecidos en Brasil en la primera quincena de diciembre, por el nombre no conozco a nadie, no tengo que ponerme triste, no necesito ponerme luto, pero realmente mueren muchos portugueses allá, Comidas de beneficencia a los pobres aquí, a lo largo del país, cena especial en los asilos, qué bien tratan en Portugal a los macrobios, qué bien tratada la infancia desvalida, florecillas de las calles, y esta noticia, El alcalde de Porto telegrafió al ministro del Interior, en sesión de hoy, el Ayuntamiento que presido, valorando debidamente el decreto de auxilio a los pobres en invierno, decide felicitar a Su Excelencia por una iniciativa de tan singular belleza, y otras, Pilones, llenos de heces de ganado, brotes Viruela en Lebução y Fatela, hay gripe en Portalegre y tifus en Valbom, murió de viruela una muchacha de dieciséis años, florecilla campestre, lirio temprano cortado cruelmente por la muerte, Tengo una perra fox, no pura, que tuvo ya dos camadas y las dos veces fue sorprendida intentando comerse las crías, no escapó ninguna, dígame, señor redactor, lo que debo hacer, El canibalismo de las perras, querido lector y consultante, se debe en general a una alimentación deficiente durante la gestación, con insuficiencia de carne, se les debe dar comida en abundancia, con carne como base, pero que no falte la leche, el pan y las legumbres, en fin, una alimentación completa, si incluso así no pierde la manía, es que no tiene cura, mátela o no permita que sea cubierta, que aguante el celo, o mande esterilizarla. Ahora, imaginemos que las mujeres defectuosamente alimentadas durante su gravidez, que es lo más común, sin carne, sin leche, sólo con pan y coles, se pusieran también a devorar a los hijos, pero, visto que tal cosa no ocurre, según se puede comprobar, resulta fácil distinguir las personas de los animales, este comentario no es un añadido del redactor, ni de Ricardo Reis, que está pensando en otra cosa, en qué nombre adecuado se le podría poner a esta perra, no le llamaría Diana o Recordada, y qué tendrá que ver el nombre con un crimen o con los motivos del crimen, si el nefando animal va a morir de un bollo envenenado o de un disparo de escopeta por mano de su dueño, Ricardo Reis se obstina en seguir pensando, y halla al fin un apelativo adecuado, uno que viene de Ugolino della Gherardesca, canibalísimo conde macho que se comió a sus hijos y a los nietos, y de ello habla, con la debida garantía, la Historia de Güelfos y Gibelinos, capítulo respectivo, y también la Divina Comedia, canto trigésimo tercero del Infierno, se llamará, pues, Ugolina, la madre que devora a sus propios hijos, tan desnaturalizada que no se le mueven las entrañas a la piedad cuando con sus mismas mandíbulas desgarra la blanda y tierna piel de los indefensos cachorros, los destroza, haciendo estallar sus huesos tiernos, y los pobres cachorrillos, gimiendo, mueren sin ver quién los devora, la madre que los parió, Ugolina no me mates que soy tu hijo.
La hoja que trae tales horrores cae sobre las rodillas de Ricardo Reis, adormecido. Una racha súbita estremece los cristales, cae el agua como un diluvio. Por las calles desiertas de Lisboa anda la perra Ugolina babeando sangre, gruñendo ante las puertas, aullando en plazas y jardines, mordiendo furiosa su propio vientre donde ya está gestándose la próxima camada.
Después de una noche de arrebatada invernía, de temporal desencadenado, palabras estas que ya nacieron emparejadas, las primeras no tanto, y unas y otras tan pertinentes a la circunstancia que ahorra el esfuerzo de pensar en nuevas creaciones, bien podría haber despuntado la mañana resplandeciente de sol, con mucho azul en el cielo y jovial revuelo de palomas. Pero no les dio por ahí a los meteoros, las gaviotas siguen sobrevolando la ciudad, el río no es de fiar, las palomas ni se atreven. Llueve, soportablemente para quien salió a la calle con paraguas y gabardina, y el viento, en comparación con los excesos de la madrugada, es una caricia en el rostro. Ricardo Reis salió temprano del hotel, fue al Banco Comercial a cambiar algo de su dinero inglés por los escudos de la patria, le dieron por cada libra ciento diez mil reales, qué pena que no fueran libras oro, que se las pagarían casi el doble, aún así no tiene grandes motivos de queja y sale del banco con cinco mil escudos en el bolsillo, lo que es una fortuna en Portugal. De la Rua do Comerço, donde está, hasta el Terreiro do Pago, hay pocos metros, apetecería escribir Es un paso, si no fuera la ambigüedad de la homofonía, pero Ricardo Reis no se aventurará a atravesar la plaza, se queda mirando de lejos, bajo el cobijo de las arcadas, al río pardo y encrespado, la marea está alta, cuando las olas se alzan parece que van a inundar la plaza, sumergirla, pero es una ilusión óptica, se deshacen contra el muro, su fuerza se quebranta en los escalones inclinados del muelle.
Recuerda que allí se sentó en otros tiempos, tan distantes que llega a dudar si los vivió él mismo, O alguien por mí, tal vez con igual rostro y nombre, pero otro. Nota frío en los pies, húmedos, nota también que una sombra de infelicidad pasa sobre su cuerpo, no sobre el alma, repito, no sobre el alma, esta impresión es exterior, sería capaz de tocarla con las manos si no estuvieran ambas agarrando el mango del paraguas, innecesariamente abierto. Así se abstrae un hombre del mundo, así se ofrece a la risa de quien pasa y dice, Señor, que aquí abajo no llueve, pero la risa es franca, sin maldad, y Ricardo Reis sonríe por haberse distraído, sin saber por qué murmura los dos versos de João de Deus, célebres entre la infancia de las escuelas, Bajo aquella arcada se pasaba bien la noche. Vino por estar cerca y para comprobar, de paso, si el antiguo recuerdo de la plaza, nítido como un grabado a buril, o reconstruido por la imaginación para así parecerlo hoy, tenía correspondencia próxima con la realidad material de un cuadrilátero rodeado de edificios por tres lados, con una estatua ecuestre y real en medio, el arco del triunfo, que desde donde está no llega a ver, y al fin todo es difuso, brumosa la arquitectura, apagadas las líneas, será por el tiempo que hace, será por el tiempo que es, será por sus ojos ya gastados, sólo los ojos del recuerdo pueden ser agudos como los del gavilán. Van a dar las once, hay mucho movimiento bajo las arcadas, pero decir movimiento no quiere decir rapidez, esta dignidad tiene poca prisa, los hombres, todos con sombrero blando, los paraguas goteando, rarísimas las mujeres, y van entrando en las oficinas, es la hora en que empiezan a trabajar los funcionarios públicos. Se aleja Ricardo Reis en dirección a la Rua do Crucifixo, aguanta la insistencia de un vendedor ambulante que quiere colocarle un décimo para el próximo sorteo, Es el mil trescientos cuarenta y nueve, mañana sale, no fue éste el número premiado ni saldrá mañana, pero así suena el canto del augur, profeta con matrícula en la gorra.