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La Naranja Mecanica

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La Naranja Mecanica
Название: La Naranja Mecanica
Автор: Burgess Anthony
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Naranja Mecanica - читать бесплатно онлайн , автор Burgess Anthony

La pregunta que plantea este libro, una de las obras fundamentales en la literatura del siglo XX, no deber?a ser la m?s obvia, la que aparece en la superficie del texto: `?Es el hombre un ser violento?`, sino: `?Es la sociedad violenta con sus miembros?`.

Porque La naranja mec?nica trata principalmente de la libertad del individuo contrapuesta al bien del colectivo, o m?s bien se plantea hasta qu? punto es leg?timo que el colectivo, a trav?s de sus representantes (?o son los representantes los que deciden en ?ltima instancia por el colectivo?), destruya al individuo en funci?n del inter?s general.

Aqu? podr?amos insertar el comentario de que el libro no ha perdido inter?s y que explora un tema de rabiosa actualidad. Eso es innecesario y superfluo: se trata de un tema universal, como tal, La naranja mec?nica se puede calificar como obra imperecedera.

?Qui?n hay que no conozca el argumento de la obra del m?sico y escritor Anthony Burgess, a trav?s de la m?tica pel?cula de Stanley Kubrick? Parece ser que el que suscribe estas l?neas y pocos m?s. Esto permite abordar el argumento distanci?ndose de la violencia expl?cita de las im?genes y centr?ndose en el transfondo de la novela.

?Por qu?, a pesar de ser pieza fundamental, no es la violencia de Alex, el nadsat protagonista (no de ?lex, el cr?tico ya no tan adolescente), tan atractiva y tan repulsiva a los ojos occidentales, el eje central de la narraci?n? Porque Burgess (y as? lo aclara en el pr?logo de esta edici?n, el author`s cut que proclamar?a la moda fatua de reeditar grandes ?xitos del s?ptimo arte, pero tan necesaria en este caso) pone en manos (y boca) del adolescente y su panda de drugos una forma de entender la diversi?n que no est? viciada por el moralismo monote?sta. La crueldad, tan com?n en el ser humano desde sus primeros estadios, aparece como una f?rmula m?s a escoger para su esparcimiento, una opci?n v?lida seg?n los c?nones aprehendidos del entorno hiperindividualista y desestructurado en el que viven, donde otras preocupaciones (vivienda, trabajo, dinero) priman sobre una familia y una educaci?n decadentes o inexistentes, incapaz de atajar los instintos agresivos en sus primeras manifestaciones.

Juventud y violencia: rasgos reconocibles, lugares comunes muy visitados en nuestra sociedad. Como ven, la realidad no anda demasiado lejos.

Burgess habla en su pr?logo de elecci?n moral, de esa libertad primigenia del ser humano que lo distingue de las bestias: la capacidad de percibir, razonar y decidir sobre s? mismo, sus acciones y su futuro. Alex es eminentemente un ser libre y como tal se expresa, rasreceando lo que hay a su alrededor en el puro ejercicio de su libre albedr?o. Destrucci?n, pero tambi?n creaci?n: los m?s d?biles deben sucumbir para que los m?s fuertes vivan, o Alex es capaz de violar a dos ni?as tontas que no entienden lo sublime de la m?sica de Beethoven (?por el gran Bogo!, que dir?a Alex).

Cuando Alex comete un crimen (es decir, cuando el Estado tutelar establece que ha rebasado el l?mite impuesto por el colectivo al que representa) su libertad se ve brutalmente amputada. No s?lo eso, sino tambi?n su identidad (ahora ser? el recluso 6655321, un golpe de efecto algo burdo pero efectivo por parte del autor) y, posteriormente, su capacidad de decidir: es condicionado para rechazar cualquier forma de violencia, una suerte de `naranja mec?nica` incapaz de manifestar su condici?n humana. Ya no puede escoger entre el bien y el mal, algo que Bogo (o Dios) reprobar?a (`Quiz?s el hombre que elige el mal es en cierto modo mejor que aqu?l a quien se le impone el bien`, seg?n el capell?n de la prisi?n en que es internado Alex).

As? volvemos a la pregunta planteada al principio: ?es la sociedad violenta con sus miembros? ?Justifica el bien de la sociedad la violencia de Estado? En palabras del responsable de la t?cnica empleada sobre el nadsat: `No nos interesan los motivos, la ?tica superior. S?lo queremos eliminar el delito…`. La observaci?n del Ministro del Interior es harto indicativa: `Y aliviar la espantosa congesti?n de las prisiones`. Lo que conduce, inevitablemente, a la legitimidad del Estado como representante del colectivo. Aunque este punto no centra el inter?s del autor, sobre el que pasa de puntillas.

La necesidad de recuperar su humanidad, y a partir de ah? ser libre para escoger libremente, ser?n las bases del desenlace, en el que un Alex abocado a la madurez contempla su pasado con una mirada cr?tica y sabia. Llega la hora de decidir, y de decidir correctamente. El camino es lo de menos, lo importante es que uno mismo conduzca sus pasos por el camino que quiere la voluntad.

Esta obra, que en manos de un autor con menos talento hubiese dado lugar a un texto zafio cuyos objetivos hubieran quedado diluidos por los golpes de efecto, la narra h?bilmente un Alex vital y desmedido, imprimiendo a La naranja mec?nica cotas de verosimilitud raramente le?das en primera persona. Por otra parte, el uso de la jerga nadsat, creada por Burgess mezclando el habla coloquial de los j?venes rusos con el dialecto cockney londinense, es un hallazgo usado con inteligencia y mesura, que otorga la identificaci?n de Alex a un grupo del que nos excluye, habladores del lenguaje est?ndar, no nadsat. Descubrimos que su voz es la adecuada como canal de expresi?n de las inquietudes de Burgess, pues nos hace saltar al otro lado, al lado del que sufre en sus carnes el Estado todopoderoso, en el que su estructura sirve para aplastar al que no encaja en ?l. Aunque sea porque es un criminal.

Un libro realmente jorosch?, que no pueden dejar de leer.

?lex Vidal

"Uno de los pocos libros que he sido capaz de leer en los ?ltimos a?os".

WILLIAM BURROUGHS

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El mesto, starrio y caloso, tenía dos partes, una para los libros que prestaban, y otra para leer, con atriles de gasettas y revistas, y yo no recordaba haber estado allí sino cuando era un málchico malenco, a la edad de seis años. Los vecos, muy starrios, tenían en los plotos un vono de vejez y pobreza; estaban de pie frente a los atriles de las gasettas, resoplando y eructando y goborando entre dientes, y volviendo las páginas para leer con tristeza las noticias, o sentados a las mesas mirando las revistas o fingiendo leerlas, algunos dormidos y uno o dos roncando de veras gronco. Al principio casi no pude recordar qué quería, y después comprendí un poco impresionado que había iteado aquí buscando el modo de snufar sin dolor, así que me acerqué al estante de las vesches de consulta. Había muchos libros, pero ninguno tenía un título, hermanos, que me sirviera realmente. Saqué un libro de medicina, pero cuando lo abrí estaba lleno de dibujos y fotografías de heridas y enfermedades horribles, y ahí nomás empecé a sentirme un poco enfermo. Así que lo devolví a su sitio y retiré el libro grande que llaman Biblia, creyendo que me haría sentir un poco mejor, como había ocurrido en los viejos tiempos de la staja (en realidad no había pasado tanto tiempo, pero ahora me parecía que era mucho), y me acerqué vacilando a una silla. Pero lo único que encontré fueron cosas acerca de castigar setenta veces siete, y la historia de un montón de judíos que se maldecían y tolchocaban unos a otros, y todo eso me trajo náuseas otra vez. Así que casi me echo a llorar, y un cheloveco muy starrio y raído sentado enfrente me preguntó:

– ¿Qué pasa, hijo? ¿Qué problema es ése?

– Quiero snufar -dije-. Ya tengo suficiente, eso me pasa. La vida es demasiado para mí.

Un veco starrio que leía a mi lado dijo: -Shhhh- sin apartar los glasos de una besuña revista, llena de vesches bolches y geométricas. El otro cheloveco dijo:

– Eres demasiado joven para eso, hijo. Caramba, tienes la vida por delante.

– Sí -dije con amargura-. Como un par de grudos artificiales. -El veco que leía la revista dijo «Shhhh» otra vez, pero ahora levantó los glasos y algo nos hizo clic en las golovás. Videé quién era. Y el otro dijo con voz muy gronca:

– Por Dios, nunca olvido una forma. Jamás olvido la forma de nada. Por Dios, cerdo inmundo. Ahora te tengo. -Sí, cristalografía. Eso era lo que había retirado de la biblio aquella vez. Los dientes postizos aplastados verdaderamente joroschó. Los platis desgarrados. Los libros rasreceados, y todos eran de cristalografía. Hermanos, se me ocurrió que lo mejor era salir de allí realmente scorro. Pero el starrio y viejo cheloveco se había puesto de pie, crichando como besuño a todos los starrios y viejos tosedores que miraban las gasettas frente a la pared, y a los que dormitaban sobre las revistas en las mesas.- Lo tenemos - crichó-. El cerdo perverso que destruyó los libros de cristalografía, obras raras, obras que es imposible conseguir de nuevo. -Y todo lo decía con un chumchum realmente enloquecido, como si el viejo veco hubiese perdido de veras la golová.- Un ejemplar especial de esas bandas de jóvenes bestias cobardes - crichó-. Aquí, entre nosotros, y en nuestro poder. Él y sus amigos me golpearon, me patearon y derribaron. Me desnudaron y destrozaron la dentadura. Se rieron viendo cómo yo sangraba y gemía. Y me despidieron a patadas, mareado y desnudo. -Como ustedes saben, hermanos, eso no era del todo cierto. Le dejamos algunos platis, y no estaba completamente nago.

Entonces yo criché: -Eso fue hace más de dos años. Después me castigaron y he aprendido la lección. Vean allí… mi foto está en los diarios.

– Castigo, ¿eh? -dijo un dedón que parecía un ex soldado-. Habría que exterminarlos a todos ustedes. Como si fueran una plaga maligna. Sí, no me vengan con castigos.

– Está bien, está bien -dije-. Todos tienen derecho a opinar. Perdónenme todos, ahora tengo que marcharme. -Y empecé a salir de este mesto de viejos besuños. Aspirina, no se necesitaba más. Se podía snufar con cien aspirinas. Aspirina que se compraba en la vieja farmacia. Pero el veco de la cristalografía crichó:

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