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Reencuentro

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Reencuentro
Название: Reencuentro
Автор: Vincenzi Penny
Дата добавления: 16 январь 2020
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Reencuentro - читать бесплатно онлайн , автор Vincenzi Penny

Una noche de 1987, alguien abandona a una ni?a reci?n nacida en el aeropuerto de Heathrow. Un a?o antes, tres chicas, Martha, Clio y Jocasta, se hab?an conocido por casualidad en un viaje y hab?an prometido volver a encontrarse, aunque pasar? mucho tiempo antes de que cumplan la promesa. Para entonces, Kate, la ni?a abandonada, ya ser? una adolescente. Vive con una familia adoptiva que la quiere, aunque ahora Kate desea conocer a su madre biol?gica. Es decir, una de aquellas tres j?venes, ahora mujeres acomodadas. Pero ?qu? la llev? a una situaci?n tan desesperada?

La trama que desgrana este libro se sit?a all? donde confluyen entre estas cuatro vidas. Y es que Kate ver? cumplido su deseo aunque, como ense?an algunas f?bulas, a veces sea mejor no desear ciertas cosas…

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– ¿Para qué? -le repitió él, sinceramente atónito-. Yo no los he pasado y tengo un buen empleo y un montón de pasta.

– Sí, Nat, pero yo no puedo ponerme a trabajar para mi padre como tú. Quiero trabajar en un periódico o en una revista, algo así.

– ¿De modelo o qué?

– No. De periodista. ¿Para qué iba a ser modelo? -preguntó, estirando las piernas y subiéndose la falda con disimulo.

– Mujer, tienes todo lo que hay que tener. Ganarías un montón de pasta.

Kate se calló. Aquello superaba todos sus sueños.

– ¿Adónde quieres ir? -preguntó él.

– A Franklin Avenue, por favor.

– ¿Cómo está Sarah?

– Está bien.

Él asintió.

– ¿Sigue yendo a la escuela?

– Sí. Después trabajará a jornada completa en la peluquería. En la que trabaja ahora los sábados.

– ¿Va a ser peluquera? -exclamó él con una expresión tan incrédula como si Kate hubiera dicho que Sarah iba a entrar en un convento-. Qué cutre.

– ¿Qué tiene de cutre ser peluquera? -exclamó Kate a la defensiva-. A ella le gusta.

– Es un trabajo cutre -insistió él-, todo el día atendiendo a mujeres, haciéndoles la pelota y dándoles revistas para leer, y todo ese rollo. Mi madre es peluquera y yo solía pasar las tardes con ella después de la escuela. Era espantoso.

– Pues a Sarah le gusta. Le dan buenas propinas.

– ¿Ah, sí? -Ya no parecía interesado en Sarah. Kate se animó. Tal vez sólo preguntaba por cortesía.

– Bueno, ya hemos llegado -dijo él, entrando en su calle y haciendo chirriar los frenos.

Dejó el estéreo en marcha. Kate vio que su abuela espiaba por la ventana. Dios mío, que no saliera y pidiera que se lo presentara.

– Tengo que irme -dijo ella-. Muchas gracias por acompañarme.

– ¿Quieres que salgamos el sábado? -preguntó él. Le miraba las piernas y ella las sacó del coche de lado-. De copas por Brixton.

Kate sintió que se ruborizaba de emoción. Era increíble. Nat Tucker la invitaba a salir.

– Bueno… -Logró esperar un momento y después dijo-: Sí, de acuerdo.

Su tono fue asombrosamente moderado.

– Te recogeré. A las nueve. ¿De acuerdo?

– Sí. De acuerdo.

El esfuerzo por mantener una cara inexpresiva, un tono de voz despreocupado, era tan inmenso que casi no podía respirar. Se había alejado unos pasos cuando él la llamó.

– ¿No quieres la mochila?

– Oh, oh, sí. Gracias.

Nat bajó del coche, sacó la mochila y se la pasó por encima de la verja.

– Adiós y hasta pronto.

Kate fue incapaz de decir nada.

– ¿Martha? Hola, soy Jocasta.

– Creo que te habría reconocido -dijo Martha. Sonrió de una forma amable y cortés-. Estás igual que siempre. Pasa.

– Me temo que no estoy igual. -Jocasta entró en el piso. Era sencillamente alucinante. Suelo de madera clara, paredes blancas, ventanales inmensos y una cantidad mínima de muebles de color negro y cromo-. Qué maravilla -dijo.

– Gracias. Me gusta. Y está cerca del trabajo.

Martha también estaba maravillosa, de una forma elegante y cuidada. Estaba muy esbelta, y vestía con pantalones gris oscuro y una blusa de seda color crema. Su piel también era de color crema, y casi sin maquillar, sólo un poco de sombra de ojos y rímel y los labios pintados de beige oscuro. Tenía el pelo castaño liso y brillante, con mechas, cortado a la altura de los hombros.

– ¿Dónde? -preguntó Jocasta-. Me refiero al trabajo.

– Ah, ahí detrás. -Martha gesticuló vagamente hacia el mundo que había tras ellas.

– Sí, pero ¿cómo se llama?, ¿qué haces exactamente?

– Soy socia de un bufete de abogados de la City. Por ahora. -No accedió a decirle a Jocasta el nombre de la empresa.

– Vale. ¿Es divertido?

– Divertido no es la palabra, pero me gusta. ¿Te apetece un café o algo?

– Sí, por favor.

– Discúlpame un momento. Ponte cómoda. ¿Necesitas una mesa o un sitio para escribir?

– No, no te preocupes.

Desapareció. Menuda esnob, pensó Jocasta, y recordó a la otra Martha, más bien nerviosa y deseosa de hacer amigos, un poco a la defensiva con su familia. Demasiado educada y ansiosa por caer bien, ¿qué la había cambiado tanto? Clio apenas había cambiado.

Y era divertida. Muy divertida.

– Bien, ya está. -Martha apareció de nuevo, con una bandeja negra de madera, con tazas blancas, la cafetera, una jarra de leche y un bol con terrones de azúcar moreno y blanco. Jocasta casi esperó que dejara la cuenta sobre la mesa, delante de ella.

– Gracias. Bueno, salud. -Levantó su taza-. Me alegro de verte.

– Y yo a ti.

Estaba demasiado rígida, notó Jocasta, quieta y en absoluto control. También estaba claro que estaba muy nerviosa. Parecía raro en una persona tan obviamente segura de sí misma. En fin, para eso eran las entrevistas. Para descubrir cosas.

– Dime -dijo-, ¿qué hace tu hermano? ¿Es abogado?

– Oh, no -contestó Jocasta-, es un trabajo demasiado duro. Está trabajando para la empresa de la familia. Está casado, más o menos. Tiene dos niñas. -Sonrió a Martha-. ¿Fuiste a la Universidad de Bristol, verdad?

– Sí.

– ¿Y qué? ¿Te gustó?

– Sí, mucho.

– ¿Qué estudiaste?

– Derecho. Oye, ¿esto forma parte de la entrevista? Por que ya te he dicho…

– Martha -dijo Jocasta-, me estoy poniendo al día. Te contaré cosas de mí si quieres. Y de Clio.

Eso picó la curiosidad de Martha.

– ¿Cómo está Clio?

– No muy bien -dijo Jocasta-. Se está divorciando. Pero en el trabajo le va de maravilla.

– Qué pena, lo del divorcio. ¿Conoces a su marido?

– No. Parece un gilipollas. -Sonrió expansivamente a Martha-. Es cirujano. Arrogante, pagado de sí mismo. Está mejor sin él. La verdad es que yo le hice enfadar.

– Creía que no le conocías.

– Personalmente no. Pero escribí sobre su hospital. Una larga historia. En fin, no le hizo ninguna gracia.

– Ya me lo imagino -dijo Martha.

Cogió su taza de café. Le temblaba ligeramente la mano. Jocasta lo notó. Su pequeña mano con una perfecta manicura.

– Pero ella es la misma Clio de siempre. ¿Recuerdas que empezamos a llamarla pequeña Clio al segundo día de estar en Bangkok?

– No, no me acuerdo -dijo Martha.

Estaba decidida a frenar cualquier intento de reminiscencia.

– ¿Seguiste el plan que tenías, ir a Australia y acabar en Nueva York?

– Tienes una memoria asombrosa -dijo Martha-. Sí fui a Australia, pero no viajé mucho por Estados Unidos. Mira, Jocasta, no quiero ser descortés, pero no tengo mucho tiempo. Creo que deberíamos empezar.

– Por supuesto. Manos a la obra. Empezaremos por algunos datos básicos.

– ¿Como cuáles?

– Bueno, lo de siempre: tu edad, lo que haces, cómo te metiste en política, todo eso. Después iremos a los detalles. Es una buena historia, creo.

Vio que Martha se relajaba poco a poco y recuperaba la seguridad al asumir el control, presentando lo que era evidentemente una historia muy ensayada. Y era una buena historia, desde un punto de vista periodístico: la muerte de la mujer de la limpieza, su deseo de hacer algo por ayudar, para cambiar las cosas, su entrada en el Partido Progresista de Centro, su vuelta a las raíces.

Jocasta escuchó educadamente, le hizo preguntas sobre el Partido Progresista de Centro, sobre el número de parlamentarios que tenía, cuántos creían que se presentarían a las elecciones generales. Siguió con un rollo muy aburrido sobre el proceso electoral, y entonces empezó, de una forma muy furtiva, a cruzar la puerta. Lo que tenía de momento no la convertiría en la próxima Lynda Lee-Potter.

– Está claro que en tu despacho te va de maravilla -dijo-. ¿No lo echarás de menos?

– Seguramente, pero creo que vale la pena hacer algo, aunque sea poco.

– Me refería a los lujos.

– ¿Disculpa?

– Es evidente que este piso no es barato. Y que te gusta la ropa cara, reconozco los zapatos Jimmy Choo a primera vista. Y los bolsos de Gucci, si hace falta.

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