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Yo el Supremo

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Yo el Supremo
Название: Yo el Supremo
Автор: Bastos Augusto Roa
Дата добавления: 16 январь 2020
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Yo el Supremo - читать бесплатно онлайн , автор Bastos Augusto Roa

Yo el Supremo Dictador de la Rep?blica: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cad?ver sea decapitado, la cabeza puesta en una pica por tres d?as en la Plaza de la Rep?blica donde se convocar? al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrir?n pena de horca. Sus cad?veres ser?n enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Esa inscripci?n garabateada sorprende una ma?ana a los secuaces del dictador, que corren prestos a eliminarla de la vida de los aterrados s?bditos del patriarca. As? arranca una de las grandes novela de la literatura en castellano de este siglo: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989. La obra no es s?lo un extraordinario ejercicio de gran profundidad narrativa sino tambi?n un testimonio escalofriante sobre uno de los peores males contempor?neos: la dictadura. El d?spota solitario que reina sobre Paraguay es, en la obra de Roa, el argumento para describir una figura despiadada que es asimismo met?fora de la biograf?a de Am?rica Latina.

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(Anotado al margen)

En algo tiene razón este idiota. Nuestro primer conocimiento del fuego origina una prohibición social. He aquí pues la verdadera base del respeto ante la llama. Si el niño aproxima su mano al luego, su padre le pega un capirotazo en los dedos. El fuego hace sto sin necesidad de golpear. Su lenguaje de castigo es decir yo quemo. El problema a resolver es la desobediencia adrede… (quemado el resto del folio).

El juego no debería ser prohibido, dijo Benítez, Excelencia. La pasión del juego es la única que no muere en el corazón del hombre, repitió. Cuanto más lo ataca el viento de la necesidad, más crecen sus llamas, más ilumina el alma del necesitado. Aparte la ultima frase que habrás saqueado de alguna parte como siempre, este discursito sobre el pro magüer del juego, habida cuenta de que también a ti te gusta orejear los naipes, ¿no es cosecha tuya? Por Dios, Excelencia! ¡Mándeme cortar la lengua, coser la boca, si miento!

Idea de tahúr la del ex ministro Benítez sobre el impuesto frucluario al juego. Otros gobernantes han hecho de sus países verdaderos garitos donde se roba, se hacen trampas, se asesina, como tahúres.

Aquí en el Paraguay no vencieron ellos. Los vencí yo. Destruí sus ventajas de tahúres clandestinos por la contraventaja de saber que son miserables tahúres. Conozco la marca de cada naipe que juegan. Sé de qué libros han sido arrancados. Oigo el galope del caballo de copas. Tengo en mis manos los cuatro ases: El de bastos en mis manos, garrote de mi poder. El de oro en las arcas del Estado. El de copas en que darles de beber la hiel y el vinagre a los traidores. El de espadas para podarles la cabeza. Éste es mi juego de truco. En él yo banco el triunfo a sangre fría, sin trucos de ninguna especie. Al cabo, de las negras intenciones del rábula Echevarría salieron cosas claras y muy claras.

Retomo a Correia da Cámara. En este mismo lugar, quince años más tarde estoy con el Manoel asistiendo a la representación, no de Tancredo, sino de Gasparina. Su autor, mi oficial de enlace Cantero, edecán del comisionado imperial que yo he puesto a su servicio, no tanto para que le sirva como para que me sirva, se ha ocupado de escribir la pieza y ponerla en escena. Ya no estamos ante el teatro de la tancredulidad sino de la incredulidad. Gasparina es una mujer con gorro frigio que, según el autor, me representa a mí y a la República. No la encarna Petrona Zavala, sino una escultural muchacha payaguá que aparece en escena cubierta nada más que por las pestañas, los tatuajes y embijes de todos colores que hacen de su cara una máscara. Correia da Cámara se deshace en alabanzas a la obra. Sé que las hace a la actriz indígena. Alucinado por ella, no le saca los ojos de encima. La devora con una mirada obscurecida por el brillo del deseo. La República avanza hacia el centro del tablado para ser coronada por el Gran Hechicero ataviado de tricornio y levita. La Balanza en una mano, la Espada en la otra, la República se detiene bajo el solio de palmas contra el cual está erguido en dos patas un imponente león de utilería. La República gira lentamente con gran majestad hacia el gentío. Se afirma sobre la tijera de sus piernas. Las dos hojas ligeramente separadas. El pubis totalmente rapado. Cubierto de reflejos rotos, de claridades. Rayos fosforescentes de achiote, urukú, tapaculo y orellana, lo convierten en un sol negro. Lo mismo la boca. Dos faros de intermitente luz. Una mitad necesariamente negra, la otra necesariamente gris. Correia se pasa la lengua por los labios. Pedanteen todas sus expresiones, exclama: Esa Mujer-que-viene-de-los-bosques parece envuelta en una visibilidad deslumbrante, originaría. En ella lo visible y lo invisible son exactamente lo mismo. Nocturna a la vez que solar en cada uno de sus movimientos; hasta cuando finge la inmovilidad absoluta. Profundo secreto. Secreto inviolable. Sólo he visto algo parecido en algún serrallo de Berbería, Excelencia. ¡Esa mujer, Excelencia, es un meteorito desprendido de la protonoche! ¡Vea usted! ¡Vea usted! ¡Se parte en dos! ¡Está inmóvil pero raya la noche, noche! ¡Se parte en dos! ¡Son dos cuerpos y dos rostros en un solo cuerpo, en un solo rostro! El rústico autor, señor cónsul, ha pretendido representar en Gasparina a la Mujer-natural y también a la República. ¡Pues lo ha conseguido, Excelencia, y en este mismo momento yo lo declaro más grande que el propio Racine! El diálogo es idiota. Hay que aguantarlo. El comisionado ha comprometido en nombre del Imperio enviar fusiles y cañones. ¡El cargamento mais grande do mundo! Esto es lo que importa. No me importa gastar saliva con el emplumado cónsul carioca-riograndense. Nuestra saliva limpia y seca nuestras llamas mais mata a la serpiente, digo al macaco, remedándolo. Mientras Correia devora con los ojos a la Mujer-que -viene-de-los-bosques, cimbrando desnuda bajo el gorro frigio; mientras el devoto de las musas gargantea frases atoradas, observo el extremo izquierdo de su boca; es esa comisura la que está en movimiento y pronuncia las palabras conocidas, mitad en español mitad en portugués. El resto de la boca se mantiene inmóvil y cerrado. Recurso de embusteros palaciegos, de enviados imperiales. Merced a largos años de ejercicio logran desdoblar sus labios y su lengua en porciones independientes. Articular al mismo tiempo frases entremezcladas con voces y entonaciones diversas. Ahora la mitad izquierda se arremanga en belfo de caballo descubriendo los dientes sin arrastrar en sus ondulaciones a la región derecha cerrada e impasible en las contrafrases. Conozco el truco. Yo mismo he aprendido a bifurcar la lengua. Fugar la voz. Superponer las voces de ventriloquia a través de los labios completamente cerrados. Juego de niños para mí. Arte que este mamarracho imperial no domina. Pretende convencerme de que el imperio ofrece su alianza al Paraguay sólo para protegerlo de las acechanzas de Buenos Aires. Conoce mis mataduras; yo, las del imperio. Lo que éste busca es justamente lo contrario: Apoderarse de la Banda Oriental, aplastar al Plata. Tragarse por fin a su «aliado». Poca cosa. Nada de nada. Dejo que el comisionado boquee a su gusto. El que tiene el anzuelo soy yo. Aflojo el hilo al dorado pez del imperio. Entretanto me hago entregar copia de toda su correspondencia secreta con los espías ingleses y franceses. Entonces pego el tirón. Traigo a las riberas de mis exigencias al emisario, y no lo suelto hasta que me asegura que mis reclamaciones serán satisfechas: Reconocimiento pleno, irrevocable, de la Independencia del Paraguay. Devolución de territorios y ciudades usurpados. Indemnización por las invasiones de las bandeiras. Nuevo tratado de límites que borre las cruciferarias fronteras impuestas por la bula del papa Borgia y por el Tratado de Tordesillas. Trueque de armas y municiones por madera y yerba.

Vea, señor cónsul, usted va a ponerme por escrito todo lo que ha prometido. Tomo sus palabras como salidas de la misma boca de su emperador. Va en ellas el honor del imperio. Eh eh ah. ¡Mais claro, absolutamente verdade, Excelencia! ¡Vocé va a tener el cargamento de armas mais grande do mundo! Que venga pronto el armamento, le digo, y remedándolo: Que sabe faz a hora nao espera acontecer. Os amores na mente as flores no chao/A certeza na frente/A historia na mao. ¿Eh? ¿Eh? ¡Certissimamente Excelencia! ¡Certissimamente! ¿Cuándo vendrá el cargamento, seor consuleiro? Embora embora, que esperar nao é saber, le zumbo en la oreja. ¡Certissimamente!, fugó la voz del cónsul de izquierda a derecha. Movimiento de succión con el doble émbolo de la linguageral. Está además la cuestión de esos límites a la bailanta que tenemos que ajustar, eh seor cónsul. Los saltos de agua. Las presas. ¡Sobre todo las presas que quieren convertimos en una presa ao gosto do Imperio mais grande do mundo! Eh. Eh. Eh. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Certissimamente!, seguía mascullando el incierto embustero por una y otra juntura. Ah y ah y ah, no vuelva a omitir el tratamiento adecuado a la República y al Gobierno Supremo. Vea que esto no es teatro. Lo que convengamos con el imperio no será materia de aplausos sino de firmas muy firmes. Francas y honradas. De una cordillera a la otra. ¡Certissimamente Excelencia! Cuando vi que la comisura-comisionaria iba a deslizarme algo al oído, levanté la mano: Vocé va a pedirme que después de la función le envíe a su alojamiento a la Mujer-que -viene-de-los-bosques, ¿no? Usted pretende que le repita en privado la escena de la tijera, ¿no es eso, seor conselheiro? ¡Usted es un genio, Señor Dictador Perpetuo de la República do Paraguay! ¡Tiene dotes de taumaturgo adivinador!

¡El más zahori de los adivinadores! ¡Telepatía pura! Vea, mi estimado telépato Correia, usted comprenderá que no puedo prostituir a la República arrimándola a su cámara. No, da Cámara, esta correia no es para su cuero. ¿Puedo yo pedirle a usted que traiga al imperio y lo meta en mi cama? Francamente no. Lo menos que se puede decir sobre eso, seor consuleiro, es que no está bien ¿no? ¡Nada beim! Os amores na mente/As flores no chao, ¿eh, no?, ¡Certissimamente tein razón, Excelencia! Bien entonces mañana seguiremos conversando en la Casa de Gobierno, que agora la función se ha terminado. Veo entrar al ministro Benítez con el sombrero de plumas del enviado imperial. ¿No sabe usted, bribón, que no debe aceptar regalos de nadie? ¡Devuelva inmediatamente ese adefesio con el que se le ha pretendido sobornar! Por este despropósito le impongo un mes de arresto.

En el mismo sitio, donde está sentado Echevarría el 12 de octubre de 1811, presenciando la parada y comiéndose las uñas, hago sentar al tercer enviado porteño Nicolás de Herrera, dos años después. Un congreso de más de mil diputados ha establecido por aclamación el Consulado. Yo ocupo la silla de César; Fulgencio Yegros, la silla de Pompeyo. El primo, ex presidente de la ex Primera Junta Gubernativa, sitia ahora segundo a mis espaldas.

En Buenos Aires, a la caída del Triunvirato, un presunto Poder Supremo en Formación envía al gato malhumorado de Herrera. Ha llegado a Asunción en mayo. Mal mes para los porteños. Desde entonces aguarda a que se le reciba. Lo he mandado guardar en el depósito de la Aduana. Decoroso alojamiento, el galpón de las mercaderías suspectas de olor a contrabando. El gato emisario trae los dedos llenos de antojos, los ojos llenos de dedos. Se desahoga, entretanto, enviando a su gobierno notas confidenciales plagadas de antojadizas inconfidencias. 1

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Ahora está sentado en el mismo escaño que ocupó Echevarría. Formando con él la segunda persona de una sola traicionera no-persona. Antes, le he permitido asistir al Congreso a presentar sus pretensiones. Se le ha dicho que no y no y no a todo. Le he dicho que el Paraguay no necesita de tratados para defender su libertad y conservar la fraternidad con los otros Estados. Son leyes y sentimientos naturales de su constitución. Dos meses después se irá con las manos vacías. Sin unión, sin alianza, sin tratado, con sólo el par de zapatones nuevos y el poncho de sesenta listas que se le ha regalado a costa del erario para reponer su vestimenta y zapatos completamente arruinados en los vanos trajines. A duras penas ha conseguido salvarse del ataque de los ciudadanos por su petulante comportamiento en el congreso.

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