Pantale?n Y Las Visitadoras
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Pantale?n Pantoja, un capit?n del ej?rcito recientemente ascendido, recibe la misi?n de establecer un servicio de prostituci?n para las fuerzas armadas del Per? en el m?s absoluto secreto militar. Estricto cumplidor del deber que le ha sido asignado, Pantale?n se traslada a Iquitos, en plena selva, para llevar a cabo su cometido, pero se entrega a esta misi?n con tal obcecaci?n que termina por poner en peligro el engranaje que ?l mismo ha puesto en movimiento.
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Ya sé que estás en el Ministerio, tu mamá me explicó-canta, suelta unas lagrimas, cambia sonrisas cómplices con la señora Leonor Pochita-. No importa que no fueras, zonzo. ¿Qué te han dicho, amor, qué te van a hacer?
– No sé, ya veremos, todavía estoy en capilla-ve sombras tras los cristales, recobra la impaciencia, el miedo Panta-. Apenas salga, iré volando. Tengo que cortar, Pocha, se está abriendo la puerta.
– Pase, capitán Pantoja-no le da la mano, no le hace una venia, le vuelve la espalda, ordena el coronel López López.
– Buenas noches, mi coronel-entra, se muerde el labio, estrella los tacos, saluda el capitán Pantoja-. Buenas noches, mi general. Buenas noches, mi general.
– Creíamos que no mataba una mosca y resultó un pendejo de siete suelas, Pantoja-mueve la cabeza detrás de una cortina de humo el Tigre Collazos-. ¿Sabe por qué tuvo que esperar tanto? Se lo explicamos ahorita. ¿Sabe quienes acaban de salir por esa puerta? Cuénteselo, coronel.
– El Ministro de Guerra y el jefe de Estado Mayor -echan chispas los ojos del coronel López López.
– Traer los restos a Iquitos era imposible porque ya apestaban y Santana y sus hombres podían pescar una infección de los mil diablos-pone visto bueno al informe, viaja a Iquitos en motora, se entrevista con el general Scavino, de regreso a su guarnición compra un chanchito el coronel Máximo Dávila-. Y, además, iban a seguirlo los chiflados, el entierro iba a ser monstruo.
Creo que el río fue lo más sensato. No sé que piensa usted, mi general.
– ¿Adivina para qué vinieron?-gruñe, disuelve una pastilla en un vaso de agua, bebe, hace ascos el general Victoria-. A amonestar al Servicio por el escándalo de Iquitos.
– A reñirnos como si fuéramos reclutas frescos, capitán, a echarnos interjecciones con las canas que tenemos-se expulga los bigotes, enciende un cigarrillo con el pucho del anterior el Tigre Collazos-. No es la primera vez que tenemos el gusto de recibir aquí a esos caballeros. ¿Cuántas veces se han tomado la molestia de venir a jalarnos las orejas, coronel?
– Es la cuarta vez que el Ministro de Guerra y el jefe de Estado Mayor nos honran con su visita-bota a la papelera las colillas del cenicero el coronel López López.
– Y cada vez que se aparecen por esta oficina, nos traen de regalo un nuevo paquete de periódicos, capitán -se escarba las orejas, la nariz, con un pañuelo azulino el general Victoria-. En los que se habla flores de usted, naturalmente.
– En estos momentos, el capitán Pantoja es uno de los hombres más populares del Perú-coge un recorte, señala el titular "Elogia Prostitución Capitán del Ejército: Rindió Homenaje a Polilla Loretana" el Tigre Collazos-. ¿De dónde se imagina que viene este pasquín? De Tumbes, qué le parece.
– Es el discurso más leído en la historia de este país, sin la menor duda-revuelve, baraja, desparrama los diarios en el escritorio el general Victoria-. La gente recita párrafos de memoria, se hacen chistes sobre él en las calles. Hasta en el extranjero se habla de usted.
– En fin, en fin, las dos pesadillas de la Amazonía terminaron de una vez por todas-se desabotona la bragueta el general Scavino-. Pantoja mutado, el profeta muerto, las visitadoras hechas humo, el Arca disolviéndose. Esto va a ser otra vez la tierra tranquila de los buenos tiempos. Unos cariñitos en premio, Peludita.
– Siento mucho haber causado inconvenientes a la superioridad con esa iniciativa, mi general-no mueve un cabello, no pestañea, aguanta la respiración, mira fijamente la foto del Presidente de la República el capitán Pantoja-. No fue esa mi intención, ni mucho menos.
Hice una evaluación incorrecta de los pros y los contras. Reconozco mi responsabilidad. Aceptaré la sanción que se me dé por esa falta.
– El gran problema es que no hay castigo lo bastante grave para la monstruosidad que se le antojo hacer allá en Iquitos-cruza los brazos sobre el pecho el Tigre Collazos-. Hizo tanto daño al Ejército con este escándalo que ni fusilándolo le cobraríamos la revancha.
– Le he dado vueltas y más vueltas al asunto y cada vez sigo más lelo, Pantoja-apoya la cara en las manos, lo mira con malicia, sorpresa, envidia, recelo el general Victoria-. Sea sincero, díganos la verdad. ¿Por qué hizo semejante disparate? ¿Estaba loco de pena por la muerte de su querida?
– Le juro por Dios que mis sentimientos por esa visitadora no influyeron absolutamente en mi decisión, mi general-sigue rígido, no mueve los labios, cuenta seis, ocho, doce condecoraciones en el frac del Primer Mandatario el capitán Pantoja-. Lo que he escrito en el parte es la más estricta verdad: tomando esa iniciativa, creí servir al Ejército.
– Rindiendo honores militares a una puta, llamándola heroína, agradeciéndole los polvos prestados a las Fuerzas Armadas-arroja bocanadas de humo, tose, mira su cigarrillo con odio, murmura me estoy matando el Tigre Collazos-. No nos defiendas, compadre. Con otro servicio como éste, nos desprestigiaba para siempre.
– Me apresure, retirándome en vez de dar la última batalla-recuesta la cabeza en la hamaca, mira al cielo y suspira el padre Beltrán-. Te confieso que extraño los campamentos, las guardias, los galones. En estos meses he soñado a diario con espadas, con la corneta de la diana. Estoy tratando de volver a vestir el uniforme y parece que la cosa tiene arreglo. No olvides las bolitas, Peludita.
– Mis colaboradoras estaban profundamente afectadas por la muerte de esa visitadora-desvía un milímetro los ojos, distingue el mapa del Perú, la gran mancha verde de la selva el capitán Pantoja-Mi objetivo era levantarles la moral, animarlas, pensando en el futuro. Yo no podía suponer que el Servicio de Visitadoras iba a ser clausurado. Precisamente ahora, cuando funcionaba mejor que nunca.
– ¿No pensó que ese Servicio sólo podía existir en la clandestinidad más absoluta?-pasea por la habitación, bosteza, se rasca la cabeza, oye campanadas, dice es tardísimo el general Victoria-. Se le advirtió hasta el cansancio que la primera condición de su trabajo era el secreto
– La existencia y las funciones del Servicio de Visitadoras eran conocidas de todo el mundo en Iquitos, mucho antes de mi iniciativa-mantiene los pies juntos, las manos pegadas al cuerpo, la cabeza inmóvil, trata de localizar Iquitos en el mapa de la pared, piensa es ese punto negro el capitán Pantoja-. Muy a pesar mío. Le aseguro que tomé todas las precauciones para evitarlo. Pero en una ciudad tan pequeña era imposible, al cabo de unos meses la noticia tenía que saberse.
– ¿Era esa una razón para que convirtiera los rumores en una verdad apocalíptica?-abre la puerta, indica puede partir cuando quiera, Anita, yo cerraré el coronel López López-. Si quería discursear, por qué no lo hizo en nombre propio y vestido de civil.
– ¿Así que todas lo extrañan mucho? Yo también, éramos buenos amigos, el pobre debe estar helándose de frío-se tiende boca arriba el teniente Bacacorzo.
Pero al menos no lo sacaron del Ejército, se hubiera muerto de tristeza. Sí, hoy así. Manos a la cadera, cabeza echada para atrás y a moverse, Coca.
– Por una equivocada evaluación de las consecuencias, mi coronel-no ladea la cabeza, no mira de soslayo, piensa que lejos parece todo eso el capitán Pantoja-.Estaba atormentado con la idea de que hubiera una desbandada en el Servicio después de lo de Nauta. Y cada vez resultaba más difícil reclutar visitadoras, al menos de calidad. Quería retenerlas, reavivar su confianza y cariño por la institución. Siento mucho haber cometido ese error de cálculo.
– Su equivocación nos viene costando una semana de colerones y de malas noches-enciende un nuevo cigarrillo, chupa, bota humo por la boca y la nariz, tiene los cabellos alborotados, los ojos enrojecidos y fatigados el Tigre Collazos-. ¿Es verdad que pasaba personalmente por las armas a todas las candidatas al Servicio de Visitadoras?
– Era parte del examen de presencia, mi general-enrojece, enmudece, articula atorándose, tartamudea, se clava las uñas, se muerde la lengua el capitán Pantoja-.
Para verificar las aptitudes. No podía fiarme de mis colaboradores. Había descubierto favoritismos, coimas.
– No sé cómo no acabó tuberculoso-aguanta la risa, ríe, se pone serio, vuelve a reír, tiene los ojos con lágrimas el Tigre Collazos-. Todavía no descubro si es usted un pelotudo angelical o un cínico de la gran flauta.
– El Servicio de Visitadoras al agua, el Arca al agua, ya no hay a quien defender y nadie me afloja ni medio -se golpea la barriga, se tuerce, retuerce, chasquea la lengua el Sinchi-. Hay una conspiración general para que me muera de hambre. Esa es la razón de que no te responda y no tu falta de encantos, cara Penélope.
– Terminemos este asunto de una vez-da un golpecito en la mesa el general Victoria-. ¿Es cierto que se niega a pedir su baja?
– Me niego terminantemente, mi general-recobra la energía el capitán Pantoja-. Toda mi vida está en el Ejército.
– Le estábamos regalando una salida cómoda-abre un cartapacio, alcanza al capitán Pantoja un pliego escrito a máquina, espera que lo lea, lo guarda el general Victoria-. Porque podríamos someterlo a consejo de disciplina y ya supone la sentencia: degradación infamante, expulsión.
– Hemos decidido no hacerlo, porque ya está bien de escándalo y por sus antecedentes personales-humea, tose, va a la ventana, la abre, escupe a la calle el Tigre Collazos-. Si prefiere quedarse en el Ejército, allá usted. Se dará cuenta que con ese parte que hemos añadido a su foja de servicios va a pasar una buena temporada sin que sus galones tengan crías.
– Haré todo lo posible para rehabilitarme, mi general -se alegran la voz, el corazón, los ojos del capitán Pantoja-. Ningún castigo será peor que el remordimiento de haber causado un daño involuntario al Ejército.
– Está bien, no vuelva a meter nunca más la pata de esa manera-mira su reloj, dice son las diez, yo me voy el general Victoria-. Le hemos encontrado un nuevo destino bien lejos de Iquitos.
– Se va usted allá mañana mismo y no se mueve de ese sitio lo menos un año, ni siquiera por veinticuatro horas-se pone la guerrera, se sube la corbata, se alisa el cabello el Tigre Collazos-. Si quiere seguir en el Ejército, es indispensable que la gente se olvide de la existencia del famoso capitán Pantoja. Después, cuando nadie se acuerde del asunto, ya veremos.
– Los brazos amarraditos así, las patitas así, la cabeza caída sobre esta tetita jadea, va, viene, decora, anuda, mide el teniente Santana-. Ahora ciérrame los ojos y hazte la muerta, Pichuza. Así mismo. Pobrecita mi visitadora, ay qué pena mi crucificada, mi hermanita del Arca tan rica.