El caldero de oro
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Es esta novela el relato de un tiempo m?tico que re?ne en s? el pasado y el presente, marcado por las invasiones y los olvidos, origen y testigo de las vidas de quienes lo poblaron desde su principio. El caldero de oro ser? el s?mbolo de las estirpes que vivieron junto al r?o milenario, leyenda fundacional, s?mbolo insoslayable de la infancia de un protagonista que, un d?a, regresar? al pueblo de sus antepasados, abandonado y solitario, para encontrase con un destino encerrado en su propia historia. Narrada desde la memoria y la imaginaci?n sustentada en un lenguaje que no olvida nunca su condici?n reveladora, El caldero de oro fue saludada como una de las obras que evidenciaban la renovada vitalidad de la literatura espa?ola.
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– Qué te pasa, qué haces.
Entonces se puso de pie y comenzó a desnudarse. Doblaba con cuidado la ropa y la guardaba en el cajón superior de la cómoda. Descolgó luego el mono y se lo puso. Se metió un pañuelo en el bolsillo y se calzó.
– ¿No vas a dormir?
– Tengo mucha faena.
No volvió al Bar Alameda y no me dio ninguna explicación de las causas de su decisión. Pero aquel verano, una noche que estuve con Isolina (yo seguía viéndola intermitentemente y, para dar a nuestra relación un sentido distinto, neutral, me gustaba hacerle algún regalo equivalente al precio de lo que ellas llamaban (el servicio.), ella me contó que Lupi le había pedido a su hermana que se casase con él.
– Sigue tu primo enfadado con Felisa, ¿verdad?
– ¿Qué dices?
– Se enfadó mucho con ella. La llamó perdida, pendón, qué sé yo. ¿No lo sabías?
– No.
– ¿No te lo contó? Es muy cabezón ese primo tuyo, ¿sabes?
– ¿Qué pasó?
– Si lo sabe todo el mundo. Le dijo que quería casarse con ella.
– Ese Lupi es tremendo -dije-. ¿Y ella?
– Vamos -contestó Isolina-. Qué chiquillada, ¿no crees?
Y sin embargo, cuando volví a casa y le vi en el taller todavía, inclinado sobre un motor, tiznado el rostro y las manos manchadas de grasa, a la luz de aquella bombilla solitaria, sentí por él una ternura risueña.
– Qué trabajador.
– Ahora mismo acabo -dijo.
Empezó a limpiarse con unos trapos.
– Oye, Lupi, estuve en el Alameda.
Siguió muy atareado en su limpieza, sin replicar. -Muchos recuerdos de Feli. Te echa de menos.
Pero sin duda mantenía viva su herida, porque me miró a los ojos con gesto adusto.