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El Error De La Luna

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El Error De La Luna
Название: El Error De La Luna
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Error De La Luna - читать бесплатно онлайн , автор Cam?n H?ctor Aguilar

El error de la luna es la historia de una familia los Gonzalbo -, donde el personaje central es la vida de la t?a Mariana, y la b?squeda de su sobrina Leonor por encontrar la verdad de lo sucedido. De desenmara?ar el secreto guardado en los pliegues de ese linaje de los Gonzalbo la vida de Mariana y un gran amor el de Lucas Carrasco.

El error de la luna es tambi?n una novela de mujeres enamoradas. Las Gonzalbo giran alrededor de la vida fracturada de Mariana, de sus distintas versiones, y de la obsesi?n que hereda Leonor, la joven sobrina a la b?squeda de un pasado que decide suyo, sinti?ndose la heredera o reencarnaci?n de la t?a, al grado de hacerse obsesi?n. Ciertamente la novela te atrapa, en las historias de amor de Mariana, Lucas, la propia Leonor, Rafael Li?vano, Carmen Ramos, la t?a Cordelia, Angel Romano, Alina Fontaine y los abuelos Filisola y Ram?n Gonzalbo, en el dise?o tr?gico de sus vidas, en sus complicidades ante la fatalidad.

Veamos algunos avances de esta entretenida novela que te atrapa entre su lectura…

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– ¿Para qué?

– Para saber todo de ti. Todo lo que supo Mariana.

– Tú no eres Mariana. Esa historia no te toca. ¿Tú qué sabes si me toca o no? -Lo sé perfectamente -dijo Lucas. -

– ¿Vamos a ir a tu casa? -No.

Leonor se paró con un mohín de despecho y fue rumbo al baño esforzándose inútilmente en caminar derecha. Regresó pintada de nuevo pero tambaleándose aún, y no se dirigió a la mesa de Lucas sino a la de enfrente, donde dos vagos terminaban de comer fumando puros y elevando sus copas de coñac. Se sentó junto a ellos, luego de preguntarles si estaba ocupado el lugar y si les importunaba su compañía. Estaba a punto de perder el sentido, ebria y confusa como Lucas no la había visto nunca, pero pidió un coñac. Antes de que su copa llegara, Lucas pagó la cuenta, recogió el bolso de metal y pasó a buscarla.

– Nos vamos -le dijo.

– ¿A tu casa?

– A mi casa -aceptó Lucas, y la hizo pararse de la mesa.

Cuando pasaron junto al bar del restorán, Leonor dijo:

– Quiero una copa antes.

– Hasta la casa -ordenó Lucas.

– Soy tuya -le dijo Leonor cuando subieron al coche.

– Deja de jugar.

– No es un juego. Rompí con mi familia. No tengo a dónde ir. Tú eres el único lugar a donde quiero ir. Voy a vivir contigo.

– Yo no vivo con nadie -dijo Lucas.

– Soy tuya -insistió Leonor.

Se durmió en el coche, pero al llegar a la casa pidió otra copa y fue al baño a fumar la bachicha de hierba que le quedaba.

– ¿Aquí fue todo? -preguntó al volver, señalando la sala de altos libreros y sillones de cuero.

– ¿Todo, qué? -dijo Lucas.

– Tú y Mariana. Todo -dijo Leonor. Te amo.

Y se quedó dormida en un sofá.

Lucas la cargó a la recámara de huéspedes. Sintió su levedad, su juventud, su olor de niña escapando entre las vetas del alcohol y la agresividad del perfume. Dejó prendida una lámpara para ve lar su sueño y bajó a la sala por un wisqui. Camino a su cuarto, lo asaltó el recuerdo de Mariana. Le sucedía de vez en cuando: el dolor de Mariana venía intacto y explotaba en la boca de su estómago con una mezcla de fiesta y batalla. "Todavía estás ahí", dijo. Era el mismo dolor que se quedó en su estómago varios días después de que Mariana abrió la puerta de su departamento aquella madrugada y le dijo, blanca de miedo y sorpresa: "No estoy sola". Había bajado a la calle doblado sobre sí mismo, ocupado por ese dolor de los esfínteres a las sienes, y por el rostro despintado de Mariana diciéndole "No estoy sola". El dolor se había quedado una semana y había regresado desde entonces, sin aviso ni método, junto con los asaltos de Mariana sobre su soledad y su memoria. Durante años había despertado en la madrugada con el dolor clavado en el diafragma de su estómago. Luego, los asaltos se habían espaciado, habían llegado á pasar meses largos sin que la ráfaga volviera, pero infaliblemente regresaba. Al paso de un objeto o la evocación de una escena, la punzada volvía a tomarlo con una furia que llegó sin embargo a agradecer, porque le recordaba que Mariana estaba intacta todavía en alguna parte de él, y que eso que quedaba prendido a sus vísceras era un antídoto pobre pero cabal contra su muerte.

Agradeció el dolor, suspendió el wisqui y trató de leer una hora antes de dormir. Agitado de sombras y presagios, despertó en la madrugada con el chirrido de la puerta. Entre legañas vio la silueta acercarse a su cama. Antes de que pudiera reaccionar, ya tenía junto, como una fuente fresca, el cuerpo desnudo de Mariana y la voz de Leonor repitiendo: -Soy tuya.

Saltó de la cama, cegado por la escena, pero Leonor vino tras él, tratando de besarlo, y exigiendo: -Te amo. Soy tuya. Hazme tuya.

La sentó en la cama y le echó una cobija sobre los hombros, antes de prender la lámpara.

– No -le dijo, mirándola con fijeza.

– Soy tuya, aunque no lo quieras elijo Leonor. Lucas admiró la belleza fantasmal de aquel rostro blanco y terso, noble y perfecto en sus líneas, incendiado por la fiebre de los ojos que brillaban como antorchas en la noche.

– No hables -le dijo. -Espérame aquí.

Lucas fue al baño, prendió un cigarrillo y fumó hasta sentir que el humo había entrado hondamente en él. Cuando volvió a su cuarto, Leonor estaba desnuda otra vez, blanca, larga y adulta en la abundancia de su pubis y la redondez rosada de sus senos. Volvió a cegarlo la belleza de ese cuerpo nítido, flotando como un cendal de niebla en la noche, pero volvió a taparlo con la cobija.

– No puede ser -le dijo.

– Está siendo -repuso Leonor.

– No, no está siendo -rehusó Lucas. -Ni puede ser. Quiero que entiendas esto. Tú eres lo más parecido a Mariana que puede tolerarse, pero no eres ella.

– Soy igual a ella -se ofreció Leonor. -Y también soy tuya.

– No eres igual a ella -dijo Lucas. -Aunque mires y camines igual. Y no eres mía. No tienes edad para ser de nadie.

– Tengo edad para elegir mi vida. Y te he elegido a ti -dijo Leonor. -Igual que Mariana.

– Yo no estoy disponible -dijo Lucas. -Ni para ti ni para nadie. Y deja de hablar de Mariana como si fueras ella.

– Yo soy ella -dijo Leonor.

– No -le dijo Lucas, exasperado. -Tú eres una muchacha caprichosa que confía demasiado en sus nalgas. No tienes nada que ver con Mariana.

– Quiero que me ames como a Mariana -porfió Leonor. Aquí estoy como ella, lista para ti. Pero yo no te voy a dejar, ni me voy a morir, ni voy a dejar que me maten.

¿De qué estás hablando? -le gritó Lucas, zarandeándola por los hombros, como si quisiera despertarla. -Deja de decir estupideces y escúchame, óyeme bien. Voy a decírtelo con toda claridad para que lo entiendas y terminemos con esto.

Yo soy el viudo de tu tía Mariana, y no quiero sustitutos. La única Mariana que me importa es la que queda en mí. Tú no eres parte de eso, no tienes que ver con eso, aunque te parezcas a tu tía.

¿No me quieres a mí? -murmuró Leonor.

– No -dijo Lucas, con la voz quebrada. -Quizá no he querido ni siquiera -a Mariana. Quizá sólo he querido mi encierro, mi desconsuelo por su muerte. Pero eso es lo que quiero y tú no tienes nada que ofrecer en eso. Mucho menos el chantaje de tu cuerpo.

– Te lo doy porque te amo -musitó Leonor.

– No -dijo Lucas. -Me lo das porque estás borracha, y no sabes bien a bien ni dónde poner las nalgas.

– Me desechas porque eres un desecho -le dijo, agraviada Leonor. -Por lo mismo que no pudiste con Mariana.

– Ya te dije que no me hables de Mariana -rechazó Lucas. -Vete a tu cuarto, cuenta borreguitos, sueña con tu novio, y no vuelvas a hablarme de Mariana.

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