El Invierno En Lisboa
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Esta historia es un homenaje al cine «negro» americano y a los tugurios en donde los grandes m?sicos inventaron el jazz, una evocaci?n de las pasiones amorosas que discurren en el torbellino del mundo y el resultado de la fascinaci?n por la intriga que enmascara los motivos del crimen.
Entre Lisboa, Madrid y San Sebasti?n, la inspiraci?n musical del jazz envuelve una historia de amor. El pianista Santiago Biralbo se enamora de Lucrecia y son perseguidos por su marido, Bruce Malcolm.
Mientras, un cuadro de C?zanne tambi?n desaparece y Toussaints Morton, procedente de Angola y patrocinador de una organizaci?n ultraderechista, traficante de cuadros y libros antiguos, participa en la persecuci?n. La intriga criminal se enreda siguiendo un ritmo meticuloso e infalible.
El Invierno en Lisboa confirm? plenamente las cualidades de un autor que se cuenta ya por derecho propio entre los valores m?s firmes de la actual novela espa?ola. El invierno en Lisboa fue galardonada con el premio de la Cr?tica y el premio Nacional de Literatura en 1988 y fue llevada al cine, con la participaci?n del trompetista Dizzy Gillespie.
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Lucrecia dobló la almohada y se recostó en ella, expulsando el humo con los labios muy poco separados, en lentos hilos grises y azules, listados como la penumbra y la luz. Dobló las rodillas y apoyó los pies unidos y descalzos en el borde de la cama.
– ¿Estás seguro de que no quieres venir conmigo?
Biralbo le acariciaba los tobillos: pero no era tanto una caricia como un delicado reconocimiento. Le apartó un poco la camisa, sintiendo todavía en los dedos la humedad de la piel. Volvieron a mirarse: parecía que lo que hicieran sus manos o dijeran sus voces rodeaba la intensidad de sus pupilas tan vanamente como el humo de los cigarrillos.
– Piensa en Morton, Lucrecia. A él y no a la policía es a quien debemos temerle.
– ¿Ésa es la única razón? -Lucrecia le quitó el cigarrillo y lo atrajo hacia ella, tocándole con las yemas de los dedos los labios y la herida de la frente.
– Hay otra.
– Ya lo sabía. Dímela.
– Billy Swann. El día doce tengo que tocar con él.
– Pero será muy peligroso. Alguien puede reconocerte.
– No si uso otro nombre. Procuraré que las luces no me den en la cara.
– No toques en Lisboa. -Lucrecia lo había empujado muy despacio hasta tenderlo junto a ella y le tomó la cara entre sus manos para que no pudiera mirarla-. Billy Swann lo entenderá. Éste no va a ser su último concierto.
– Puede que sí -dijo Biralbo. Cerró los ojos, le besó las comisuras de los labios, los pómulos, el inicio del pelo, en una oscuridad más deseada que la música y más dulce que el olvido.