Las Ratas
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Visi?n tr?gica y dura de un pueblo castellano, Las ratas -galardonada con el Premio de la Cr?tica 1962- es uno de los libros en que mejor ha reflejado Delibes el drama de la Castilla rural. En la novela, el medio geogr?fico y social parece determinar de modo decisivo el ser y el existir de sus criaturas, el destino parece jugar con esos personajes, pobres lugare?os aferrados al terru?o, vivos y elementales, que defienden rabiosamente su libertad. Entre ellos surge poderosamente la figura del Ratero, y sobre todo la del Nini, que intenta rebelarse contra la sordidez que le rodea, pero su rebeld?a es callada, dulce, sin vanidad, y le levanta a la altura de s?mbolo: el bien contra el mal, el candor contra la astucia…
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Una vez limpios los pesebres, se encaramó ágilmente en el pajar y arrojó al suelo con la horca unas brazadas de paja. Después se descolgó, tomó la criba y cernió el tamo en rápidos movimientos de vaivén. Seguidamente repartió la paja entre los dos pesebres y la cubrió, luego, con un serillo de cebada. El niño le miraba hacer atentamente y cuando acabó de repartir el grano le dijo:
– Cuélgalo patas arriba; si no, en lugar de ahuyentarlos hará de cimbel.
El Pruden se sacudió una mano con otra y agarró de nuevo el pájaro por la punta de un ala y penetró en la casa por la puerta de la cocina. El niño y la perra entraron tras él. La Sabina se revolvió furiosa al ver el cuervo.
– ¿Dónde vas con esa basura? -dijo.
El Pruden no alteró su voz templada y paciente. -Tú calla la boca -dijo.
Y depositó el pájaro sobre la mesa. Después se arrimó al hogar y dio la vuelta a las mondas de patata que cocían a fuego lento. Al cabo las apartó, se sentó con el balde entre las piernas y espolvoreó el salvado de hoja sobre las mondas y comenzó a envolverlo pacientemente.
El niño agarró la puerta para marcharse y el Pruden, entonces, se incorporó y dijo:
– Aguarda.
Le siguió por el pasillo de rojas baldosas hurgándose en los bolsillos del pantalón y una vez en la calle le alargó una moneda de peseta. El Nini le miraba fijamente, con precoz gravedad, y el Pruden se desconcertó, levantó los ojos al cielo, un cielo blanquecino, tímidamente azul, y dijo:
– No lloverá mas, ¿verdad, rapaz?
– Ha arrasado. El tiempo se pone de helada -respondió el niño.
Al regresar a la cocina, el Pruden analizó el grajo con concentrada atención y después continuó envolviendo en silencio el pienso de las gallinas. Al cabo de un rato levantó la cabeza y dijo:
– Digo que el Nini ese todo lo sabe. Parece Dios.
La Sabina no respondió. En los momentos de buen humor solía decir que viendo al Nini charlar con los hombres del pueblo la recordaba a Jesús entre los doctores, pero si andaba de mal temple, callaba, y callar, en ella, era una forma de acusación.