Posdata: Te Amo
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Hay personas que esperan toda la vida para encontrar a su alma gemela, pero este no es el caso de Holly y Gerry. Novios desde el instituto, se sent?an como si siempre hubiesen estado juntos. Pod?an acabar las frases del otro, e incluso cuando discut?an?como sobre qui?n deb?a salir de la cama para apagar la luz cada noche? lo hac?an riendo. Holly no sab?a qu? ser?a de ella sin Gerry. Nadie lo sab?a. Y as? fue como comenz? ` La Lista `? como una broma. En previsi?n de que pudiera sucederle algo malo, Gerry dejar?a a Holly una lista de cosas que hacer para salir adelante d?a tras d?a.
De pronto, la joven pareja se enfrenta a lo inimaginable: Gerry contrae una enfermedad fatal y fallece. Tres meses despu?s de su muerte, Holly sale de su casa para recoger un misterioso paquete que ha recibido su madre para ella. Cuando lo abre se encuentra con que Gerry ha cumplido su palabra. Le ha dejado ` La Lista `, una serie de cartas con instrucciones para cada mes. Todas van firmadas con `PD: Te amo`.
Rodeada de amigas de lengua afilada y con una familia que la ama y la sobreprotege hasta volverla loca, Holly Kennedy es una hero?na de nuestro tiempo: titubea, trastabilla, llora y bromea mientras se abre camino hacia la independencia, hacia una nueva vida de aventura, satisfacci?n profesional, amor y amistad.
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Fue hasta la cocina arrastrando los pies, envuelta en el batín de Gerry y calzada con las zapatillas «Disco Diva» de color rosa, sus favoritas, las que Gerry le había regalado la Navidad anterior. Ella era su Disco Diva, solía decirle. Siempre la primera en lanzarse a la pista, siempre la última en salir del club. ¿Dónde estaba esa chica ahora? Abrió la nevera y contempló los estantes vacíos. Sólo verduras y un yogur que llevaba siglos caducado y apestaba. No había nada que comer. Agitó el cartón de leche con un amago de sonrisa. Vacío. Lo tercero en la lista…
En la Navidad de hacía dos años Holly había salido con Sharon a comprar un vestido para el baile anual al que solían asistir en el Hotel Burlington. Ir de compras con Sharon siempre entrañaba peligro, y John y Gerry habían bromeado sobre cómo tendrían que volver a sufrir una Navidad sin regalos por culpa de las alocadas compras de las chicas. Y no se equivocaron de mucho. Pobres maridos desatendidos, los llamaban siempre ellas.
Aquella Navidad Holly gastó una cantidad vergonzosa de dinero en Brown Thomas para adquirir el vestido blanco más bonito que había visto en la vida.
– Mierda, Sharon, esto dejará un agujero tremendo en mi bolsillo -dijo Holly con aire de culpabilidad, mordiéndose el labio y acariciando la suave tela con la yema de los dedos.
– Bah, no te preocupes, deja que Gerry lo zurza -repuso Sharon, y soltó una de sus típicas risas socarronas-. Y deja de llamarme «mierda, Sharon», por favor. Cada vez que salimos de compras te diriges a mí así. Sé más cuidadosa o empezaré a ofenderme. Compra el puñetero vestido, Holly. Al fin y al cabo, estamos en Navidad, es la época de los regalos y la generosidad.
– Por Dios, mira que eres mala, Sharon. No volveré a ir de compras contigo. Esto equivale a la mitad de mi paga mensual. ¿Qué voy a hacer el resto del mes?
– Vamos a ver, Holly. ¿Qué prefieres?, ¿comer o estar fabulosa? ¿Acaso era preciso pensarlo dos veces?
– Me lo quedo -dijo Holly con entusiasmo a la dependienta.
El vestido era muy escotado, por lo que mostraba perfectamente el pecho menudo pero bien formado de Holly, y tenía un corte hasta el muslo que exhibía sus piernas esbeltas. Gerry no había podido quitarle el ojo de encima. Aunque no fue por lo guapa que estaba, sino porque no acertaba a comprender cómo diablos era posible que aquel pedazo de tela minúsculo pudiera ser tan caro. Una vez en el baile, la señorita Disco Diva se excedió en el consumo de bebidas alcohólicas y consiguió destrozar su vestido, derramando una copa de vino tinto en la parte delantera. Holly intentó sin éxito contener el llanto mientras los hombres de la mesa informaban a sus parejas, arrastrando las palabras, de que el número cincuenta y cuatro de la lista prohibía beber vino tinto si llevaban un vestido caro de color blanco. Entonces decidieron que la leche era la bebida preferida, puesto que no resultaría visible si se derramaba sobre un vestido caro de color blanco.
Poco después, cuando Gerry volcó su jarra de cerveza, haciendo que chorreara por el borde de la mesa hasta el regazo de Holly, ésta anunció llorosa pero muy seria a la mesa (y a algunas de las mesas vecinas):
– Regla cincuenta y cinco de la lista: nunca jamás compres un vestido caro de color blanco.
Y así se acordó, y Sharon despertó de su coma en algún lugar de debajo de la mesa para aplaudir la moción y ofrecer apoyo moral. Hicieron un brindis (después de que el desconcertado camarero les hubiese servido una bandeja llena de vasos de leche) por Holly y su sabia aportación a la lista.
– Siento lo de tu vestido caro de color blanco, Holly-había dicho John, hipando antes de caer del taxi y llevarse a Sharon a rastras hacia su casa.
¿Era posible que Gerry hubiese cumplido su palabra, escribiendo una lista para ella antes de morir? Holly había pasado a su lado cada minuto de cada día hasta que falleció, y ni él la mencionó nunca ni ella había visto indicios de que la hubiese escrito. «No, Holly, cálmate y no seas estúpida.» Deseaba tan ardientemente que volviera que estaba imaginando toda clase de locuras. Gerry no habría hecho algo semejante. ¿O sí?