El Ojo De Jade
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La moderna y emprendedora Mei acaba de abrir una agencia privada de detectives en pleno coraz?n de Pek?n. Esta mujer joven es un s?mbolo evidente del gran cambio cultural y ec?nomico que est? viviendo China. Al volante de su Mitsubishi rojo, y con un hombre como secretario, Mei est? preparada para su nuevo trabajo. Cuando un cliente le pide que encuentre un valioso jade de la dinast?a Han sustra?do de un museo en plena Revoluci?n Cultural, Mei se ver? obligada a profundizar en ese oscuro periodo de la historia de China.
La investigaci?n de Mei revela una trama que tiene mucha m?s relaci?n con el pasado y la historia de su propia familia de lo que podr?a haber esperado. Esto la llevar? a la trastienda de Pek?n y a un secreto tan bien guardado que, desenterrarlo, amenazar? con destruir lo que Mei consideraba sagrado…
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El viejo Huang se encogió de hombros.
– Las bebidas allí son caras, pero un viajero solitario puede conseguir algo de acción, acercarse a la piel de una mujer. Y, si tiene dinero, jugar una partida de poker; hasta puede que tenga suerte. Jugarse el dinero está mal y es ilegal: ésa es la política del Partido, y para mí es la correcta. Pero un poquito de vez en cuando no hace daño a nadie. El tío Ma y yo vamos alguna vez al Venga la Suerte a jugar una partida de mah-jong: treinta o cuarenta yuanes, sólo para divertirnos. Alguna vez ganamos una manita. Pero no somos adictos; si uno es adicto, entonces el juego es mortal. El mah-jong es otra cosa. Es un juego más elaborado, no depende tanto de la suerte.
– ¿Les importaría llevarme al Venga la Suerte? -preguntó Mei, sonriendo. Sus grandes ojos aletearon como luciérnagas en una noche de verano-. Verán, es que han visto a Zhang Hong por ahí con una amiga joven. Su mujer le quiere de vuelta antes de que todo el dinero se haya esfumado.
– Bueno, si él es del tipo jugador, no habrá nada que lo pare -dijo el viejo Huang, con aire sagaz. Al parecer le complacía que una guapa joven le necesitara. Se volvió a su amigo-. ¿Tú quieres ir? Como se entere tu mujer…
– Sí -dijo el tío Ma con rapidez, bajando la cabeza y lanzando con sus pequeños ojos una mirada avergonzada a la mesa donde reposaban sus manos y donde el té se había enfriado en su taza-. Yo también voy.
