Instinto De Inez
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Es una obra m?gica e intrigante, una novela sobre la memoria, el recuerdo, y el olvido. En donde indaga en el dilemma de, unas veces revivir el pasado y otras, sepultarlo.
El tema narrativo se podr?a explicar en pocas l?neas: `Es la historia de amor de una mujer que se enamora de un hombre que no est? en su tiempo ni en su espacio y que debe buscar en otro tiempo y en otro espacio, as? de simple es la historia`, en palabras del autor.
Sin embargo, muy apesar de lo que el autor afirma, la historia que relata el libro es compleja, y en realidad son dos historias que se unen al final.
Por un lado, tenemos la vida en el siglo XX, de un jubilado director de orquesta, Gabriel Atlan-Ferrara, en la que se cuenta su discurrir profesional y sentimental con una soprano, Inez de Prada.
Por otra parte, el relato de una pareja de una etapa muy diferente, la Prehistoria, con sus problemas para sobrevivir y una gran violencia que les viene encima.
Algunos personajes de esta segunda historia pasan a la primera, y de esta manera se crea una historia muy atractiva para cualquier lector.
Esta obra como en la gran mayor?a de los libros de Carlos Fuentes, nos entretiene, pero tambi?n nos obliga a pensar. No es una obra que solamente irradie belleza por medio de sus palabras y recursos literarios, sino que desprende ideas sobre los temas m?s importantes para el ser humano: el amor, la muerte, y la violencia, entre otros.
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– No, Dicke, te equivocas… yo quise hacer de ella mi pensamiento eterno y único. Eso es todo.
La Dicke rió estruendosamente y acercó el rostro al de su amo con una ferocidad de pantera.
– No volverá ya. Usted va a morir. Quizás la encuentre en otra parte. Ella nunca abandonó su tierra original. Sólo vino a pasar un rato aquí. Tenía que regresar a los brazos de él. Y él nunca regresará. Resígnate, Gabriel.
– Está bien, Dicke -suspiró el maestro.
Pero para si decía: Nuestra vida es un rincón fugitivo cuyo propósito es que la muerte exista. Somos el pretexto para la vida de la muerte. La muerte le da presencia a todo lo que habíamos olvidado de la vida.
Caminó con paso lento hasta su recámara y miro con atención dos objetos posados sobre la mesa de noche.
Uno, la flauta de marfil.
Otro, la fotografía enmarcada de Inez vestida para siempre con los ropajes de la Margarita de Fausto, abrazada a un joven de torso desnudo, sumamente rubio. Los dos sonriendo abiertamente, sin enigma. Nunca más separados.
Tomó la flauta, apagó la luz y repitió con gran ternura un pasaje del Fausto.
La criada lo escuchó de lejos. Era un viejo excéntrico y maniático. Ella se deshizo las trenzas. La cabellera larga, blanca, le colgaba hasta la cintura. Se sentó en la cama y alargó los brazos, musitando una lengua extraña, como si convocara un parto o una muerte.