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Psicomagia

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Psicomagia
Название: Psicomagia
Дата добавления: 16 январь 2020
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Psicomagia - читать бесплатно онлайн , автор Jodorowsky Alejandro

Psicomagia es el documento m?s completo sobre la evoluci?n de la obra creativa y terap?utica de Alejandro Jodorowsky, e incluye la versi?n ?ntegra, in?dita en Espa?a, del texto fundamental para comprender la psicomagia. El autor nos muestra el camino que le llev? a ella, desde sus primeros actos po?ticos y teatrales hasta su aprendizaje para controlar el mundo on?rico. Estos pasos imprescindibles, junto con el conocimiento que maestros, curanderos y chamanes le transmitieron, fue lo que dio origen a sus t?cnicas para sanar, conocidas como psicomagia y psicogenealog?a. El libro ofrece tambi?n al lector una reciente entrevista con Jodorowsky, en la que nos habla de la muerte, del destino, las religiones, la clonaci?n humana, su idea sobre el futuro de la humanidad o la necesidad de despertar nuestra mente. El volumen lo cierran un curso con ejercicios, donde el autor nos muestra c?mo es posible desarrollar nuestra creatividad y utilizarla para que nos libere de roles e ideas preconcebidas, y un ap?ndice con 12 casos psiqui?tricos reales cuyos pacientes fueron curados al serles prescritos actos de psicomagia.

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Acerqué mis manos con mucha lentitud. Cuando estaba a diez centímetros de sus senos me pidió que me detuviera. Obedecí y, al cabo de un largo rato, pasé muy cerca de la zona dolorosa, despacio, muy despacio, y volví a acercarme muy atento a su reacción. Ella, tranquilizada por la ternura de la atención que le dedicaba, percibiendo que actuaba con toda delicadeza, no emitió la menor protesta. Por fin, mis manos se posaron en sus senos, sin que ella sintiera dolor alguno, lo que le produjo un vivo asombro. Esta anécdota es un ejemplo de ese distanciamiento que, a mi modo de ver, es indispensable para quien desee realmente ayudar a los demás. Pude tocar, palpar los senos de aquella mujer situándome fuera de mi yo sexual, sin pensar ni un momento en obtener placer. En realidad, la toqué con el espíritu. En aquel momento yo no era un hombre, sino una entidad. Hay que ser capaz de tocar el cuerpo del otro, de entrar en contacto con su espíritu, sin que esta proximidad despierte en nosotros problemas aún no resueltos. He citado el caso de esta mujer hermosa, pero tal vez debería precisar que he tocado a toda clase de gente, viejos, jóvenes, guapos, feos, a veces deformes o enfermos… Lo importante es situarse en un estado interior que excluya toda tentación de aprovecharse del otro, de abusar del poder que uno tiene sobre él… Porque, a fin de cuentas, se trate de tarot, de masajes o de psicomagia nada adquiere sentido sino por una fuerza única: la energía desinteresada que a veces impulsa a un ser humano a acudir en ayuda de otro ser humano. Se trata de una energía pura, simple y sutil. Desde el momento en que interfiere la voluntad personal, el deseo o los temores, la relación de ayuda pierde su justificación y se convierte en una mascarada. No digo que en mí no puedan surgir estas manifestaciones del ego cuando actúo, pero las reconozco inmediatamente por lo que son y las dejo pasar, como se deja pasar a los sentimientos en la meditación zen, se desvanecen al instante y en nada influyen en mi relación con la persona que me ha dado la oportunidad de ayudarla. Soy consciente de la necesidad de una purificación interior, de esas abluciones rituales preconizadas por muchas tradiciones y que no sólo atañen al aseo corporal sino, ante todo, a la limpieza del corazón y del espíritu. Pero, por otra parte, ¿de qué me sirve romperme la cabeza preguntándome si estaré ya lo bastante purificado, lo bastante transparente? Recuerdo una historia zen acerca de esto: durante un paseo por un paisaje nevado un discípulo dice «Maestro, los tejados están blancos, ¿cuándo dejarán de estarlo?». El maestro tarda en contestar. Se concentra en su hara y al fin le dice con voz grave: «¡Cuando los tejados están blancos, están blancos. Cuando no están blancos, no están blancos!». ¡Es genial! Lo importante es aceptarse uno mismo. Si mi condición actual me produce malestar, es señal de que la rechazo. Entonces, más o menos conscientemente, trato de ser distinto del que soy; en definitiva, no soy yo. Si por el contrario acepto plenamente mi estado de este momento, estoy en paz. No me lamento por creer que debería ser más santo, más bello, más puro de lo que soy aquí y ahora. Cuando soy blanco, soy blanco; cuando soy oscuro, soy oscuro, y punto. Ello no impide que trabaje en mí, que trate de ser un instrumento mejor; esta aceptación de uno mismo no limita las aspiraciones sino que las sustenta. Porque sólo se puede avanzar a partir de lo que se es realmente.

Lo que dice nos conduce a contemplar posibles riesgos de tergiversación; si he entendido bien, sólo puede dispensar consejos psicomágicos una persona que haya trabajado mucho sobre si misma. Incluso diría que este tratamiento es, esencialmente, de usted y que por ser fruto de su trayectoria particular, difícilmente podría ser aplicado por otros, aunque sí que podría servirles de inspiración; de hecho usted tiene seguidores que pretenden emularlo. Sus veladas del Cabaret Místico atraen a toda clase de personas, algunas de las cuales, creyéndose mucho más preparadas de lo que están, utilizan sus palabras y sus enseñanzas por su cuenta…

Desgraciadamente, es verdad. Sólo citaré un caso: después de haberme oído hablar de psicomagia, cierto individuo se sintió autorizado para ponerse a practicarla inmediatamente. Organizó un cursillo y, con gran aplomo, prescribió a todas las mujeres asistentes el mismo acto: ¡cada una debía comprar unas tijeras grandes y enviarlas como regalo a su madre! ¡Catastrófico! Tiene que haber tantos consejos como personas, además los actos no se pueden prescribir «al por mayor». El supermercado psicomágico es una aberración. Cada acto se prescribe «a medida», después de una atenta escucha y, como he explicado, de un contacto espontáneo con el propio inconsciente, lo cual sólo es posible merced a una disociación del yo, que a su vez es fruto de un largo trabajo espiritual. Prescribir el mismo acto a todo un grupo, sin escuchar a la persona y sin un amor verdadero, me parece pernicioso. Imagina la reacción de las madres al recibir unas tijeras por correo… El efecto tuvo que ser negativo a la fuerza. Yo prescribo un acto aparentemente agresivo sólo cuando tengo la certeza de que las consecuencias serán positivas. Siempre se trata de actos esencialmente creativos. Por el contrario, este hombre ejerció una influencia destructiva.

El mismo individuo pidió a sus víctimas que se identificaran con una muñeca, que vertieran en ella todos sus dolores, toda su carga negativa y la depositaran en la casa de él, en un saco. Después vino a verme una mujer muy angustiada, presa de una psicosis, convencida de que ahora aquel hombre detentaba un poder sobre ella… Además, ni siquiera podía devolverle la muñeca para tranquilizarla porque, una vez que se marcharon sus consultantes, lo tiró todo a la basura. En resumen, se trataba de un comerciante que se dedicó a ganar dinero explotando mi trabajo y la credulidad de un grupo de mujeres. Se ha de denunciar públicamente a aquellos que se sirvan mal de mi nombre para practicar con otros la psicomagia.

Esto es un gran escollo. Pero ¿cómo evitar esa clase de adulteraciones?

La solución consiste en formar a unas cuantas personas en las que yo tenga verdadera confianza y a las que conozca desde hace tiempo, como ya hago en mis cursos de masaje, tarot o psicogenealogía, a los que suelen acudir psicólogos y psicoanalistas. Pero formar psicomagos es más delicado. Para ejercer esta disciplina es preciso haber realizado un profundo trabajo espiritual, haberse desprendido de las pasiones o, por lo menos, no ser ya presa de ellas… Vuelvo a insistir en que esto es el trabajo de toda una vida.

Algunos actos psicomágicos

Me gustaría que la última parte de nuestra conversación fuese más distendida y la dediquemos a la descripción de algunos actos psicomágicos.

No tengo inconveniente, pero debo hacer una advertencia: describir un acto psicomágico equivale a penetrar directamente en el lenguaje del inconsciente. Y no es éste un proceso anodino. Es posible que tú u otras personas os sintáis turbados al escucharlo o leerlo. No es que con estos actos yo trate de resolver enigmas extraordinarios, me conformo con atender pequeños problemas humanos, pues ¿qué hay más misterioso e irracional que los pequeños problemas de unos y otros? Nuestras dificultades cotidianas ocultan abismos, no son sino la punta de un enorme iceberg.

De acuerdo. Denos algunos ejemplos…

Por ejemplo, una bailarina amiga mía tuvo una hija con un hombre que tenía el mismo nombre de pila que el padre de ella. Esto es ya muy significativo. Pero es que, además, ¡la bailarina se llamaba igual que la madre de su amante!

Es como si cada uno buscara en el otro, respectivamente, a su padre y su madre…

Curioso, ¿no? En realidad, muchas veces la gente se enamora de un nombre o de una profesión que les recuerda a los del padre o la madre. Siendo aún niña, esta bailarina se quedó sola con su madre, totalmente apartada del padre. No sólo tuvo que encontrar posteriormente a un hombre que se llamara como su padre, sino que también se las ingenió para que éste la abandonara y desapareciera, a fin de que su hija tuviera una infancia parecida a la de ella. Por supuesto, todo esto no fue urdido conscientemente por ella; se trata de una estrategia inconsciente y, no obstante, de lo más burda. Cuando empezó a darse cuenta de los daños causados, vino a verme para pedirme que le prescribiera un acto que le permitiera perdonar a su padre y vencer así su odio a los hombres. Le rogué que me dijera en qué momento su padre había roto toda relación con ella. «Poco después de mi primera regla», me respondió. Es frecuente que un padre se aparte de su hija cuando ésta se hace mujer. Le parece haber perdido a la niña que sentaba en sus rodillas y le duele tener que renunciar a cierta forma de intimidad, de contacto. Después le pregunté dónde estaba enterrado su padre, le propuse que fuera a su tumba y le dije: «Allí, lo más cerca posible del cadáver, entierra un algodón empapado en tu sangre menstrual y un tarro de miel».

Sangre y miel…

Miel para instilar dulzura, para indicar que no se trata de un acto agresivo sino de una aproximación amorosa, de un intento de comunicación. Es un ejemplo de acto psicomágico muy sencillo que permite reactivar una relación cortada brutalmente y, al mismo tiempo, proseguir una evolución emotiva interrumpida traumáticamente. Aunque adulta, la mujer seguía en el estadio de la adolescente que tuvo que afrontar sus primeras reglas y la separación de su padre.

Otro ejemplo, por favor.

La joven Chantal se encontró a los 4 años interna en un colegio que dirigía la hermana de la madre de su madre…

Es decir, su tía-abuela…

Exactamente, una tía-abuela que tiranizaba sádicamente a esta niña. En su trabajo conmigo, Chantal descubrió todo el odio que sentía hacia aquella mujer. No podía perdonarla, pero tampoco podía vengarse, puesto que su tirana ya había dejado este mundo. Por lo tanto, le aconsejé que fuera a la tumba de aquella mujer y, una vez allí, diera rienda suelta a su odio: que pateara la tumba, que gritara, que orinara y defecara, pero con la condición de que analizara minuciosamente las reacciones que provocaba la ejecución de su venganza. Chantal siguió mi consejo y, después de desahogarse sobre la tumba, sintió desde el fondo de sí misma el deseo de limpiarla y cubrirla de flores. Y, poco a poco, tuvo que rendirse a la evidencia de que en realidad sentía amor por su tía-abuela.

¿Y eso usted lo había adivinado?

Claro, era evidente que todo aquel odio no era sino la cara deformada de un afecto no correspondido. Yo sabía que Chantal, una vez que hubiera expresado su pulsión de odio, sentiría la necesidad de dejar que se manifestara el amor que durante tanto tiempo había contenido por una mujer que, en aquel siniestro internado, representaba su único vínculo familiar.

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