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Rosario Tijeras

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Rosario Tijeras
Название: Rosario Tijeras
Автор: Franco Jorge
Дата добавления: 16 январь 2020
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Rosario Tijeras - читать бесплатно онлайн , автор Franco Jorge

El ?xito de `Rosario Tijeras`

CARTAGENA DE INDIAS.- En Medell?n tiene una l?pida con foto. La ?ltima morada de Rosario Tijeras, el personaje creado por el escritor Jorge Franco, es visitada en la ciudad donde muri? Gardel, que fue base de operaciones de uno de los m?s sangrientos carteles del narcotr?fico en los a?os 80.

`Rosario Tijeras`, la novela que dio fama internacional a su autor, vendi? en siete a?os m?s de 150.000 ejemplares s?lo en Colombia. Es, adem?s, canci?n en la m?sica del cantautor Juanes, y film, de la mano del mexicano Emilio Maill?.

Con serenidad, Franco cuenta a LA NACION que, salvo los protagonistas y la historia de amor, todos los hechos son reales. `Los sicarios herv?an las balas en agua bendita antes de matar y en el Museo de San Pedro, en Medell?n, hay un mausoleo con unos narcos sepultados y 24 horas de m?sica. Estos eran ritos del narcotr?fico`, dice el escritor.

La novela de Franco es reclamada por `los muchachos como lectura en las escuelas. Es maravilloso que, en medio de tantas distracciones, a los j?venes les interese leer una novela`, dice.

`No s? cu?l es la clave del ?xito de esta novela. El personaje es de carne y hueso. Y el lector lo siente, como yo sufr? escribi?ndola`, cuenta Franco, nacido en Medell?n. Novelas como la suya, o ` La Virgen de los Sicarios`, de Fernando Vallejo, reciben en Colombia un nombre curioso que ya acu?a una tendencia cultural: narcorrealismo o sicaresca, por la mezcla de elementos del sicariato y la picaresca espa?ola.

`Los artistas de mi generaci?n tenemos mucho para contar sobre el narcotr?fico, porque todos nuestros problemas sociales y pol?ticos como pa?s est?n ligados a este asunto. Tenemos que contar lo que vemos, lo que o?mos y lo que sabemos mientras esto nos afecte de manera tan fuerte. El otro tema en la literatura joven es la violencia urbana y la violencia pol?tica actual ligadas al mismo asunto`, dice el narrador. `Los pol?ticos nos han decepcionado profundamente. Mi generaci?n ha ido de la esperanza a la frustraci?n. Por eso hay que apoyar toda iniciativa por la paz`. Franco lo dice una vez m?s con esperanza, en relaci?n con la erradicaci?n de cultivos de coca y la desmilitarizaci?n de Colombia que ocupa hoy al gobierno de Alvaro Uribe.

Para conocer a `Rosario Tijeras` hay que dejarla hablar: `?Te has fijado que muerte rima con suerte? Es m?s dif?cil amar que matar`.

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– Ferney es lo único mío que me queda.

«Tal vez lo único que te queda de tu pasado, Rosario, porque si quisieras, yo te quedaría para siempre y no necesitarías nada más», me dije en silencio, dolido por su exclusión. Pero tengo que admitir que busqué reconfortarme con mi egoísmo y mis celos, porque me era imposible evitar sentir algún alivio al imaginármela sola, desprotegida, sin ninguno de los que pretendieron apropiársela. Sola, únicamente conmigo como isla.

– ¿Por qué estás así? -me preguntó de pronto, cambiando el tema.

– ¿Cómo que así?

– Con las manos así -explicó imitándome-, como si te fueran a tirar un balón.

– Me quemé las manos. Con la olla.

Una carcajada le borró su tragedia, le devolvió la belleza y el brillo en los ojos.

– A ver, yo veo -me dijo y se acercó. Me tomó las manos con una suavidad que no parecía suya. Me las acercó a su boca y las sopló, me las refrescó con un aire frío que me hizo pensar que era cierto que Rosario tenía un hielo por dentro, un hielo que ni su pasión ni su voltaje derretían y que mantenía su sangre helada para que nunca le flaqueara la voluntad de hacer lo que hacía.

– Vos sí sos güevón, parcero -dijo y me dio un beso en el dorso de las manos-. Por eso es que te quiero.

«Por güevón». No sabía si ponerme a reír o a llorar.

«Maldita», la insulté en mi pensamiento, pero ella en cambio siguió con mis manos entre las suyas, soplándolas sin mirarme, regocijándose con una risita burlona que me hizo sentir más güevón de lo que ella me había dicho. Pero después, cuando cerró los ojos y puso mis dedos en su mejilla y comenzó a acariciarse con ellos, a mimarse con esa suavidad que seguía pareciéndome ajena, pensé que valía la pena seguir sintiéndome así.

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