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El limonero real

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El limonero real
Название: El limonero real
Автор: Saer Juan Jos?
Дата добавления: 16 январь 2020
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El limonero real - читать бесплатно онлайн , автор Saer Juan Jos?

La escritura de Juan Jos? Saer ha sido reconocida por la cr?tica especializada como una de las m?s valiosas y renovadoras en el ?mbito de la lengua espa?ola contempor?nea. El limonero real (1974) representa un punto de condensaci?n central en su vasto proyecto narrativo. Una familia de pobladores de la costa santafesina se re?ne desde la ma?ana, en el ?ltimo d?a del a?o, para una celebraci?n que culmina, por la noche, en la comida de un cordero asado. Dos ausencias hostigan al personaje central de la novela: una, la de su mujer, que se ha negado a asistir a la fiesta alegando el luto por su hijo, otra, la de ese mismo hijo, cuya figura peque?a emerge una y otra vez en el recuerdo. Doblemente acosado por la muerte y por la ausencia, el relato imprime a su materia una densidad creciente, que otorga a la comida nocturna las dimensiones de un banquete ritual. El limonero real es la novela de la luz y de la sombra, cuyos juegos y alternancias punt?an el transcurso del tiempo, es la novela de las manchas que terminan, finalmente, por componer una figura, es la novela de la descripci?n obsesiva de los gestos m?s triviales, de las sensaciones y las percepciones, de las texturas y los sabores. Juan Jos? Saer naci? en Santa Fe, en 1937. Fue profesor en la Universidad Nacional del Litoral. En 1968 se radic? en Par?s y actualmente es profesor en la Facultad de Letras de la Universidad de Rennes (Francia).

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Como ya estábamos solos en la isla -yo, ella y el muchacho, y el Negro y el Chiquito ya le digo- nos pusimos a limpiar el terreno y al tiempo quedó un primor. No dejamos ni un yuyo ni atrás ni adelante. Rodeamos todo con alambrao y dirigimos la parra del fondo con estacas y travesaños. Plantamos árboles nuevos y trasplantamos otros que necesitan el trasplante para irse para arriba. Dejamos lugar en el medio del fondo para el limonero real, cosa de que ni lo secaran otras raíces ni lo ahogaran las ramas del paraíso en verano ni de los naranjos en invierno. Como está en flor todo el año hay que darle mucho lugar. Cuando le saqué los injertos usté veía el tronco derecho y arriba la copa llena de flores y unos limones amarillos grandes así. A más tenía botoncitos que a gatas si estaban empezando a reventar y también limones verdes más chicos y otros todavía más chiquitos, como aceitunas. Estaba ahí ya le digo desde antes de yo nacer, siempre igual, con las florcitas blancas que se venían al suelo despacio cuando usté sacudía las ramas para arrancar un limón. Todo el suelo alrededor se ponía blanco de flores. Hasta de noche echaba como una luz ese árbol. Y esas flores blancas no paraban nunca de florecer ni de venirse al suelo. De lo que quedaba de las florcitas salían los limones. También teníamos pollos y dos o tres ponedoras, y unos caballos. Andábamos a caballo por la isla cazando nutrias, comadrejas, y pasábamos con la canoa verde a la otra orilla donde estaba el rancho de Rogelio. De ahí íbamos con Rogelio y ya le digo los muchachos al almacén de Berini. Jugábamos a las bochas, al truco y al sapo. Tomábamos cerveza del pico de la botella, abajo de los árboles. Volvíamos a las casas por el camino. Los muchachos se nos adelantaban corriendo, se paraban y se quedaban atrás, después nos pasaban corriendo de nuevo y de nuevo se nos adelantaban, se dispersaban por el campo y después se nos volvían a poner a la par. Toda la familia trabajando después en el alberjal. Todo la familia juntando sandías y cosechando el máis. Hasta los viejos. Hasta los hijos de Agustín. Hasta Agustín. Y no va que volvemos a casa al mediodía, yo y el muchacho, y ella me dice que ha estado el Cabezón y me ha dejado una cosa. Qué iba venir a dejarme el Cabezón a mi casa. Lo ha enterrado en el fondo, dice ella, al pie del limonero. Y le ha dicho el Cabezón, dice, ya le digo, que es para mí solo y para nadie más. Vamos al fondo y vemos que al pie del limonero está la tierra removida. Ganas ganas de ver lo que hay abajo, no quiero mentirle, no me dan. Ella me da un palo seco, todo torcido, que termina en una punta finita, para que me ponga a cavar. Yo le digo que más vale cavo otro día y me quiero volver adelante, pero ella empieza a escarbar con el palo, haciendo un aujerito sobre la tierra removida, hasta que la punta del palo se quiebra y ella lo tira para arriba. El palo va a dar contra las ramas del limonero, que se empiezan a sacudir. Sale volando una bandada y las florcitas blancas se empiezan a caer. Caen hasta decir basta. Y no paraban vea nunca de sacudirse las ramas. Hacían un ruido como de lluvia y de viento. Va el muchacho y busca en el suelo alguna otra cosa con qué cavar. Trae una costilla chiquita, cuadrada, que le dicen, se arrodilla y se pone a cavar. Hace un aujero grande en la tierra, mete el brazo, pero no encuentra nada. Me dice que ha de haberse corrido para la parte de adelante, por abajo la tierra. Vamos todos adelante y vemos que cerca del paraíso el suelo se empieza a rajar, despacio, y empieza a volar tierra, como si estuviese cavando un tucu-tucu. Cuando la tierra dejar de volar, ella se arrodilla y mete la mano. Saca una latita de sardinas, abierta, que tiene adentro un algodón. Me la da. Yo no quería vea por nada del mundo sacar ese algodón, no quería. Ella me dice que lo saque. No me va creer si le digo que se reía. El muchacho dice que se va dar un chapuzón. Me voy al dormitorio con la latita en la mano y la dejo sobre el arcón. Ahí queda varios días. Nadie la debe de tocar. No dentramos al dormitorio más que para dormir. Y no va vea que una mañana me levanto y voy a poner el pie en el suelo y cuando apoyo toco la latita con la punta del dedo gordo. Me quedo sentado en la cama, palpando con la punta del dedo el borde de la latita y el algodón, sin mirar para abajo. Palpo mucho el algodón. Con la punta del dedo lo levanto y toco lo que hay abajo. Parece un pedacito de cuero, duro, medio áspero. Después alzo la latita y miro: abajo del algodón levantado hay un pedacito de cresta de gallo, viejo, endurecido y medio negruzco. Me lo acerco a la nariz y siento que echa mal olor. Está apoyado sobre otro algodón que hay en el fondo de la lata. Salgo al patio y tiro la lata al monte, por encima del tejido. Y no va que viene el Chiquito y me lo trae otra vez. Vuelta a tirar la cresta, esta vez sin la lata, y vuelta a traerla el Chiquito. Vuelta a tirarla; vuelta el animal a traérmela. La dejo sobre la mesa y me pongo de espaldas para no verla, vea. Y entonces viene el muchacho y no va que me pide la cresta para dice injertarla en el limonero. Dice que de injertarla en el limonero va perder el mal olor y va servir después para abonar la tierra. Lo dejo que se la lleve. Pero cuando voy a buscarlo al fondo, amargado ya le digo porque no me gustaba nada el asunto de la cresta, ella viene llorando a decirme que se lo han llevado a la milicia por culpa de la cresta, que por esa cresta lo han reconocido y se lo han llevado. Que no vaya ser que lo maten en alguna revolución. No es verdá, le digo, está injertando la cresta al limonero, en el fondo. Pero cuando voy no lo encuentro. En cuantito me voy acercando empiezo a oír el ruido de las ramas, como de lluvia y viento. No hay sol, está medio como nublado. Efetivamente, el limonero está sacudiéndose porque el palo que ella ha tirado al aire se ha quedado agarrado entre las ramas y las hace sacudir. Empiezo a saltar para agarrar el palo, pero no lo alcanzo. Y el árbol se sacude cada vez más fuerte, con ruido de lluvia y de viento. Casi ni se ve entre las florcitas blancas que caen despacio. Las ramas parece como que van a quebrarse. Salto otra vez y quedo sentado en la cama, oyendo el viento y la lluvia. Amanece.

Cuando está dormida, parece una muerta; despierta, parece dormir. No oye vea nada. Anda el santo día de un lado al otro y usté capaz la lleva por delante y ella ni lo ve. Ahora respira despacito, que ni se oye. Capaz que está despierta. Ha de haberse metido temprano en cama ayer. No hubo forma de llevarla. Yo primero a la mañana ya le dije de venir, y ni cuando vinieron las hermanas la pudieron convencer. Otro año más que ganó. Seis ya van que llevamos al tira y afloje, yo con querer que" ella salga a airearse aunque más no sea un poco, ella emperrada en que está de luto y que de luto no se debe de salir. De luto no se debe de salir, no, pero ya van a ser siete años y ella siempre emperrada en lo mismo. Por mucho que le hablaron entre todas no la pudieron convencer. No es forma de atuar que vengan vea las propias hermanas el día de (in de año y uno se emperré y se mantenga firme diciendo que está de luto y que de luto no se debe de salir. Aunque sea el propio hijo se debe un día de olvidar lo que pasó y salir ya le digo un poco a ver qué pasa en el mundo de afuera. Aunque sea el propio hijo ya le digo porque a los muertos hay que re-chazarlos más vea que a la bosta. Para mí la ley es lo que uno quiere hacer. Y no siempre es fácil darse cuenta, no, ya le digo. Pero de que hay vea que rechazar a los muertos más que a la bosta no tenga vea ninguna duda y de eso esté seguro porque póngale la firma que es como ya le digo le estoy diciendo. Momas la música empezó a sonar ya empezaron mis pieses a ponerse inquietos y a como querer saltar en el lugar donde estaban. Voy dejando pasar una pieza y otra y otra más después hasta que se pone a sonar "El aeroplano" y ahí nomás crucé el patio entre las parejas dejando solos a los músicos y la saqué a bailar. Se estrenó conmigo. Yo empecé a dar vueltas con la chica y las otras parejas ya le digo nos hicieron cancha y abrieron un círculo alrededor, golpeando las manos primero y después sin hacer más nada o por lo menos así me pareció. Digo que me pareció nomás porque desde el momento en que empecé a bailar ya no vi más nada; sé que sonaba la música pero hasta la música dejé de oír. Mientras bailábamos, hasta de ella me olvidé. Yo daba vueltas primero al compás del "Aeroplano" con mi sobrina la Teresita mientras los parientes nos hacían cancha formando un círculo alrededor, pero después ya todo eso no estaba más y no sé si habrá sido el vino o lo qué, o lo tarde que era, pero en la mitad de la pieza yo ya me había olvidado de todo y me movía, daba que le dicen vueltas bailando, y a esa altura ya vea no podía decirse que bailaba porque no había más música ni nada, por lo menos para mí. No había lo que se dice nada. De todo me olvidé ya le digo. Había luz, pero no estaban más los faroles; música, pero sin que se oyeran los instrumentos; olor a paraíso, pero no había más paraísos. Eso vea siguió hasta que dejé de bailar. Siempre como en pedo de contento me fui despidiendo de todos con un paquete de huesos para los perros y un poco de cordero en un plato que metí en la canasta y subí a la canoa y me puse a remar para las casas. Iba cruzando el río que estaba ya le digo muy tranquilo y negro y la luna llena estaba baja y muy grande. Usté la podía ver ahí nomás, encima de su cabeza. Eso me ha de haber durado lo menos una hora, porque me desperté cuando toqué la costa con la canoa y salté a tierra. Ya mientras iba subiendo la barranca y volvía por el caminito de arena en dirección al patio, llevando conmigo la canasta, veo otra vez las sombras de los perros que se me abalanzan en la oscuridad y me acuerdo de que ella ha de estar durmiendo. Me acuerdo de que se va despertar cuando yo dentre. Me acuerdo de que va hacer como si siguiera durmiendo. Me acuerdo de que no ha querido ir, diciendo que está de luto. Me acuerdo de cuando pasaba corriendo por el patio, con el pantaloncito azul descolorido, y desaparecía después en dirección al agua y me acuerdo que por un momento no se oía nada hasta que después resonaba el golpe de la zambullida. De todo eso me empecé a acordar cuando la canoa tocó la costa y saqué la cadena. Y cuando más me iba acercando al paraíso y a la mesa, más ya le digo me acordaba. Que ella no sepa que me olvidé; no, más vale que ella no sepa. Que no sepa que me olvidé desde que crucé el patio bajo los faroles y fui derecho hasta el vestido floreado. Se borraron los instrumentos y los faroles ya le digo, pero siempre quedando la música y la luz. Y después junto los paquetes, los meto en la canasta, pongo la canasta en el fondo de la canoa y empiezo a remar a la luz de la luna llena. Ni una nube vea en el cielo que hiciera pensar en esta lluvia de ahora que el viento trae contra el rancho por los cuatro costados y que deja primero en las hojas de los árboles y después vuelca en la tierra sacudiéndolas. Se oye todo al mismo tiempo y se confunde ya le digo el ruido del viento, el de la lluvia y el de las ramas. La luz de los refuciles entra por las rendijas antes de que el ruido de los truenos venga bajando cada vez más ligero y más fuerte hasta chocar contra el techo de paja y hacer temblar todo el rancho. Ni una sola nubecita no vi anoche que le hiciera pensar a usté que iba a venirse semejante tormenta. Anoche no había más que la luna llena y el ruido de los remos en el agua. El ruido de los remos en el agua, pero no estaban ni los remos ni el agua. Ni los remos ni el agua ni los instrumentos ni los faroles. Pero cada día que pasa el sol sale de nuevo y usté no podía pensar ya le digo que no habiendo anoche ni una sola nubecita se nos iba venir encima semejante tormenta esta mañana. Por eso digo yo que a los muertos hay que rechazarlos más que a la bosta y que más vale empezar cada día junto con el sol aunque sepamos que las ánimas andan vea olfateándose en el infierno. Empezar cada día con el sol, subiendo despacio, hasta pegar de firme y derecho como cuando veníamos por el camino en dirección al almacén de Berini. Yo digo siempre que pega más fuerte cuando sube que cuando ya está arriba del todo, antes de empezar otra vez a bajar. Nos daba de lleno en la cabeza y yo sentía ya le digo la camisa echa sopa pegada a la espalda y a no ser por el sombrero de paja seguro nos insolábamos. Yo veía adelante el camino blanco y derecho, y al fondo el calor subiendo desde la tierra y enturbiando que le dicen el horizonte. Más avanzábamos más nos costaba avanzar. No va que llega un momento en que me parece que casi no avanzo más. Pero miro a Rogelio, que va al lado mío, para ver si él también se ha parado y no, sigue caminando, sin sacarme distancia ya le digo, siempre a la par, y cuando doy vuelta la cabeza otra vez me empieza a parecer que no avanzo aunque siempre sigo teniendo al lado a Rogelio que marcha firme y sigue en todo momento a la par. Hay cómo le puedo decir sol únicamente y no luz porque usté mira alrededor y ve todo envuelto en un aire de un blanco que tira a gris, como si acabaran de pasar carros por el camino y no hubiese todavía terminado de asentarse la polvadera. Después de tanto marchar tengo los ojos mojados como si me hubiesen estado saltando las lágrimas. Ha de ser por eso que veo todo medio borroso. Después vemos venir desde el almacén de Berini un caballo blanco tirando un sulky y levantando polvadera. No llega nunca. El caballo es casi casi del color del aire así que ya le digo no se le divisan más que los vasos y el hocico, negros. Da la impresión de que los arneses vienen colgando en el aire o de las varas, pero sin caballo o de caballo nada más que los vasos y el hocico negro que caen más adelante y abajo de los arneses. No levantan más polvo del que ya vemos flotar. Así que cuando vea nos pasa al lado el aire está nomás un poco más blanco y cuando entramos en el patio del almacén y sentimos encima de nosotros los árboles, el aire se enfría de golpe, y más todavía y más de golpe cuando entramos del patio al almacén. Berini lo ayuda a Agustín a levantarse ya le digo y entran atrás de nosotros y nos tomamos unos vinos contra el mostrador. Salimos anocheciendo. Buenaventura tocaba ya le digo despacio el acordeón, abajo de los árboles, entre los que colgaban los faroles apagados, porque todavía quedaba mucha luz. Ya se había levantado la mosquitada y nos fuimos cacheteando todo el camino, en la cara, en la nuca, en los brazos, en el pecho. Ya estaba el aire azul y las nubes negras no me va creer si le digo que resaltaban, las nubes negras que eran una sola nube negra desde el almacén hasta las casas. Una sola nube negra levantada en toda la costa y comiéndonos vivos y haciéndonos marchar los tres en fila india y a los cachetazos. Ya se encendían los primeros faroles. Entre el aire azul y la nube negra la oscuridad era cada vez más grande y a más teníamos que volver a los santos pedos porque el cordero estaba en la parrilla ya le digo y yo lo había dejado a cargo de los hijos de Agustín por un rato. Saltaron todos los que estaban en la mesa, bajo los árboles, tomando cerveza, cuando apareció volando por la puerta y cayó en el suelo de tierra que de tan apisonado no dejó levantar ni una nubecita de polvo. Voló el sombrero de Agustín. Venía vea saliendo Berini del almacén se me hace que para golpearlo en el suelo. Todos vea estábamos ya le digo duros porque Rogelio y yo nos habíamos ya le digo parado en seco. Nadie no se movió. Fue Rogelio el que reaccionó primero y Berini se paró también en seco cuando vio que Rogelio se le estaba viniendo encima. Lo que más lástima me dio no fue tanto ver a Agustín en el suelo, medio sentado ya y ya le digo como queriendo levantarse, con los redondelitos de sol que se colaban entre las hojas y se le venían a estampar encima, sino verlo a Berini y no tanto en el momento en que se paró cuando vio que Rogelio se le abalanzaba sino cuando salía del almacén y él se le venía encima a Agustín. Lástima me dio vea ese hombre. Porque de Agustín, qué quiere que le diga. Ya se sabe que las culebras comen tierra. A un caballo usté le da pasto y oro y va ver que prefiere el pasto. Al que es bruto, ni las orejas ni los ojos no le sirven. Rogelio le dice nomás que lo levante. Nomás como le vengo diciendo que lo levante le dice, ya le digo. Ni nos paramos a esperar cuando Berini se agacha a levantarlo. Pasamos al lado de ellos y entramos en el almacén donde a más de estar fresco y recién regado con agua y criolina no llegaba la resolana que estaba castigando sin asco en el patio y en el campo. Ya se encendían los primeros faroles por todo el campo cuando volvíamos a los cachetazos entre el zumbido de los mosquitos. Usté sabía dónde estaba cada rancho por la luz del farol. Y donde no se divisaban luces los árboles se recortaban bien negros contra la oscuridá. La cuestión es que llegamos a lo de Rogelio ya noche. De unos doscientos metros ya nos llegaban las voces y el olor del asado. Habían puesto liga a quemar adelante para espantar los mosquitos que ya estaban empezando a asentarse otra vez cuando llegamos. Los perros nos vinieron a recibir en la oscuridad sin ladrar, saltándonos encima y queriéndonos lamber la cara. Porque los perros les ladran nomás a los que no conocen. En cuantito llegué me hice cargo del cordero. A más de las brasas había una fogata al lado de la parrilla y los muchachos me entregaron el cuchillo y el tenedor apenas me vieron llegar. Las achuras ya estaban por estar listas. Dije que al chimichurri hay que sacudirlo para que no se eche a perder. Los muchachos anduvieron merodeando un rato igual que los perros, y después se fueron para adelante ya le digo y me dejaron solo. Me quedé mirando la fogata, con los ojos clavados en las llamas. A mí me da como miedo vea el ruido del fuego y en cuantito veo una fogata me pongo a pensar en las grandes quemazones para el tiempo de la seca. Siempre algún fuego queda encendido; cuando usté apaga una fogata, cuántas más no siguen ardiendo en toda la costa. Por más agua que usté eche encima de un fuego, siempre hay otro fuego despierto que acaba de nacer en algún rancho de la costa o en el medio de una isla. No esté nunca seguro de haber apagado bien una hoguera. Siempre queda alguna brasa trabajando. Y cómo le puedo decir, no hay trabajo que rinda más y más pronto que el del fuego. Se hace como quien dice rico en seguida. Y si usté le quiere disparar, él va siempre más ligero que usté. No se olvide que usté descansa y él no. No se olvide que la misma fogata que usté acaba de apagar, otro la está soplando del otro lado del camino. Hay un solo fuego, vea, uno solo, siempre prendido, y es al pedo que uno le quiera disparar porque él no descansa. Ni esta lluvia ni este viento que están castigando ahora no pueden nada tampoco porque ahora mismo hay mil braseros bien reparados adentro de los ranchos. Al agua usté la puede nadar, pero no al fuego. Vaya y haga si se anima la prueba de nadar en el fuego, a ver si puede. Estaba ya le digo mirando las llamas y escuchando el ruido del fuego que nunca para tampoco y si no me cree póngale la oreja a un montón de ceniza y va ver. Más bajito usté oye el mismo ruido en la ceniza que en el fuego. Es que ahí mismo en la ceniza ya se está preparando el fuego que se va venir. No descansa, ya le digo. En tiempos de seca me he quedado la noche entera velando porque de un momento a otro me parecía que iba empezar a sonar a lo lejos el ruido de las llamas comiéndose los pastos a la redonda y dejando negras las islas. Después que pasaban las quemazones no quedaban más que el suelo negro, parejito, y de vez en cuando esqueletos de animales todos quemados, que blanqueaban. Y nadie vea las prendía. De las cenizas empezaban ellas solas. De golpe el ruidito de la ceniza empezaba a volverse más fuerte hasta que ardía. Solté la rama despacio, cosa de que no se sacudiera mucho y se viniera abajo el calzón, y me vine para las casas. Ahí me estaban esperando para decirme de venir con ellos a buscarla. Estaban todos parados en el patio de adelante. Yo tenía muy mal gusto en la boca por la siesta dormida en el suelo. Seguro que me estuvo dando el sol en la cabeza. Me dormí de golpe, con un sueño pesado, sin soñar nada, y cuando oí que me llamaban me pareció que no había pasado ni media hora desde que me tendí a descansar, y ya eran como las cinco y pico. Nunca no sueño nada. A veces me parece como que he soñado algo, parece como que voy a acordarme de que algo soñé, pero después no me acuerdo nada, porque no soñé nada y únicamente nomás se me hace que soñé algo porque ya le digo me empieza a venir algo así como un recuerdo. Después cuando me zambullí me pareció que era la segunda zambullida del día y no la primera, pero yo estaba bien seguro ya le digo de que era la primera. Cómo no voy acordarme a la tarde si me he metido en el río ese día. En cuantito toqué el agua y me fui al fondo me pareció que era ya le digo el segundo chapuzón de la jornada. Después vi las dos canoas que volvían, la verde adelante, atrás la amarilla. Me quedé metido en el agua hasta que amarraron y se fueron para la casa, para que no me vieran en pelotas todas esas mujeres. Ahora mismo vengo de despertar sin soñar nada. Soñé nomás con el viento y con la lluvia y empecé a escuchar el ruido antes de estar despierto. Pero nada más. Nada. Nunca. Ni rastro de sueño. Yo ya sabía cuando me desperté ya le digo que estaba lloviendo. Pero de sueño, ya le digo, ni rastro. Ya le digo, ni rastro ya le digo. Muerto también he de parecer yo cuando duermo. Me puse a jugar con los perros antes de que ella llegara del rancho al excusado y estuvimos un rato viendo venirse la mañana. Yo ya sabía que ella iba ponerse a hilvanar esas tiras negras en mis camisas. No bien se levanta se sienta bajo el árbol y se queda hasta media mañana meta hilvanar. Mucho no le veo necesidá yo a seguir toda la vida con esas tiras negras y a querer quedarse en casa diciendo que está de luto. Si uno se pone a la miseria con barro, no se va andar limpiando con barro, no. Más que irse quedando, quedando, a mí me gusta lo que se puede ver, entender y aprender. Haga de cuenta que yo no existo cuando ella me oye decirle que ya ha pasado el tiempo de luto y que ya es hora de que salga aunque más no sea para llegarse a ver a sus hermanas el último día del año. Para peor que la habían venido a buscar. Estaban sus dos hermanas con sus maridos y todos sus hijos y no faltaba más que ella para que la fiesta fuera completa. Después estaban también los viejos. Después los músicos también. Sacamos ya le digo un montón de fotografías. Primero nos pusimos todos juntos contra la pared, alrededor de los viejos, después salimos los hombres solos, después las mujeres solas, después los chicos solos, después los chicos con las mujeres. Después el viejo y la vieja solos. Ella nomás faltaba, vea, ella sola. Después todos se fueron del patio y la Negra nos puso a mí y a Agustín contra la pared blanca y nos fotografió. Ahí he de estar yo parado contra la pared al lado de Agustín con ese sol de la siesta dándome en plena cara. Ahí he de estar. No va saber el que la vea la foto que Agustín empezó a quejarse mientras estaba parado contra la pared al lado mío esperando que lo retraten. Se pone a decirle a la Negra que cuándo piensa mandar alguna ayuda a la casa, que él no ha criado a sus hijos para que después le paguen así. Justo en el momento en que estamos parados contra la pared blanca. Que ya que parecía que les iba tan bien en la ciudad, que por qué no se acordaban de los padres que habían hecho tantos sacrificios para criarlos. Usté mejor no habla le dice la Negra desde atrás de la máquina. Usté le dice mejor no habla. Nos tenía apuntándonos ya le digo con la cómo se dice con la máquina y no me va creer si le cuento que Agustín no volvió a abrir la boca y se quedó duro al lado mío. La Negra sacó la foto y se puso a guardar la cómo se dice en la bolsa que traía y créame si le digo que ni nos miró. Yo me apoyé contra un árbol y me quedé mirándolo a Agustín. Que yo sepa, en todo ese día ese hombre no volvió a hablar con su hija. No es que yo me haya andado fijando, pero ya se sabe que los ojos le erran menos que las orejas y uno ve. Ahora mismo nomás veo por las ranuras subir el día nublado. Usté ve clarito por las ranuras que no hay sol porque las rayitas que se ven tiran a gris y a más está oyendo el ruido del viento en las ramas y el agua que cae. Las orejas me dicen que está lloviendo tupido pero hasta que no salga afuera y eche una mirada no voy a saber. Ha de estar lloviendo por toda la costa. Ha de estar lloviendo en el patio. Ha de estar lloviendo en la isla. Ha de estar lloviendo en el patio de Rogelio sobre la mesa. Ha de estar lloviendo sobre la parrilla negra y sobre la ceniza. Ha de estar lloviendo sobre el río. Ahora ha de estar de un color gris. Ayer no le miento vea si le digo que estaba de un marrón tirando a colorado. Le caía ya le digo mucha luz encima porque el sol pegó fuerte todo el día y parecía como que lo iba tostando. A la tardecita se puso morado morado. A la noche ya le digo negro. Negro negro como el carbón. Con la luz de la luna que le daba de refilón y que se movía por la marejada de la canoa no le miento si le digo que parecía un brasero con una punta de llamas. Cuando empieza a ponerse amarillo, para el mes de enero, seguro que se viene la creciente. Ahora con toda esta lluvia ha de estar gris. Cambia mucho de color ya le digo; nunca parece el mismo río. Cuando toqué la costa a la madrugada con la canoa verde y salté a tierra me volvió todo a la cabeza y vine medio tambaleando y me acosté. Ya me estaban empezando a pesar los pieses. Ya estaba cansado. Hicimos dos veces ida y vuelta el camino hasta el almacén de Berini y a más parado mucho tiempo al lado de la parrilla atendiendo el cordero y manteniendo el fuego para que no anduvieran faltando brasas. A más el chapuzón de la tarde y el vino y la comida. Después de la comida corrieron la mesa grande y empezó el baile. Estuvieron meta milonguear desde que llegaron los músicos queriendo dar una serenata y se quedaron nomás toda la noche. Tocaron una punta de piezas. Merceditas, Rosas de otoño, dos veces La cumparsita, un fostró, El Choclo. La Loca de Amor, el Aeroplano. Con el Aeroplano crucé ya le digo el patio y la saqué a bailar. Vinimos bailando de una punta a la otra y después empezamos a dar vueltas sin parar y todos dejaron de bailar y se pusieron a mirarnos. Había faroles en los árboles. Todo el mundo iba y venía sin parar. En una de ésas los chicos se pusieron a tirar cuetes. Usté veía las manchas blancas de las camisas que entraban y salían de la oscuridá. Si iba al fondo a orinar en el excusado escuchaba patente la música que venía desde adelante. El ciego se tomaba medio vaso de vino entre pieza y pieza. Tenía el acordeón sobre las rodillas y cuando no tocaba lo dejaba apoyado contra el pecho. De los dos Salas, uno tocaba la guitarra y el otro cantaba pero tan despacito que no se le escuchaba casi nada. No se le entendía vea nada a ese hombre. Yo iba cortando el cordero en pedazos chicos y los iba repartiendo en la mesa. La Teresita me trajo el tenedor grande. Primero picamos las achuras alrededor de la parrilla mientras el animal se iba dorando. Rosa separó unos pedazos para que yo los trajera. Ahí han de estar ahora en la cocina. Ha de estar lloviéndose en la cocina ahora por la ventanita. Han de estar salpicando el plato con que tapé la carne las gotas. Ha de estar lloviendo ahora atrás. Han de estar cayendo las gotas sobre el limonero. Han de estar golpeando contra las flores aflojándolas y haciéndolas caer. Tocaron un chámame y los muchachos empezaron a zapatearlo. Levantaron una polvadera grande y eso que el suelo está apisonado y habían regado los chicos a la tarde. Usté veía las parejas moviéndose entre la polvadera. Los vestidos floreados, el vestido blanco con rayas coloradas, la blusa amarilla, la blusa azul que se movían y las manchas blancas de las camisas que iban y venían de los faroles a la oscuridá y de la oscuridá a los faroles. Quedó la polvadera colorada después que el chámame terminó y todos se pararon. Todos parados y la polvadera colorada flotando a la luz de los faroles sin subir más en el aire ya le digo ni caer. A gatas si pasó un minuto antes de que vuelvan a empezar. Ni un minuto ya le digo no pasó. De golpe arrancaron con el Aeroplano. Usté viera lo linda que estaba esa criatura con el vestido floreado que le habían traído las hermanas de la ciudad. Bailaba como ella sola sin perder el paso ni nada. Ya no pensé más que en dar vueltas pisando con la punta de los pieses y al rato ya ni en eso. Ya le digo, no sé cómo le puedo decir. No sé como decirle ya le digo. Después que el vals terminó empecé a despedirme. Me sentía lo más bien. De los músicos primero y de todos los muchachos. De las mujeres y de los chicos. De los viejos. Último de todos me despedí de Rogelio que me acompañó hasta el patio de atrás. Como pudimos nos abrazamos y subí a la canoa. Usté viera cómo iban cayendo los remos al agua sin hacer ningún ruido. A gatas si se los oía caer. Yo remaba despacio y a medida que me alejaba iba oyendo la música cada vez más bajita hasta que después se apagó del todo. La volví a oír cuando toqué la costa. Mientras venía por el río no se oía ya le digo ni el ruido de los remos. No me pesaban vea nada.

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