Beltenebros

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Beltenebros
Название: Beltenebros
Дата добавления: 16 январь 2020
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Beltenebros - читать бесплатно онлайн , автор Molina Antonio Mu?oz

La ambig?edad de la traici?n es el motor de una intriga polic?aca que constituye el tema aparente de Beltenebros. Sin embargo, lo que en realidad encubre es el desorientado transitar de los personajes por una fascinante galer?a de espejos en la que se reflejan el amor y el odio, el pasado y el presente, la realidad y la ficci?n, en un trepidante clarouscuro de corte premeditadamente cinematogr?fico que mantiene al lector bajo su hipnosis hasta el ?ltimo rengl?n del libro.

Convocado por una organizaci?n comunista subversiva, Darman, antiguo capit?n del ej?rcito republicano exiliado en Inglaterra, regresa a Madrid para ejecutar a un supuesto traidor a quien no ha visto nunca. En los l?bregos escenarios de la clandestinidad, emprende con desgana un periplo trepidante en pos de su v?ctima del que una misericordiosa cabaretera, viva imagen de una mujer a la que am?, tratar? de desviarlo.

En Beltenebros, el arte de narrador de Mu?oz Molina, su vigorosa maestr?a t?cnica y su estilo preciso y envolvente alcanzan un grado extremo de plenitud y de tensi?n expresiva cuyo logro admite escasos parangones en la narrativa espa?ola contempor?nea.

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Oí el conmutador de la luz, luego los muelles de la cama. Sólo al ponerme en pie me di cuenta de que había bebido demasiado. Notaba una presión creciente en los huesos del cráneo, como los dedos de una gran mano que me oprimiera las sienes. Me pregunté cuándo y dónde había dormido por última vez. Pero todas las cosas que me sucedieron antes de llegar a Madrid tenían una irrealidad de pasado lejano. Veía mis pies moviéndose hacia el dormitorio con una torpe lentitud y me parecía estar viendo desde arriba los pasos de Andrade, no su cuerpo ni su cara, sólo sus pies caminando sobre los adoquines de calles desconocidas, húmedas bajo la bruma del amanecer.

– Acérquese -dijo la muchacha-. Beba conmigo.

La miré desde el umbral. Estaba recostada en la cama, ofreciéndome el vaso con una deferencia estática, como las mujeres tendidas de las alegorías. Me senté a su lado, sin rozarla, y apuré el vaso mirando el miedo y la mentira en sus ojos. Cuando se incorporó para volver a llenarlo la atraje hacia mí, y en ese momento todo su cuerpo se volvió tan inerte y extraño como el de alguien que duerme. La veía detenida y perdiéndose en una lejanía cóncava, atado a un peso invencible que me demolía sobre ella, sobre la almohada donde de pronto ella no estaba apoyándose. Razoné con la precisión absurda de las alucinaciones que el efecto del alcohol era más peligroso cuando se llevaban muchas horas sin comer.

– Se ha puesto muy pálido -oí que me decía-. Tiéndase. Le traeré una toalla húmeda.

Me tocó la frente con la mano extendida. Dijo que tenía fiebre, y cuando ya se iba la quise retener y se desprendió de mí echando violentamente a un lado la cabeza. Otra vez se perdió en la oscuridad y la distancia, y yo intentaba levantarme y me parecía que mis manos eran pesadas ataduras y que mi cuerpo nunca más obedecería a mi voluntad. Oí el ruido de un grifo del que tardaba en salir el agua, y el metal chirriando y el gorgoteo del aire en la cañería me hicieron sentir una agria sed sin consuelo. Cuando volví a oír pasos que venían pensé que no eran los de ella, pero ya no pude abrir los ojos para comprobarlo.

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