Reencuentro
Reencuentro читать книгу онлайн
Una noche de 1987, alguien abandona a una ni?a reci?n nacida en el aeropuerto de Heathrow. Un a?o antes, tres chicas, Martha, Clio y Jocasta, se hab?an conocido por casualidad en un viaje y hab?an prometido volver a encontrarse, aunque pasar? mucho tiempo antes de que cumplan la promesa. Para entonces, Kate, la ni?a abandonada, ya ser? una adolescente. Vive con una familia adoptiva que la quiere, aunque ahora Kate desea conocer a su madre biol?gica. Es decir, una de aquellas tres j?venes, ahora mujeres acomodadas. Pero ?qu? la llev? a una situaci?n tan desesperada?
La trama que desgrana este libro se sit?a all? donde confluyen entre estas cuatro vidas. Y es que Kate ver? cumplido su deseo aunque, como ense?an algunas f?bulas, a veces sea mejor no desear ciertas cosas…
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
– A mí me parece un buen nombre -dijo Clio.
– Bueno, no está mal -dijo Jocasta-, si no te molesta que te asocien continuamente con el incesto.
– ¿Al final consiguieron su niño? -preguntó Martha con gran curiosidad.
– Menos de un año después. La única vez que ha llegado alguna parte puntual. Ahora debería estar aquí y ya veis. Bueno, no lo veis porque no ha venido -añadió.
– ¿Va a viajar contigo?
– Sí. Bueno, empezaremos el viaje juntos. Para que mis padres estén tranquilos.
Les sonrió y se apartó el pelo.
– ¿Y vosotras qué? Martha, ¿tu nombre tiene alguna historia?
– Mi madre decía que siempre se había identificado más con Martha que con María, en la Biblia. Ella era la que hacía todo el trabajo mientras María se sentaba a los pies de Jesús sin hacer nada. Mi madre trabaja como una esclava.
– Es un nombre bonito -dijo Jocasta. Parecía bastante despistada con respecto a la referencia bíblica-. ¿Y tú, Clio?
– Mis padres se conocieron en Oxford, estudiaban clásicas. Había una musa y una ninfa llamada Clio. Procede de la palabra griega kleos, que significa «gloria». Y mis hermanas se llaman Ariadne y Artemis -dijo-. ¡Eso por preguntar!
– Y que lo digas. ¿Vas a seguir sus pasos y estudiar clásicas?
– Ni hablar. Voy a hacer medicina en el University College Hospital.
– Yo nací allí -dijo Martha-, todos nacimos allí. De hecho, hoy hace dieciséis años que nació mi hermana.
– ¿Quiénes son todos?
– Mi hermana y mi hermanito. Aunque no es tan pequeño, ya tiene diez años, pero todos le vemos como el pequeño.
– Yo tengo un problema parecido -dijo Clio-, pero conmigo misma. Yo soy la pequeña. Bueno, ¿qué vais a hacer vosotras?
– Yo voy a estudiar derecho en Bristol -respondió Martha.
– Como mi hermano -dijo Jocasta.
– ¿Va a ir a Bristol?
– No, volverá al instituto, para intentar ingresar en Oxford. Es muy inteligente. Ha sacado matrícula en todo, y con un año de adelanto, encima. -Suspiró-. Antes de que preguntéis, yo sólo saqué notables.
Las otras dos se miraron un momento, y después Martha dijo:
– ¿Tú qué vas a hacer?
– Inglés. En Durham. Quiero ser periodista, reportera. Investigar historias, destapar escándalos, cosas así.
– Qué emocionante.
– Espero que lo sea. Me han dicho que me pasaré al menos los primeros cinco años informando de las fiestas locales.
– Josh, has llegado. No me lo puedo creer. Sólo una hora tarde. Suerte que han retrasado el vuelo por ti. -De repente, Jocasta parecía menos relajada-. Anda, ven aquí con nosotras. Ella es Martha y ella es Clio. Este es mi hermano Josh.
Y Martha y Clio vieron a un chico que se parecía tanto a Jocasta que era casi chocante. El mismo pelo rubio alborotado, los mismos ojos azul oscuro, la misma sonrisa un poco maliciosa.
– Hola -dijo él-. Encantado de conoceros.
– Hola -dijo Martha-, encantada.
– Os parecéis una barbaridad -dijo Clio-, podríais ser…
– Ya. Gemelos. Todo el mundo lo dice. Pero no lo somos. Josh, ¿por qué has llegado tarde?
– He perdido el pasaporte.
– Josh, eres desesperante. ¿Cómo estaba mamá al despedirse? Es la niña de sus ojos -añadió para las otras-, no soporta que se aleje de su vista.
– Estaba tranquila. ¿Cómo fue tu cena con papá?
– No cenamos. No llegó hasta las doce. Y esta mañana ha tenido que irse a toda prisa porque tenía una reunión en París, o sea que no ha podido acompañarme. Qué sorpresa, ¿no?
– ¿Y cómo has venido?
– Me ha pedido un taxi. -Su expresión era dura; su tono, no.
– Nuestros padres están divorciados -explicó Josh-. Normalmente vivimos con mi madre, pero mi padre quería…
– Dijo que quería -dijo Jocasta- pasar la noche de ayer conmigo. En fin, es un rollo, cambiemos de tema.
Hubo un silencio. La llegada de Josh había traído al grupo una tensión algo incómoda…
Pasaron algunos ratos del vuelo juntos, de pie en los pasillos, charlando, intercambiando revistas, comparando rutas y planes. Josh quería ir al norte del país; Martha iba a quedarse unos días en Bangkok antes de ir a Sidney. Quería pasar unas semanas allí, «trabajando en bares y cosas así» antes de visitar Ayers Rock y después la selva tropical y la Gran Barrera de Coral.
– Después de eso, ya no lo sé, pero me gustaría acabar en Nueva York.
Clio quería visitar las islas durante unas semanas y después viajar hasta Singapur, donde la alojaría un primo lejano de su padre.
– Sólo un par de semanas. Tiene un hijo que a lo mejor querrá viajar conmigo. Después de eso, Australia, probablemente; aunque quiero ir a Nepal, pero no sola; espero encontrar a alguien que quiera ir.
Jocasta no tenía ni idea de lo que iba a hacer.
– Iré a donde me lleve el destino. Pero seguro que empezaré por las islas. No quiero ir al norte con Josh, y él quiere librarse de mí lo antes posible.
– ¿Por qué no vienes conmigo a Koh Samiu? -preguntó Clio-. Seguro que allí conocerás gente para seguir viajando.
– Sí -dijo Martha-. La amiga íntima de mi hermana, que fue el año pasado, dice que no paras de conocer gente de tu ciudad, de tu escuela, casi de tu familia.
– Caramba, espero que no -dijo Jocasta-. De la familia, al menos. Yo ya me llevo bastante de la mía.
– Yo seguro que no -dijo Martha-. Para mi familia, un viaje de un día a Francia es una gran aventura.
– Yo tampoco quiero encontrarme a nadie de la mía -dijo Clio-. Es mi primera oportunidad de hacer algo sola, sin mis hermanas.
– ¿No te caen bien?
– Sí, pero son mayores que yo. Son muy guapas y lo hacen todo bien y me tratan como si tuviera ocho años en lugar de dieciocho.
– ¿Te costó convencer a tus padres para que te dejaran marchar? Siendo la pequeña…
– Mi madre murió cuando era muy pequeña. Mis hermanas convencieron a mi padre. Aunque dejaron muy claro que estaría de vuelta en Navidad, con el rabo entre las piernas.
Su carita redonda expresaba al mismo tiempo indignación y una infinita tristeza, pero no tardó en sonreír.
– En fin, me salí con la mía.
– Mis padres están encantados de deshacerse de mí -dijo Martha.
– ¿Por qué?
– Porque les parece muy emocionante. Ellos llevan una vida más bien… pequeña. Mi padre es vicario. Así que tenemos que vivir en condiciones de increíble respetabilidad. Nada ni siquiera remotamente picante. Estamos en el punto de mira. Un punto de mira pequeño, pero un punto de mira de todos modos. Toda la parroquia nos observa.
– Me asombras -dijo Clio-, en esta época.
– Me temo que esta época no ha llegado a St. Andrews, Binsmow. Allí existe otra dimensión temporal.
– ¿Dónde está?
– En lo más profundo de Suffolk. Si os digo que el año pasado fui al cine un domingo con unos amigos y al menos doce personas se enteraron y se chivaron a mi padre, os haréis una idea de lo que digo.
Lo pensaron en silencio.
– ¿Y tu madre qué hace?
– Dirige el grupo de mujeres y cosas así. Le encanta. Le hace mucha ilusión que viaje, aunque está un poco preocupada.
– ¿Y cómo has salido tú de esas personas tan convencionales? -preguntó Jocasta, riendo-. ¿A qué escuela has ido? ¿A una escuela de chiflados?
– A una escuela pública -dijo Martha rápidamente-. Eso es lo malo de ser hija de un vicario. No abunda el dinero, por decirlo de alguna manera. ¿Adónde fuisteis vosotras?
– A Sherborne -dijo Jocasta-, y antes de eso estuve interna.
– Yo no -dijo Clio-, al instituto en Oxford. Siempre quise ir a un internado.
– No es tan divertido, te lo digo yo -dijo Jocasta-. Te sientes más sola que la una si echas de menos tu casa, como yo.
– ¿Cuántos años tenías? ¿Ocho? -preguntó Martha.
– Sí. Mi madre estaba ocupada sufriendo una depresión, y mi padre ya se había ido de casa. Josh se quedó más tiempo en casa, por supuesto. Pero me acostumbré. Al final te acostumbras a todo en esta vida, ¿no es así?