Del Rif al Yebala: Viaje al sue?o y la pesadilla de Marruecos
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Para el autor recorrer Marruecos es hacer realidad un sue?o de infancia y, a la vez, adentrarse en el impresionante escenario de la aventura b?lica de su abuelo, combatiente a pie en la llamada guerra de Africa. A lo largo de ocho jornadas, y con la compa??a de su hermano y un amigo, el escritor explora el interior del pa?s para descubrir la ?spera regi?n del Rif y la zona no menos agreste del Yebala, y de paso lugares como Melilla, Annual, Alhucemas, Xauen, Larache, Alcazarseguer, T?nger, Fez, la antigua ciudad romana de Vol?bilis o Rabat. El viaje desvela el Marruecos presente y lo anuda a la historia de la guerra pasada, que acude a estas p?ginas con la enfebrecida claridad del espejismo: combates reducidos a cacer?as, al hero?smo in?til, el desd?n de los gobernantes, el horror.
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Palabra preliminar
Todo viaje tiene sus limitaciones. El que refleja este libro lo realicé hace cuatro años, y antes de nada debo advertir que es hijo de su momento.
Algunas cosas han cambiado desde entonces, aunque quizá no tantas como a mí me habría gustado. Los marroquíes siguen llevando, en general, una vida dura, y los españoles seguimos, en gran medida, dándoles la espalda.
La segunda limitación de este viaje literario son los conocimientos e impresiones de su autor. No pretendo ser un experto en Marruecos, ni tampoco en los acontecimientos históricos que asoman en más de una ocasión a estas páginas. Sólo soy un viajero más o menos atento y un lector curioso, y mi relato no pasa de reflejar mi experiencia y mis apreciaciones personales en esa doble condición.
Finalmente, debo constatar las muchas cosas que no pude o no tuve tiempo de ver y saber. Desde entonces, he subsanado alguna de esas omisiones.
He conocido algo mejor la vida y a las gentes de Ceuta y Melilla, por ejemplo, y posiblemente mi visión de esta última ciudad no sería hoy igual a la estampa algo desolada y solitaria que muestra el principio del libro, deudora de la percepción que tuve de ella un particular fin de semana del verano de 1997. Escribo además estas líneas en tierras africanas con la luz de Ceuta entrando por la ventana y la imagen de un embriagado anochecer sobre la medina de Tetuán todavía reciente en la memoria. Mi viaje de entonces no alcanzó a ninguna de estas dos ciudades, cosa que lamento por lo que falta y podría haberse incluido.
Pese a todo, no he querido enmendar el texto, escrito en 1998, salvo allí donde advertí algún error. Pido disculpas por los que quedarán, a pesar de todas las precauciones. Los viajes son así, insuficientes e imperfectos, y probablemente así deban quedar contados.
Ceuta, 6 de mayo de 2001
