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Las Voces De Marrakesh

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Las Voces De Marrakesh
Название: Las Voces De Marrakesh
Автор: Canetti Elias
Дата добавления: 16 январь 2020
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Las Voces De Marrakesh - читать бесплатно онлайн , автор Canetti Elias

LAS VOCES DE MARRAKESH Elias Canetti traducci?n y pr?logo de Jos? Francisco Yvars En 1954 Elias Canetti viaj? a Marrakesh; de sus incursiones por los barrios ?rabe y jud?o de la ciudad recogi? voces, olores, gestos e im?genes, que bosquej? justo tras su regreso a Londres. Todo esto se convirti? en algo m?s que en un mero libro de viaje. Canetti describe situaciones y personajes con gran precisi?n y los examina escrupulosamente. Trata de descubrir cuanto acontece a esta extra?a gente, e indaga acerca de su postura sobre la muerte. Canetti nos brinda aqu? sus notas de viaje, aut?nticas impresiones personales que exponen el proceso arduo de apropiaci?n de un mundo diferente.

Elias Canetti (1905-1994) naci? en el seno de una familia hispanohablante de jud?os sefard?es en Rustchuk (Bulgaria). En 1911 la familia se traslad? a Inglaterra; posteriormente a Viena, 1916, y a Frankfurt. En 1924 regres? a Viena, donde se doctor? en Qu?mica en 1929. Se estableci? en Inglaterra en 1938. Su primer libro, y su ?nica novela, fue AUTO DE FE (1936), concebida como la primera de una serie. Tuvo mucha m?s repercusi?n en la Europa continental que en Estados Unidos e Inglaterra, donde no alcanz? un reconocimiento general hasta la edici?n corregida y aumentada de 1965. A partir de esta novela, Canetti se centr? en la historia, la literatura de viajes, el teatro, la cr?tica literaria y la escritura de sus memorias. MASA Y PODER (1962) se abre con la afirmaci?n: "No hay nada que el hombre tema m?s que el toque de lo desconocido", frase que capta el estilo afor?stico de Canetti y tambi?n una de sus mayores preocupaciones, la influencia de las emociones en las inclinaciones racionales. Sus tres vol?menes de memorias, LA LENGUA ABSUELTA (1977), LA ANTORCHA AL O?DO (1980) y EL TESTIGO ESCUCHADOR (1985), abarcan su vida antes de la II Guerra Mundial, describiendo su existencia peripat?tica y un mundo centroeuropeo que se desvanec?a. Le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1981.

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LA ELECCIÓN DEL PAN

Al atardecer, cuando ya estaba oscuro, me dirigía hacia aquella parte del Xemaá El Fná, donde las mujeres vendían pan. En una larga hilera se acurrucaban en el suelo, tan cubierto el rostro por el velo que sólo se les veía los ojos. Cada una tenía un cesto frente a sí, cubierto por un paño y sobre el que descansaba alguno de los delgados panes redondos expuestos a la venta. Caminaba lentamente por delante de la hilera y observaba las mujeres y los panes. La mayoría eran mujeres maduras y sus formas tenían algo de los panes. Su aroma subió hasta mi nariz y al propio tiempo capté la mirada de sus ojos oscuros. Ninguna mujer me tuvo en cuenta; para todas ellas yo era un extranjero que venía a comprar pan, pero me guardé bien de hacerlo; deseaba recorrer la hilera hasta el final y necesitaba un buen pretexto.

A veces se sentaba una mujer joven entre ellas; sus panes parecían demasiado redondos, como si no los hubiese hecho por sí misma, y su mirada era diferente. Ninguna, ni joven, ni vieja, estaba mucho tiempo ociosa. De vez en cuando una de ellas cogía una hogaza de pan con la diestra, lanzábala ligeramente al aire, la recogía de nuevo, balanceaba un poco la mano como si la sopesase, palpábala un par de veces, de modo que se oyese y volvía a dejarla, tras semejantes caricias, junto a los restantes panes. La hogaza misma, su frescura, su peso, su aroma, ofrecíase así a la compra.

Había algo de desnudo y seductor en estos panes que las hacendosas manos de las mujeres, de las que nada, excepto los ojos, quedaba al descubierto, compartían. «Esto puedo darte, cógelo con tu mano; estuvo en la mía.»

Entretanto, ciertos hombres de mirada resuelta pasaban de largo, y cuando uno de ellos encontraba algo de su gusto, se detenía y tomaba una hogaza en su diestra. La echaba entonces levemente al aire, la recogía de nuevo, balanceaba un poco la mano, como si fuese un platillo de balanza, palpaba un par de veces la hogaza, de modo que se oyese y la devolvía junto a las demás si la encontraba demasiado ligera o no la quería por cualquier otro motivo. Pero alguna vez se quedaba con ella, y podía sentirse el orgullo de la hogaza y cómo desprendía un aroma especial. El hombre metía la mano izquierda bajo su chilaba y sacaba una moneda muy pequeña, apenas visible junto al gran tamaño del pan, y se la arrojaba a la mujer. Entonces hacía desaparecer la hogaza entre su chilaba -era imposible notar dónde estaba- y seguía adelante.

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