Brooklyn Follies
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Nathan Glass ha sobrevivido a un c?ncer de pulm?n y a un divorcio despu?s de treinta y tres a?os de matrimonio, y ha vuelto a Brooklyn, el lugar donde naci? y pas? su infancia. Quiere vivir all? lo que le queda de su `rid?cula vida`. Hasta que enferm? era un pr?spero vendedor de seguros, ahora que ya no tiene que ganarse la vida, piensa escribir El libro de las locuras de los hombres. Contar? todo lo que pasa a su alrededor, todo lo que le ocurre y lo que se le ocurre, y hasta algunas de las historias caprichosas, disparatadas, verdaderas locuras de personas que recuerda. Comienza a frecuentar el bar del barrio, el muy austeriano Cosmic Diner, y est? casi enamorado de la camarera, la casada e inalcanzable Marina. Y va tambi?n a la librer?a de segunda mano de Harry Brightman, un homosexual culto y contradictorio, que no es ni remotamente quien dice ser.
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– ¿Y el número de teléfono que te dio? ¿Crees que era el suyo?
– Rory tendrá sus defectos, pero no es embustera.
– Entonces, si se han mudado de casa, podrás ponerte en contacto con ella a través de la madre.
– Lo he intentado, pero no he conseguido nada.
– Qué raro.
– No creas. ¿Y si la madre se llama de otra manera? Al fin y al cabo, los maridos se mueren. La gente se divorcia. A lo mejor se ha vuelto a casar y utiliza el apellido del segundo marido.
– Lo siento por ti, Tom.
– No lo sientas. No vale la pena. Si Rory quisiera verme, me llamaría. A estas alturas ya estoy más o menos resignado. La echo de menos, claro, pero ¿qué coño puedo hacer?
– ¿Y tu padre? ¿Cuándo lo has visto por última vez?
– Hace unos dos años. Vino a Nueva York, por algo de un artículo en que estaba trabajando, y me invitó a cenar.
– ¿Y qué pasó?
– Pues, bueno, ya sabes cómo es. No resulta muy fácil hablar con él.
– ¿Y qué me dices de los Zorn? ¿Los sigues viendo?
– De vez en cuando. Philip me invita todos los años a Nueva Jersey para pasar el día de Acción de Gracias. No me caía muy simpático cuando estaba casado con mi madre, pero poco a poco he ido cambiando de opinión sobre él. A su muerte se quedó destrozado, y cuando comprendí cuánto la quería, ya no pude tenerle rencor. Así que ahora mantenemos una especie de amistad afable y respetuosa. Y con Pamela, lo mismo. Siempre la he tenido por una esnob sin cerebro alguno, una de esas personas que sólo se interesan por la universidad a la que has ido y por la cantidad de dinero que ganas, pero parece que ha mejorado con los años. Ya tiene treinta y cinco o treinta y seis años, y vive en Vermont con su marido, que es abogado, y sus dos hijos. Si quieres venir a Nueva Jersey conmigo este día de Acción de Gracias, seguro que estarán encantados de verte.
– Tengo que pensarlo, Tom. En este momento, Rachel y tú sois los únicos miembros de la familia que puedo tragar. Otro ex pariente más, y seguro que me asfixio.
– ¿Cómo está la prima Rachel? Ni siquiera te he preguntado por ella.
– Ah, ésa es la cuestión, muchacho. En cuanto a ella, parece que está estupendamente. Tiene un buen trabajo, un marido como es debido, un apartamento cómodo. Pero tuvimos un pequeño rifirrafe hace un par de meses, y aún estamos lejos de hacer las paces. Resumiendo, que a lo mejor no vuelve a dirigirme la palabra.
– Lo siento por ti, Nathan.
– No lo sientas. No vale la pena. Preferiría que me dejaras sentido por ti.