Sinfonia Inacabada
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La joven pianista Vanessa Sexton hab?a vuelto a su ciudad natal tratando de obtener algunas respuestas de su madre, de la que se hab?a separado hac?a doce a?os. Pero en aquel viaje de reencuentro con su pasado tambi?n ten?a que enfrentarse a Brady Tucker, el ?nico hombre al que hab?a amado y que ya le hab?a roto el coraz?n en una ocasi?n. Vanessa cre?a que aquel enamoramiento era algo que ya no le podr?a afectar, pero cada vez que ve?a a Brady sent?a unas emociones que no sab?a si estaba dispuesta a aceptar…
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– De Damascus -explicó él, muy satisfecho-. Mi esposa y yo acabamos de comprar una antigua granja. Vimos ese conjunto de muebles de comedor hace unas pocas semanas. Mi esposa no ha parado de hablar de él. Quiero sorprenderla.
– Estoy segura de que estará encantada.
Vanessa observó cómo su madre aceptaba la tarjeta de crédito del cliente y completaba rápidamente la transacción.
– Tiene usted una tienda magnífica, señora Sexton -comentó el hombre-. Si estuviera en un lugar algo más grande, tendría que deshacerse de los clientes.
– Me gusta estar aquí -replicó ella mientras le entregaba el recibo-. He vivido aquí toda mi vida.
– Es un pueblo muy bonito. Le aseguro que, después de que tengamos la primera cena con nuestros amigos, tendrá más clientes.
– Y yo le garantizo que no me desharé de ellos -dijo Loretta con una sonrisa-. ¿Necesitará ayuda el sábado cuando venga a recoger los muebles?
– No. Vendré acompañado de algunos amigos. Muchas gracias, señora Sexton.
– Espero que disfrute de los muebles.
– Lo haremos -prometió Peterson. Entonces, se volvió para sonreír a Vanessa-. Me alegro de haberla conocido. Tiene usted una madre fantástica.
– Gracias.
– Bueno, me marcho -dijo el hombre, a modo de despedida. Entonces, se detuvo bruscamente en la puerta. Vanessa Sexton -susurró. A continuación, se dio la vuelta-. La pianista. Que me aspen. Vi su concierto en Washington la semana pasada. Estuvo usted magnífica.
– Me alegro de que le gustara.
– En realidad, no esperaba hacerlo -admitió Peterson-. Es a mi mujer a la que la vuelve loca la música clásica. Yo me imaginé que me quedaría dormido un rato, pero usted me mantuvo despierto.
– Me lo tomaré como un cumplido -comentó Vanessa, riéndose.
– Se lo digo en serio. Yo no distingo a un compositor de otro, pero me quedé… Supongo que me quedé embelesado. Mi esposa se morirá de envidia cuando le diga que la he conocido personalmente a usted -añadió. Entonces, sacó una agenda de piel-. ¿Me daría un autógrafo para ella? Se llama Melissa.
– Encantada.
– ¿Quién habría esperado encontrar a alguien como usted en un lugar como éste? -comentó Peterson mientras Vanessa le devolvía su agenda.
– Crecí aquí.
– En ese caso, le garantizo, señora Sexton, que mi esposa regresará. Gracias de nuevo.
– De nada. Conduzca con cuidado -dijo Loretta. Cuando las campanillas anunciaron la salida de Peterson, sonrió-. Es algo sorprendente observar a tu propia hija firmando un autógrafo.
– Es el primero que he firmado en el lugar en el que nací. Es una tienda preciosa. Debes de haber trabajado mucho.
– Me gusta. Siento no haber estado en casa esta mañana. Me traían un pedido muy temprano.
– No importa.
– ¿Te gustaría ver el resto de la tienda?
– Sí, me encantaría.
Loretta la acompañó hasta la parte trasera de la tienda.
– Estos son los muebles que acaba de comprar tu admirador. La mesa es de tres piezas y pueden sentarse doce comensales con comodidad. Las sillas tienen un trabajo precioso en la madera. El mueble de bufé y el aparador también van incluidos.
– Son preciosos.
– Los compré en una subasta hace unos meses. Llevaban en una misma familia cientos de años. Es muy triste… Por eso me alegra tanto poder venderle algo como esto a personas que van a cuidar de ello.
A continuación, Loretta se dirigió a un aparador de cristal y abrió la puerta.
– Encontré esta copa de cobalto en un mercadillo, escondida en una caja. Esa salsera la compré en una subasta, pero pagué demasiado. No me pude resistir. Los saleros son franceses y tendré que esperar a que venga un coleccionista para que me los quite de las manos.
– ¿Cómo sabes todo eso?
– Aprendí mucho trabajando aquí antes de comprarlo. También leyendo y visitando tiendas y subastas de antigüedades -comentó mientras cerraba la puerta del aparador-.Y también a través de los fallos. He cometido algunos errores que me han costado mucho dinero, pero también he conseguido pescar verdaderas gangas.
– Tienes muchos objetos preciosos. ¡Oh, mira esto! -exclamó Vanessa. Casi con reverencia, tomó un joyero de porcelana de Limoges-. Es precioso.
– Siempre hago todo lo posible por tener algunas piezas de porcelana de Limoges, tanto si son antigüedades como piezas nuevas.
– Yo también tengo una pequeña colección. Resulta difícil viajar con algo tan frágil, pero siempre consiguen que las suites de un hotel se parezcan más a casa.
– Me gustaría que te la quedaras.
– No, no puedo aceptarla.
– Por favor -insistió Loretta antes de que Vanessa pudiera volver a dejarla en su sitio-. No he podido regalarte nada en muchos cumpleaños. Me gustaría mucho que la aceptaras.
Vanessa miró atentamente a su madre. Al menos, tenían que superar el primer obstáculo.
– Gracias. Te aseguro que la atesoraré.
– Te daré una caja. ¡Oh! La puerta vuelve a sonar. Tengo muchas personas que vienen a mirar los días de diario por la mañana. Puedes echar un vistazo a la planta de arriba si quieres.
– No, te esperaré.
Loretta la miró encantada antes de ir a recibir a su cliente. Cuando Vanessa oyó la voz del doctor Tucker dudó. Entonces, fue a saludarlo también.
– ¡Vaya, Van! ¿Has venido a ver cómo trabaja tu madre?
– Sí.
Tenía el brazo alrededor de los hombros de Loretta. Esta se había ruborizado profundamente. Vanessa comprendió que acababa de besarla.
– Es un lugar maravilloso -añadió, tratando de mantener a raya sus sentimientos.
– Así se mantiene alejada de las calles. Por supuesto, yo también me voy a ocupar de eso a partir de ahora.
– ¡Ham!
– No me digas que aún no se lo has dicho a tu hija -comentó Tucker, con impaciencia-. Dios Santo, Loretta, has tenido toda la mañana.
– ¿Decirme qué?
– He tardado dos años en convencerla, pero finalmente me ha dicho que sí -contestó Ham.
– ¿Sí? -repitió Vanessa.
– No me irás a decir que eres tan lenta de entendederas como tu madre, ¿verdad? -bromeó. Entonces, besó a Loretta en la cabeza y sonrió como un muchacho-. Nos vamos a casar.
– Oh -repuso Vanessa, sin emoción alguna-. Oh.
– ¿Es eso lo único que se te ocurre? -preguntó Tucker-. ¿Por qué no nos das la enhorabuena y me das un beso?
– Enhorabuena -dijo ella, mecánicamente. Entonces, se acercó para darle un beso muy frío en la mejilla.
– He dicho un beso -protestó Tucker. La agarró con el brazo y la apretó con fuerza. Vanessa tuvo que abrazarlo también.
– Espero que seáis muy felices -consiguió decir. En aquel momento, descubrió que lo decía en serio.
– Claro que lo seremos. Además, yo me llevo dos bellezas por el precio de una.
– Menuda ganga -comentó Vanessa, con una sonrisa-. ¿Y cuándo es el gran día?
– Tan pronto como pueda convencerla -dijo Tucker. No se le había pasado por alto que madre e hija no habían intercambiado ni una palabra ni un abrazo-. Esta noche, Joanie nos invita a cenar a todos para celebrarlo.
– Allí estaré.
Cuando Vanessa dio un paso atrás, Tucker esbozó una picara sonrisa.
– Después de la clase de piano.
– Veo que las noticias viajan muy rápido -comentó Vanessa, atónita.
– ¿La clase de piano? -preguntó Loretta.
– Annie Crampton, la sobrina nieta de Violet Driscoll -dijo Tucker soltando una carcajada al ver el rostro de disgusto de Vanessa-. Violet ha contratado a Vanessa esta mañana.
– ¿Y a qué hora es esa clase? -quiso saber Loretta con una sonrisa.
– A las cuatro. Esa mujer que hizo sentirme como si estuviera de nuevo en el colegio.
– Yo puedo hablar con la madre de Annie si quieres -ofreció Loretta.
– No, no importa. Sólo es una hora a la semana mientras yo esté aquí, pero es mejor que regrese a casa -comentó. Aquel no era el momento para preguntas sobre el pasado-. Tengo que preparar lo que voy a hacer. Gracias por el joyero.