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Mazurca Para Dos Muertos

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Mazurca Para Dos Muertos
Название: Mazurca Para Dos Muertos
Автор: Cela Camilo Jos?
Дата добавления: 16 январь 2020
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Mazurca Para Dos Muertos - читать бесплатно онлайн , автор Cela Camilo Jos?

Mazurca para dos muertos toma su t?tulo de un asesinato y una venganza, sucesos que no son sino dos puntos de referencia en el vasto hilo conductor de la obra, que se erige en un extenso retablo de unas vidas se?aladas por la sexualidad, la barbarie y la violencia f?sica, bajo la recurrencia c?clica de temas que, como la lluvia o el eje de carro, aluden a la continuidad inmutable del tiempo. El soporte principal de la novela es el fin?simo e infalible o?do de C. J. C., su sentido de la sonoridad (en lo armonioso tanto como en lo estridente y terrible) y de la rotunda m?sica verbal, que impone cada pasaje como una realidad irrefutable en virtud de su contundencia expresiva. La guerra civil, irrumpiendo en primer plano en el centro del libro, sit?a en una perspectiva hist?rica este recitativo de una maestr?a t?cnica y expresiva indeclinable, que llega al m?ximo refinamiento y a la magia tribal desde una est?tica que no elude enfrentarse a lo fatal o b?rbaro. Mazurca para dos muertos, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es una de las obras maestras de su autor y ya actualmente un cl?sico mayor de la literatura de todos los tiempos en nuestra lengua.

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Tío Cleto es muy higiénico y aprensivo, se pasa el día frotándose las manos con alcohol y tiene los nudillos en carne viva.

– ¿Qué trabajo cuesta guardar unas normas elementales?

– Pues, sí, verdaderamente.

Tío Cleto va siempre de guantes, hasta toca el jazz-band de guantes, por dentro les da polvitos de seroformo para que no se le peguen a los nudillos descarnados.

– Vivimos rodeados de miasmas y nuestro deber es defendernos de las infecciones que nos acechan: el cólera, la lepra, el tétanos, la gangrena, el muermo, ¿para qué seguir?

Tío Cleto exonera el vientre al aire libre y de cara al viento (para escupir hace al revés) y se limpia el trasero con las más tiernas hojas del cogollo de una lechuga recién cortada.

– Serán siempre pocas todas las precauciones que nos tomemos.

– Puede.

Tía Jesusa y tía Emilita rezan el rosario completo, el de los quince misterios, al final se quedan dormidas de aburrimiento. Tía Jesusa y tía Emilita se aburren como ostras, también están medio anestesiadas, lo único que les distrae un poco es considerar lo mal que se porta tío Cleto con ellas, en fin, allá él, ¡él se condenará!

Tía Jesusa y tía Emilita hablan con voz de flauta de sacristía, parece que van a predicar los ejercicios espirituales.

– ¡Muchas cuentas tendrá que dar a Dios nuestro pobre hermano el día del Juicio Final!

– Bueno, todos, quién más, quién menos, hemos de vernos en apuros en semejante trance.

– Por eso conviene prepararse para bien morir, Camilito, tú no te confíes. ¡Acuérdate de Fleta, que se murió de repente y sin confesión!

– No, no; descuida, tía, yo ya estoy bien atento.

Las tías no conocían a Pepiño Xurelo, oyeron hablar de él pero no lo conocían. Hay personas que pasan por la vida llamando la atención, aunque no quieran, y otras en las que nadie repara por más que se esfuercen. Concha da Cona estaba cada día más guapa y alegre, a las mujeres jóvenes se les ponen las carnes muy lozanas cuando enviudan, la naturaleza es muy sabia y suele barnizar el dolor de cachondería para permitirnos seguir viviendo. Concha da Cona toca las castañuelas como una gitana.

– ¿Dónde aprendiste?

– En mi casa, con un poco de paciencia; esto de tocar las castañuelas es como respirar, al final sale solo.

Concha da Cona canta cuplés con gusto y con buena voz. Concha da Cona es una máquina de vivir, al contrario de Pepiño Xurelo que es una máquina de morir, hay cosas que no tienen buen arreglo. Concha da Cona tiene el mirar altivo y descarado, a lo mejor es hija de un conde o de un general, la sangre de las familias que llevan algún tiempo comiendo caliente es algo que no se puede ocultar. Concha da Cona duerme toda estirada, ésa es otra señal de confianza.

– ¿Se da usted cuenta de que tiene el pelo como la seda y de que anda balanceándose un poco? Concha da Cona, de haber tenido instrucción, hubiera podido llegar muy lejos, a patrona de casa de huéspedes, a peluquera, a dueña de una mercería o a algo por el estilo, pero Concha da Cona no sabe ni leer ni escribir y tiene que aguantarse.

– ¡Paciencia, hermana!

– Eso es, paciencia y salud para seguir barajando.

Concha da Cona, una temporada que anduvo por lejanas ciudades (Valladolid, Bilbao, Zaragoza), fue modelo de pintor, lo dejó porque pasaba mucho frío sin salir de pobre, para eso no merece la pena enseñar las tetas.

– Y además da rabia que le miren a una como a un perchero.

Tía Jesusa tuvo un novio farmacéutico, bueno aún no había terminado la carrera, le faltaban dos asignaturas, Ricardo Vázquez Vilariño, que se le murió en la guerra, se alistó en las Banderas Gallegas y lo mataron el día de año nuevo de 1938 en Teruel, al mismo tiempo que a su jefe el comandante Barja de Quiroga. Tía Emilita también tuvo un novio, Celso Varela Fernández, aparejador, que la dejó plantada y se le fue con una cómica, tía Emilita lo disculpaba,

– Una lagartona, una verdadera lagartona, contra esas mujeres los hombres no tienen ninguna defensa, Celso era bien bueno, pero esa mala pécora lo embaucó con sus artes y sus carantoñas, ¡pobre Celsiño!

Esto que se acaba de decir no es cierto, tía Jesusa y tía Emilita no tuvieron jamás novio, las dos se quedaron desde muy jóvenes para vestir santos de palo. Robín Lebozán se puso ante el espejo y habló con muy medida compostura.

– Yo siempre diré que fueron novios, soy muy caritativo y tampoco quiero cambiar, pero tía Jesusa y tía Emilita podrían haber sido las madres del estudiante de farmacia y del aparejador. Me es igual que la gente se confunda, yo sólo quiero cumplir con los dictados de mi conciencia.

Celestino Carocha, o sea don Celestino, el cura de San Miguel de Taboadela, tiene sus más y sus menos con Marica Rubeiras, la de los Tunos, una casada joven y bien parecida de la aldea de Mingarabeiza cuyo marido lleva los cuernos sin dignidad. Don Celestino se ve con Marica en el campanario, el sitio no es cómodo pero sí tranquilo.

– ¿Y ventilado?

– Eso, también ventilado.

Santos Cófora, Leitón, de sesenta y dos años y diez arrobas, al menos, en la romana, pretendía que su mujer, Marica Rubeiras, que no había llegado a la veintena, le guardara fidelidad conyugal.

– ¡Qué disparate!

– Hombre, no sé qué decirle, ¡por pretender que no quede!

Leitón no quería ni dar escándalo ni tampoco quedarse sin Marica, claro, pero llevaba tanta rabia dentro que ni sabía lo que discurrir para vengarse.

– Este maldito crego me la paga, ¡como hay Dios que me la paga!

A los familiares de Piñor los barrió la escoba del tiempo, que no se harta jamás de cosechar difuntos. Mi tío Claudio Montenegro, el pariente de la Virgen María, murió de viejo a poco de acabar la guerra; era un tipo curioso que jamás descomponía la figura, ni levantaba la voz, ni se extrañaba de nada, ni siquiera de los eclipses o las auroras boreales, durante la guerra hubo una aurora boreal. Cuando le dijeron que Leitón había ido a Orense a que le pegaran ladillas para vengarse del clérigo Carocha, lo encontró lo más natural.

– Se conoce que éste es un año de mucha ladilla, los campanarios están infestados de ladillas. ¡Que Dios nos proteja!

La abuela Teresa tuvo dos hermanas, Manuela y Pepa, y un hermano, Manuel. Teresa Fernández, Pinoxa, que vivía con su padre ciego, era hija de Manuela, y Claudio Otero, Restra, y su hermano Manuel, Cortador, eran hijos de Pepa. Tío Claudio era padre de dos hijas ciegas y muy desgraciadas y tío Manolo llevó más de media vida borracho; cuando murió tenía cerca de doscientas camisas por estrenar, se las mandaba su hijo Manolito que era dueño de un comercio en Montevideo. Manuela Fernández, Morana, era hija de Manuel y siempre nos quiso mucho porque la abuela le perdonó no sé qué deuda, a lo mejor era un foro. Las familias son como los ríos, que no se cansan nunca de pasar y pasar. La abuela Teresa era sobrina del santo Fernández. Fortunato Ramón María Rey, que después quedó en Ramón Iglesias, o sea el hijo bravo del santo Fernández, casó con Nicolasa Pérez y tuvo siete hijos: Antonio, que casó en Cuba con Josefa Barrera, su hijo José Ramón vive en Nueva York; Hortensia, que casó en Cuba con Julio Fuentes, sus hijos Delia, Maruja y Francisco viven en Nueva York; Mercedes, que casó en primeras con Ildefonso Fernández y en segundas con José Uceda; del primer matrimonio tuvo un hijo, Julio, que vive en Vigo casado con Dolores Ramos (tiene dos hijos, Alfonso, casado con Concepción, no me acuerdo del apellido, que vive en Barcelona, y Mercedes, casada con Maximino Lago, que vive en Vigo) y del segundo tuvo otros cinco: Maruja, casada con Justo Núñez, vive en Orense (tiene dos hijos, Justo y Jorge, que viven en Madrid), Antonio, casado con Aurora del Río, vive en Orense (tiene dos hijos, José Luis, casado con María Luisa González, y Roberto, casado con Elisa Camba), Matilde, casada con Román Alonso (tiene dos hijos, Carlos, casado con Pilar Jiménez, y Álvaro, soltero), José, soltero, que vive en Madrid, y Ramón, casado con Nieves Pereira, que vive en La Coruña. El cuarto nieto del santo Fernández es César, casado con Sara Carballo, ambos fallecidos, tuvo un hijo llamado César, es el único que lleva el apellido Rey, todos los demás se llaman Iglesias; César está casado con Benigna, tampoco me acuerdo del apellido, y tiene dos hijas, Lourdes y Raquel. Sigue Orentino, casado con Luisa Novoa, tiene dos hijas, Carmen, casada con Adolfo Chamorro, y Pilar, casada con Francisco Sueiro. La penúltima es María, viuda de José Dorribo, con cinco hijos: Angelines, casada con José Rodríguez; Rafael, casado con Aurora Pérez; Eulalia, soltera; Luisa, casada con Serafín Ferreiro, y Sara, casada con Arturo Casares. Y la pequeña, Herminia, viuda de Cándido Valcárcel, con cuatro hijos: Antonio, casado con Dolores do Campo, y María del Pilar, Matilde y Antonio, solteros. Las familias son como la mar, que no se acaba nunca y no tiene ni principio ni fin.

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