Confabulario
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Autodidacta de poderosa imaginaci?n. Juan Jos? Arreola ha ejercido los m?s dis?miles oficios: vendedor ambulante, periodista, maestro y sobre todo charlista de palabra deslumbrante y ademanes categ?ricos. Inquietador profesional de vidas y sensibilidades, buena parte de la |oven narrativa mexicana le debe ense?anzas definitivas. Su primer libro. Varia invenci?n, lo situ? como uno de los mejores cuentistas actuales. Confabularlo le da sitio aparte en nuestras letras. Su evoluci?n literaria podr?a resumirse as?: la ingenuidad que deviene sapiencia; la alusi?n que se convierte en elusi?n, el plano vertical que se trueca plano oblicuo. El tema del amor es capital en su obra: va del idealismo adolescente a una visi?n aterradora y caricaturesca de la mujer, cifra y s?mbolo de la enajenaci?n, del dolor y de la muerte. Autor de textos redondos por lo que toca a los personajes, la estructura y el estilo, me parece el m?s perfecto, porque los lastres que ven?a padeciendo la literatura mexicana desaparecen en ?l sin dejar huella,
Emanuel Carballo
Los cuentos que componen Confabularlo rebasan cualquier intento de descripci?n: f?bulas, poemas en prosa, cr?nicas, simples y llanas narraciones y divertimentos que trascienden, am?n de por su profundidad y poes?a, por su enorme maestr?a en el manejo del lenguaje. Cl?sico ya por la contundencia de su obra, Juan Jos? Arreola nos da en Confabularlo una peque?a muestra de su gran talento literario.
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EL FARO
Lo que hace Genaro es horrible. Se sirve de armas imprevistas. Nuestra situación se vuelve asquerosa.
Ayer, en la mesa, nos contó una historia de cornudo. Era en realidad graciosa, pero como si Amelia y yo pudiéramos reírnos, Genaro la estropeó con sus grandes carcajadas falsas. Decía: "¿Es que hay algo más chistoso?" Y se pasaba la mano por la frente, encogiendo los dedos, como buscándose algo. Volvía a reír: "¿Cómo se sentirá llevar cuernos?" No tomaba en cuenta para nada nuestra confusión.
Amelia estaba desesperada. Yo tenía ganas de insultar a Genaro, de decirle toda la verdad a gritos, de salirme corriendo y no volver nunca. Pero como siempre, algo me detenía. Amelia tal vez, aniquilada en la situación intolerable.
Hace ya algún tiempo que la actitud de Genaro nos sorprendía. Se iba volviendo cada vez más tonto. Aceptaba explicaciones increíbles, daba lugar y tiempo para nuestras más descabelladas entrevistas. Hizo diez veces la comedia del viaje, pero siempre volvió el día previsto. Nos absteníamos inútilmente en su ausencia. De regreso, traía pequeños regalos y nos estrechaba de modo inmoral, besándonos casi el cuello, teniéndonos excesivamente contra su pecho. Amelia llegó a desfallecer de repugnancia entre semejantes abrazos.
Al principio hacíamos las cosas con temor, creyendo correr un gran riesgo. La impresión de que Genaro iba a descubrirnos en cualquier momento, teñía nuestro amor de miedo y de vergüenza. La cosa era clara y limpia en este sentido. El drama flotaba realmente sobre nosotros, dando dignidad a la culpa. Genaro lo ha echado a perder. Ahora estamos envueltos en algo turbio, denso y pesado. Nos amamos con desgana, hastiados, como esposos. Hemos adquirido poco a poco la costumbre insípida de tolerar a Genaro. Su presencia es insoportable porque no nos estorba; más bien facilita la rutina y provoca el cansancio.
A veces, el mensajero que nos trae las provisiones dice que la supresión de este faro es un hecho. Nos alegramos Amelia y yo, en secreto. Genaro se aflige visiblemente: "¿A dónde iremos?", nos dice. "¡Somos aquí tan felices!" Suspira. Luego, buscando mis ojos: "Tú vendrás con nosotros, a dondequiera que vayamos". Y se queda mirando el mar con melancolía.