Desgracia

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Desgracia
Название: Desgracia
Автор: Coetzee J. M.
Дата добавления: 16 январь 2020
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Desgracia - читать бесплатно онлайн , автор Coetzee J. M.

A los cincuenta y dos a?os, David Lurie tiene poco de lo que enorgullecerse. Con dos divorcios a sus espaldas, apaciguar el deseo es su ?nica aspiraci?n, sus clases en la universidad son un mero tr?mite para ?l y para los estudiantes. Cuando se destapa su relaci?n con una alumna, David, en un acto de soberbia, preferir? renunciar a su puesto antes que disculparse en p?blico. Rechazado por todos, abandona Ciudad del Cabo y va a visitar la granja de su hija Lucy. All?, en una sociedad donde los c?digos de comportamiento, sean de blancos o de negros, han cambiado, donde el idioma es una herramienta viciada que no sirve a este mundo naciente, David ver? hacerse a?icos todas sus creencias en una tarde de violencia implacable. Una historia profunda, extraordinaria, que por momentos atenaza el coraz?n, y siempre, hasta el final, subyuga.

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«La comisión no dice palabra sobre su veredicto -dice el titular-. La comisión disciplinaria que investiga las acusaciones de acoso sexual y de graves faltas contra la ética que pesan sobre el profesor David Lurie ayer no dijo palabra acerca del veredicto. El presidente, Manas Mathabane, solo accedió a reseñar que las conclusiones han sido remitidas al rector para que este pase a la acción.

»Tras una muestra de esgrima verbal con miembros de Mujeres Contra la Violación después de la vista del caso, Lurie (53 años) dijo que sus experiencias con las estudiantes le han resultado "enriquecedoras".

»Las quejas presentadas contra Lurie, experto en poesía romántica, por los estudiantes de sus clases fueron el detonante de la situación.»

En su domicilio recibe una llamada de Mathabane.

– La comisión ya ha emitido su recomendación, David, y el rector me ha pedido que hable contigo por última vez. Está dispuesto a no tomar medidas extremas, me ha dicho, con la condición de que hagas una declaración pública, de tu puño y letra, que sea satisfactoria tanto desde nuestro punto de vista como desde el tuyo.

– Manas, ya hemos pasado antes por ese trecho del camino. Yo…

– Espera. Escúchame, déjame terminar. Tengo delante de mí un borrador de la declaración que satisfaría nuestros requisitos. Es bastante breve. ¿Me permites que te lo lea?

– Adelante.

Mathabane lee:

– «Reconozco sin reservas de ninguna clase haber incurrido en un grave abuso contra los derechos humanos que sin duda tiene la firmante de la queja contra mí interpuesta, aparte de haber incurrido en un abuso de la autoridad que ha delegado en mí la universidad. Pido sinceras disculpas a ambas partes y acepto la sanción apropiada que pueda serme impuesta.»

– ¿«La sanción apropiada que pueda serme impuesta»? ¿Qué quiere decir eso?

– Según entiendo, no se te firmará la carta de despido. Con toda probabilidad se te pedirá que solicites una excedencia. Si con el tiempo vuelves a desempeñar tu trabajo de profesor, eso es algo que dependerá de ti y de la decisión que tomen tu decano y el jefe del departamento.

– ¿Eso es todo? ¿Esa es la oferta?

– Eso es lo que yo entiendo. Si manifiestas tu entera disposición a suscribir esa declaración, que tendrá consideración de súplica de perdón, el rector estará dispuesto a aceptarla precisamente con ese espíritu.

– ¿Qué espíritu?

– Espíritu de arrepentimiento.

– Manas, ayer repasamos a fondo todo el asunto del arrepentimiento. Te dije lo que pensaba al respecto. No estoy dispuesto a pasar por eso. Antes he comparecido ante un tribunal oficialmente constituido, ante una ramificación de la ley. Ante ese tribunal laico confesé mi culpabilidad, una confesión laica. Con esa súplica de perdón debería ser suficiente. El arrepentimiento no tiene nada que ver ni aquí ni allá. El arrepentimiento pertenece a otro mundo, a otro universo, a otro discurso.

– Estás confundiendo varias cuestiones, David. No se te ordena que te arrepientas. Lo que suceda en tu alma es algo oscuro e impenetrable para nosotros, que solo somos miembros de lo que tú llamas un tribunal laico y simples seres humanos iguales que tú. Lo que se te pide es que firmes una declaración.

– ¿Se me exige que pida disculpas aun cuando no sea con toda sinceridad?

– El criterio que aquí importa no es tu sinceridad o tu falta de sinceridad. Eso es asunto, tal como digo, que habrás de ventilar a solas con tu conciencia. El criterio que de veras importa es saber si estás dispuesto a reconocer tu falta en público y a dar los pasos precisos para remediarla.

– Ahora sí que hilamos fino. Se me ha acusado y me he declarado culpable de las acusaciones. Eso es todo lo que necesitáis de mí.

– No. Es más lo que necesitamos. No mucho más: algo más, eso es todo. Espero que veas con claridad que eso es lo que tienes que darnos.

– Pues lo siento, pero no. No lo veo.

– David, no puedo seguir protegiéndote de ti mismo. Estoy harto, y lo mismo sucede con el resto de la comisión. ¿Quieres tiempo para pensarlo más despacio?

– No.

– Muy bien. Solo puedo decirte que tendrás noticias del rector.

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