Amarse con los ojos abiertos
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Bajo el t?tulo de `Amarse con los Ojos Abiertos` (2000) editorial Del Nuevo Extremo presenta una novela original y atrapante. Jorge Bucay y Silvia Salinas narran la experiencia de un hombre y una mujer que se enredan a trav?s del correo electr?nico, dando comienzo al mismo tiempo a una fascinante historia y a un libro de reflexi?n sobre el sentido de la pareja.
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LIBRO SEGUNDO [email protected]
Capítulo 7
Roberto se levanto satisfecho, sentía la convicción de que, por el momento, había conseguido darle la vuelta a la decisión de Laura. Le gustaba pensar que estaba salvando un libro para el futuro, aunque eso significara ayudar a Fredy, ese estúpido que sin saberlo le debía la continuidad de su participación en ese trabajo.
En la oficina todo iba sobre ruedas. Esa mañana terminó de diagramar la publicidad institucional para una empresa de administración de fondos de pensiones. Inundado su pensamiento por los mails de ida y de vuelta del día anterior, planteó la campaña sobre la idea de aceptar el paso del tiempo. Basó la propuesta en abandonar la ilusión de la juventud eterna y en volver realidad el sueño de una vejez protegida y segura.
A última hora de la tarde, de regreso a su casa, todavía resonaban en sus oídos los espontáneos aplausos y felicitaciones que había recibido en la reunión con la dirección, donde expuso el anteproyecto publicitario.
Algo más para agradecerle a Laura, pensó.
Llegó apurado para releer los mensajes. Tenía la sensación de haberlos pasado demasiado rápido.
Roberto siempre había odiado esas promociones para turistas que ofrecían visitar doce ciudades en diez días. Desde su primer viaje, él siempre sentía ganas de quedarse por un tiempo en el lugar donde aterrizaba, necesitaba “volver a pasar” por un lugar para poder registrarlo en su retina, en su oído, en sus pies, en su mente. La misma sensación tenía con las palabras de Laura; no le alcanzaba con leer una vez sus mensajes, necesitaba volver y extraer de allí lo que le parecía más importante o más impactante, o simplemente lo que le llegaba más.
Salirse de la ilusión para ver al ser que tenemos enfrente.
Duele dejar de lado las ilusiones y aceptar la realidad.
La realidad ES y frente a ella las ilusiones se disipan.
Renuncio a llevar adelante sola un proyecto que soñamos juntos.
Será o no cuando llegue el momento.
Es posible aprender de las dificultades.
La vida no es cumplir determinadas metas prefijadas, sería muy aburrido.
Partamos de la base de que no hay una postura correcta.
Se quedó pensando en dos metáforas que le encantaron: la de vivir como un surfista o como un conductor de metro, y la de que cada uno monta su circo como puede. Luego se detuvo en el pequeño relato de consultorio.
Trabajamos con un muchacho de 30 años que había roto con una mujer que le rechazó. Hablaba del dolor de perder la ilusión que había construido con aquella mujer.
Desde muchos lugares de su interior se sentía identificado con este paciente del grupo. También él rompía sus relaciones cada vez que sentía que su pareja lo rechazaba, también él había sentido cientos de veces el dolor de perder las ilusiones depositadas en un vínculo.
Pero había algo en la última frase que no le cuadraba del todo…
El verdadero dolor de él es aceptar cómo se dejó engañar.
¿Era ése el verdadero dolor en los vínculos, aceptar la realidad de que nos dejamos engañar?
¿Él se había dejado engañar? ¿Existe esa posibilidad: “dejarse” engañar? En todo caso ¿cuál era el engaño de las mujeres con las que había intimado? ¿Que no fueran como él las había imaginado, deseado, soñado o necesitado?
Como Laura decía: “una vez que pasa el enamoramiento no hay más remedio que enfrentarse con la realidad del ser del otro”.
Era duro. Tenía que pensar en esto. Amor, vinculo, ilusión, decepción, engaño…
Y por fin se detuvo en aquella frase:
“…se me hace muy difícil seguir adelante sin contar con tus palabras.”
Era evidente que Laura no se conformaría con seguir escribiendo sola, ella reclamaba con todo derecho la colaboración de Fredy.
Sobre psicología de parejas Roberto no sabía más que el producto de su muchas veces dolorosa experiencia y de su tiempo de terapia. Recordaba además algunos conceptos sobre psicología de la conducta dados en las materias de su carrera de marketing y otras tantas nociones que le habían quedado a partir de lecturas que hizo empujado tan solo por la curiosidad. Se dio cuenta de que tales conocimientos no iban a ser suficientes para tener conversaciones electrónicas con Laura sobre el tema de parejas.
Miró la hora, faltaban quince minutos para las ocho. Si se daba prisa llegaría a la librería grande del centro antes de que cerraran.
Dio una mirada a los mails anteriores buscando algunos nombres de autores y apuntó tres en una hoja:
WELWOOD
BRADSHAW
PERLS
A las diez estaba de vuelta en casa; traía en una bolsa una decena de libros:
EL VIAJE DEL CORAZÓN, el único que había podido conseguir de Welwood.
NUESTRO NIÑO INTERIOR, de John Bradshaw.
DENTRO Y FUERA DEL TARRO DE LA BASURA, de Eritz PerIs.
HACER EL AMOR, de Eric Berne.
PALABRAS A MI PAREJA, de Hugh Prater
EL AMOR INTELIGENTE, de Enrique Rojas.
SONIA, TE ENVIO MIS CUADERNOS CAFÉ, de Adriana Schnake
TE QUIERO, PERO… de Mauricio Abadi.
VIVIR, AMAR Y APRENDER, de Leo Buscaglia.
EL AMOR A LOS 40, de Sergio Sinay [4] .
Tiró el abrigo sobre el sillón y se sentó en la mesa para examinar su compra. Había estado bastante comedido, diez libros era una cantidad razonable dados sus antecedentes.
Desde la época en que se fascinaba leyendo filosofía política no había vuelto a tener uno de estos ataques de comprador compulsivo de libros. Sin embargo, en la librería había sentido aquella sensación que durante siete años lo invadió en cada librería que entraba: el interés, la curiosidad insaciable, la fascinación frente a cada libro. Éste por el título, este otro por la tapa, aquél por el autor y éste más aquí porque al hojearlo parecía interesante.
Mientras los miraba apilados en la mesa, virgenes de lectura, tenía la sensación de ser un pirata de cuentos contemplando embelesado el tesoro desenterrado.
Antes de abrir el libro de Welwood, se tomó todavía unos minutos para honrar el momento. Luego respiró profundo y leyó:
Nunca como ahora las relaciones íntimas nos habían llamado a enfrentarnos a nosotros mismos y a los demás con tanta sinceridad y conciencia. Hoy mantener una conexión viva con una pareja íntima nos pone frente al desafío de liberarnos de viejos hábitos y puntos débiles, y desarrollar todo nuestro poder; sensibilidad y profundidad como seres humanos.
En el pasado, quien deseaba explorar los misterios más profundos de la vida se recluía en un monasterio o llevaba una vida ermitaña; en la actualidad, las relaciones intimas se han convertido, para muchos de nosotros, en la nueva tierra indómita que nos coloca cara a cara con todos nuestros dioses y demonios.
Como ya no podemos contar con las relaciones personales como fuentes predecibles de comodidad y seguridad, ellas nos sitúan ante una nueva encrucijada, en la que debemos hacer una elección crucial.
Podemos luchar para aferrarnos a fantasías y fórmulas viejas y obsoletas, aunque no se correspondan con la realidad ni nos conduzcan a ningún lugar; o por el contrario, podernos aprender a tornar las dificultades en nuestras relaciones como oportunidades para despertar y sacar a la luz nuestras mejores cualidades humanas: el darse cuenta, la compasión, el humor; la sabiduría y la valerosa dedicación a la verdad. Si elegimos esto último, la relación se convierte en un camino capaz de profundizar nuestra conexión con nosotros mismos y con las personas que amamos, y de expandir nuestro sentido de lo que somos.
Fantástico!
Abrió en otro lugar al azar, era la página 132.
Todos los que emprendemos este viaje tenemos que aprender algo nuevo: cómo permitir que el compromiso evolucione de modo natural, con muchos vaivenes, avances y retrocesos.
Por tanto, la incertidumbre con respecto a nuestra capacidad de enfrentar todos los desafíos que se presenten no es un problema, es parte del camino mismo.
En este aspecto, me alentaron las palabras de Chogyam Trungpa, un maestro tibetano al que una vez le preguntaron cómo había logrado escapar de la invasión china arrastrándose por las nieves del Himalaya, con escasa preparación y provisiones, sin certeza sobre la ruta ni sobre el resultado de su huída. Su respuesta fue breve: “Puse un pie después del otro”.
El libro prometía ser revelador.
Con la mitad de su atención en lo que hacía y la otra mitad en la lectura, puso en el microondas unas porciones de pizza que sacó del frigorífico, abrió una lata de cerveza, fue hasta el escritorio y sacó un block blanco rayado del último cajón y un lapiz 2B, que guardaba en el cajón del medio para tomar apuntes rápidos.
A medida que leía se complacía de lo que le estaba pasando. Hacía mucho que no se interesaba tanto en una lectura.
¿Era el tema? ¿Lo interesante del libro? ¿Lo sorpresivo de la situación? ¿Sus fantasías con Laura? ¿Una combinación de todo eso?…
No pudo parar de leer El viaje del corazón hasta el final, cuando Welwood termina diciendo:
Cuanto más profundo sea el amor que une a dos personas, mayor será su interés por el mundo que habitan. Sentirán su conexión con la tierra y estarán dedicados a cuidar del planeta y de todos los seres sensibles que requieran de su ayuda.
Alguna vez, había coqueteado con la idea de estudiar psicología. Desde otro lugar aparecia nuevamente la fantasía, pero ahora cargada por Welwood del deseo de ser útil a otros, un sentimiento que Roberto no pudo evitar registrar rápidamente como extraño en él.
La semana fue literaria. A Welwood lo siguió Berne y luego Peris y Buscaglia. Después Schnake (sorprendente), Abadi y Pratter (de quienes ya había leído algo hacia algunos anos). Siguieron Sinay y luego Rojas (lejos, el que menos lo conquistó). Y por último Bradshaw, al que había ido postergando intuitivamente. Le costó leerlo (iera autoayuda tan “a la americana”!) pero lo que Bradshaw mostraba era tan irresistible que Roberto decidió acompañarlo en su desarrollo.