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El maestro de Petersburgo

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El maestro de Petersburgo
Название: El maestro de Petersburgo
Автор: Coetzee J. M.
Дата добавления: 16 январь 2020
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El maestro de Petersburgo - читать бесплатно онлайн , автор Coetzee J. M.

Este es otro de los libros traducidos al castellano del escritor sudafricano. En 1869 un novelista ruso exiliado vuelve a St. Petersburgo para recoger los efectos personales de su hijastro muerto. El novelista se ve envuelto en un mundo de sospechas revoluci?n y peligro cuando descubre que la polic?a zarista ha descubierto entre sus enseres ciertos papeles incriminatorios. En este libro de alto contenido psicol?gico, Coetzee recrea la mente de Feodor Dostoievski (autor de "Crimen y castigo" y "Los hermanos Karamazov"). El gran novelista est? obsesionado con descubrir si la muerte de su hijastro fue un asesinato o un suicidio, encontr?ndose sumergido en la subcultura violenta revolucionaria de la Rusia de 1869. Lo que Coetzee nos muestra es un retrato psicol?gico entremezclado con la trama t?pica de un Thriller.

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Aparecen por la puerta Anna Sergeyevna y su hija. Hay una larga caminata hasta el parque, primero por Voznesenskv Prospekt y luego por la orilla de la isla de Vasilevski. Antes incluso de llegar al parque sabe que ha cometido un error, un estúpido error. El quiosco de la banda está desierto, el campo que circunda el estanque de los patinadores solo está ocupado por las gaviotas que se pasean de un lado a otro. Pide disculpas a Anna Sergeyevna -Tenemos muchísimo tiempo, ni siquiera es mediodía -responde ella con buen animo- ¿Damos un paseo?

Su buen humor le sorprende, más le sorprende que ella le tome del brazo. Con Matryona al otro lado de Anna Sergeyevna echan a caminar a paso largo por los campos. Una familia, piensa bastaría con un cuarto miembro para estar al completo. Como si le hubiese leído el pensamiento, Anna Sergeyevna le aprieta el brazo.

Pasan junto a un rebaño de ovejas apiñadas cerca de un juncal. Matryona se aproxima a ellas con un puñado de hierba, el rebaño se dispersa al verla llegar. Del juncal sale un pastor, un chiquillo, que la regaña. Por un instante es como si sus palabras fuesen demasiado duras. Luego, el chiquillo lo piensa mejor, Matryona vuelve adonde están las ovejas.

El ejercicio le da un gracioso rubor en las mejillas. Todavía llegara a ser una gran belleza, piensa él, romperá mil corazones.

Se pregunta qué pensaría su mujer. Hasta la fecha, las indiscreciones que él ha cometido han venido seguidas por el remordimiento, pisándole los talones al remordimiento, por una voluptuosa necesidad de confesar. Esas confesiones a su esposa, de expresión torturada aunque vagas en lo que se refiere a los detalles, la han confundido primero y la han enfurecido después, endemoniando su matrimonio mas aun que las infidelidades mismas.

Pero en este caso en concreto no siente ni atisbo de culpa. Por el contrario, tiene la invencible sensación de estar en su pleno derecho. Se pregunta qué es lo que oculta esa sensación de estar en su derecho, pero la verdad es que no lo quiere saber. Por el momento, basta con que haya algo parecido a la alegría en su corazón. Perdóname, Pavel, susurra para sus adentros. Pero de nuevo nota que no va en serio.

Si dispusiera de mi vida de nuevo, piensa, si fuese joven otra vez. Y quizá también se dice: ¡dispusiera de la posibilidad de usar la vida, de la juventud que Pavel desperdició…!

¿Y la mujer que camina a su lado? ¿Lamenta ella ese impulso por el cual se entregó a él? Si eso nunca hubiera ocurrido, la excursión de hoy podría señalar el inicio de un cortejo como es debido, ya que eso es lo que sin duda desea la mujer ser cortejada, halagada, persuadida, conquistada. Incluso cuando se rinde, lo que desea es rendirse no con franqueza, sino en una deliciosa bruma de confusión, resistiendo sin resistirse, cayendo, si, pero sin que sea la suya una caída irrevocable. No caer y volver después entre los caídos, rehecha, virginal, lista para ser halagada y para volver a caer. Un juego con la muerte, un juego de resurrección.

¿Que haría ella si supiera lo que él está pensando? ¿Encerrarse en si misma, rechazar el ultraje? ¿Sería ese gesto parte del juego?

La mira a hurtadillas, y en ese instante lo entiende con todas las de la ley yo podría amar a esta mujer. Más que el tirón del cuerpo, siente lo que solo sabe calificar de afinidad con ella. Los dos comparten una misma clase, una misma generación. Y de repente caen en su debido lugar todas las generaciones Pavel y Matryona y su esposa Anna a un lado, él y Anna Sergeyevna al otro. Los niños frente a los que no son niños, los que tienen edad suficiente para reconocer en los juegos del amor el primer paladeo de la muerte. De ahí la urgencia de aquella noche, de ahí el calor. Ella fue en sus brazos como Juana de Arco presa de las llamas el espíritu que lucha contra sus ataduras mientras el cuerpo arde y se consume. Una lucha contra el tiempo. Algo que un niño o una niña jamás podrían comprender.

– Pavel dijo que estuvo usted en Siberia.

Sus palabras lo sobresaltan y ponen punto final a su ensoñación.

Diez años. Allí conocí a la madre de Pavel, en Semipalatinsk. Su marido era aduanero, murió cuando Pavel tenía siete años. Ella también murió, hace ya unos cuantos años. Supongo que se lo habrá dicho Pavel.

– Y entonces se volvió a casar.

– Sí. ¿Qué dijo Pavel al respecto?

– Solamente dijo que su esposa es joven.

– Mi esposa y Pavel son más o menos de la misma edad. Vivimos los tres juntos durante un tiempo, en una vivienda de la calle Meshchanskaya. No fue una época feliz para Pavel; sentía cierta rivalidad con mi esposa. De hecho, cuando le dije que íbamos a casarnos, se le acercó y le advirtió con bastante seriedad, le dijo que yo era demasiado viejo para ella. Después, muchas veces se refería a sí mismo en tercera persona; se refería a sí mismo y decía el huérfano: «Al huérfano le apetece otra tostada», «El huérfano no tiene dinero», etcétera. Fingimos que se trataba de un chiste, pero no lo era. Era buena muestra de un hogar sobre todo perturbado.

– Me lo puedo imaginar, pero es fácil sentir simpatía por él, desde luego que sí. Tuvo que haber sentido que lo estaba perdiendo a usted.

– ¿Cómo iba a haberme perdido? Desde el día en que me convertí en su padre, no le fallé ni una sola vez ¿Es que le estoy tallando ahora?

– Por supuesto que no, Fiodor Mijailovich, pero los niños, ya se sabe, son muy posesivos. Pasan por fases de celos, como todos los demás. Y cuando estamos celosos, inventarnos historias en contra de nosotros. Estimulamos nuestros sentimientos, nos asustamos casi sin darnos cuenta.

Basta con girar muy levemente sus palabras, como si fueran un prisma, para darles otro ángulo y para que reflejen un sentido muy distinto. ¿Es eso lo que pretende?

Él lanza una mirada a Matryona. Lleva unas botas nuevas, con forro de borrego que le sobresale por los bordes. Al apisonar la hierba húmeda, al clavar los tacones, deja tras de sí un rastro de huellas dentadas. Tiene fruncido el ceño a tuerza de concentración.

– Dijo que lo utilizaba para llevar mensajes.

Lo atraviesa una puñalada de dolor. ¡Así que Pavel se acordaba!

– Sí, es cierto. El año antes de que nos casáramos, el día de su onomástico, le pedí a Pavel que llevase un regalo mío a mi prometida. Fue un error del que me arrepentí después. Lo lamenté profundamente, y fue inexcusable. Lo hice sin pensar ¿Fue lo peor?

– ¿Lo peor?

– ¿Le habló Pavel de alguna cosa peor que esa? Me gustaría saberlo, al menos para que cuando pida perdón sepa de qué soy culpable.

Ella lo mira con extrañeza.

– Esa no es una pregunta justa, Fiodor Mijailovich. Pavel atravesaba por episodios de gran soledad. El se ponía a hablar, yo lo escuchaba. Iban saliendo las historias, no siempre historias agradables. Una vez abierto su pasado, tal vez podría entonces dejar de dolerse por todo ello.

– ¡Matryona! -él se vuelve hacia la niña-. ¿Te dijo Pavel alguna cosa …?

Pero Anna Sergeyevna le interrumpe.

– Estoy segura de que no -dice, y se vuelve hacia él con delicadeza, pero con furia. ¡A una niña no puede hacerle preguntas como esa!

Se detienen y se miran uno al otro en medio del campo. Matryona aparta la mirada con el ceño fruncido, los labios muy apretados. Anna Sergeyevna lo fulmina con la mirada.

– Empieza a hacer frío -dice-. ¿Volvemos?

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