Una mujer dificil

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Una mujer dificil
Название: Una mujer dificil
Автор: Irving John
Дата добавления: 16 январь 2020
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Una mujer dificil - читать бесплатно онлайн , автор Irving John

Nacida para sustituir, en cierto modo, a dos hermanos muertos en un accidente, Ruth Cole vive una infancia muy especial. En el verano de 1958, cuando ella tiene cuatro a?os, Marion, su madre, tras una t?rrida aventura con un jovencito de diecis?is, abandona el hogar. Ruth se queda con su padre, con el que mantiene una relaci?n de amor-odio marcada por la rivalidad. Pero, andando el tiempo, a sus treinta y seis a?os, Ruth se ha convertido en una mujer atractiva y en una escritora de ?xito, y, pese a su personalidad compleja y dif?cil, cuatro a?os despu?s no s?lo se ha casado, sino que tiene un hijo, enviuda y, por si fuera poco, se enamora por primera vez. Lo que no pod?a prever era la reaparici?n de la inquietante Marion…

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– Yo me ocuparé de esto -se ofreció Eddie O'Hare. Pero la mujer era inmune a los encantos de Eddie

– No quiero hablar con usted, sino con ella -le dijo la anciana, señalando a Ruth

– Oiga, señora, hoy es el día más importante de su vida -intervino Hannah-. Lárguese de una vez

Allan y Ruth se detuvieron y miraron a la mujer, la cual estaba sin aliento por haberse apresurado tras ellos

– No es mi ex mujer -susurró Allan, pero Ruth sabía eso con tanta certeza como sabía que la anciana no era su madre.

– Quería verle la cara -le dijo la mujer a Ruth

A su manera, la vieja dama tenía un aspecto tan anodino como el asesino de Rooie. No era más que otra anciana que había dejado de cuidar su aspecto. Y al pensar tal cosa, incluso antes de que la mujer hablara de nuevo, Ruth supo de repente quién era. ¿Quién sino una viuda por el resto de su vida tendería a abandonarse de aquel modo?

– Bueno, ahora ya me ha visto la cara más quiere? -le dijo Ruth-.

– Quiero volver a verle la cara cuando también usted se quede viuda -dijo la anciana, enojada-. No deseo otra cosa.

– Oiga, señora, cuando ella se quede viuda usted habrá muerto -le espetó Hannah-. Por su aspecto se diría que ya está agonizando

Hannah tomó el brazo de Ruth que le sujetaba Allan y, separándola de él, la encaminó hacia el coche

– Vamos, cariño… ¡Es el día de tu boda!

Allan dirigió una mirada breve y furibunda a la mujer, y después siguió a Ruth y Hannah. El novio granuja de Hannah, aunque parecía un hombre duro, en realidad era temeroso e ineficaz. Caminaba arrastrando los pies y miraba a Eddie

Y Eddie O'Hare, quien nunca había conocido a una mujer mayor que se resistiera a su encanto, pensó que podía utilizarlo de nuevo con la viuda airada, la cual miraba fijamente a Ruth como si quisiera grabar la escena en su memoria

– ¿No le parece que las bodas son sagradas, o que deberían serlo? -le preguntó Eddie-. ¿No figuran entre esos días que recordaremos durante toda la vida?

– ¡Sí, ya lo creo! -replicó la anciana viuda con vehemencia-. Sin duda recordará este día. Cuando su marido muera, lo recordará más de lo que quisiera. ¡No pasa una sola hora sin que recuerde el día de mi boda!

– Comprendo -dijo Eddie-. ¿Me permite que la acompañe a su coche?

– No, gracias, joven -replicó la viuda

Derrotado por la intransigencia de la mujer, Eddie dio media vuelta y se apresuró a reunirse con el grupo. Todos ellos apretaban el paso, tal vez debido al desapacible tiempo de noviembre

Celebraron el acontecimiento con una cena. Asistieron los libreros y Kevin Merton, el administrador de Ruth, con su esposa. Allan y Ruth no habían previsto irse de luna de miel. En cuanto a los nuevos planes de la pareja, Ruth le había dicho a Hannah que probablemente pasarían más tiempo en la casa de Sagaponack que en Vermont. Finalmente tendrían que elegir entre Long Island y Nueva Inglaterra, y Ruth opinaba que este último estado sería el mejor lugar para vivir cuando tuvieran un hijo. (Cuando el niño alcanzara la edad escolar, ella querría que estuvieran en Vermont.)

– ¿Y cuándo sabrás si vais a tener un hijo? -le preguntó Hannah a Ruth

– Lo sabré si me quedo embarazada o no -replicó Ruth.

– ¿Pero lo estáis intentando?

– Empezaremos a intentarlo después de Año Nuevo

– ¡Tan pronto! -exclamó Hannah-. Desde luego, no perdéis el tiempo

– Tengo treinta y seis años, Hannah. Ya he perdido suficiente tiempo

El fax de la casa de Vermont estuvo en funcionamiento durante todo el día de la boda, y Ruth abandonaba la mesa una y otra vez para echar un vistazo a los mensajes, que en general eran felicitaciones de sus editores extranjeros. Uno de los mensajes, muy cariñoso, era de Maarten y Sylvia, desde Amsterdam. (¡WIM ESTARÁ DESOLADO!, había escrito Sylvia.)

Ruth había pedido a Maarten que la mantuviera informada de cualquier novedad en el caso de la prostituta asesinada. La policía no hablaba del caso

En un fax anterior que Ruth había enviado a Maarten le preguntaba si aquella pobre prostituta tenía hijos. Pero en los diarios tampoco se decía nada acerca de una hija de la mujer asesinada

Ruth había tomado un avión y sobrevolado el océano, y ahora lo sucedido en Amsterdam prácticamente se había esfumado. Sólo en la oscuridad, cuando yacía despierta, Ruth notaba el roce de un vestido colgado o el olor a cuero del top guardado en el ropero de Rooie

– Cuando estés embarazada me lo dirás, ¿de acuerdo? -le pidió Hannah a Ruth mientras fregaban los platos-. No mantendrás eso en secreto, ¿eh?

– Yo no tengo secretos, Hannah -mintió Ruth

– Eres el mayor secreto que conozco -le dijo Hannah-. Me entero de lo que te ocurre de la misma manera que el resto del mundo. Tendré que esperar hasta que lea tu próximo libro

– Pero no escribo sobre mí, Hannah -le recordó Ruth.

– Eso es lo que tú dices

– Cuando esté embarazada, te lo diré, naturalmente -dijo Ruth, cambiando de tema-. Serás la primera en saberlo, después de Allan

Aquella noche, al acostarse, Ruth no se sintió del todo en paz consigo misma. Y, además, estaba rendida de cansancio.

– ¿Estás bien? -le preguntó Allan

– Muy bien.

– Pareces cansada.

– La verdad es que lo estoy -admitió ella

– No sé, de alguna manera pareces diferente -comentó Allan

– Bueno, me he casado contigo, Allan. Eso cambia un poco las cosas, ¿no?

A principios de 1991 Ruth quedaría embarazada, y eso también cambiaría un poco las cosas

– ¡Vaya, menuda rapidez! -observaría Hannah-. Dile a Allan, de mi parte, que no todos los hombres de su edad disparan todavía con munición real

Graham Cole Albright nació en Rutland, Vermont, el 3 de octubre de 1991, con un peso de tres kilos y medio. El nacimiento del niño coincidió con el primer aniversario de la reunificación alemana. Aunque no le gustaba nada conducir, Hannah llevó a Ruth al hospital. Había pasado con ella la última semana de su embarazo, porque Allan trabajaba en Nueva York y sólo regresaba a Vermont los fines de semana

Eran las dos de la madrugada cuando Hannah salió de la casa de Ruth en dirección al hospital de Rutland, un trayecto de unos cuarenta y cinco minutos. Hannah había telefoneado a Allan antes de salir. El bebé nació pasadas las diez de la mañana, y Allan llegó con tiempo más que suficiente para estar presente en el momento del parto

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