La Rosa de Alejandr?a
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Manuel V?zquez Montalb?n acaba de sacar por sexta vez de su madriguera al at?pico detective privado Pepe Carvalho. Los lectores que se apunten a esta nueva investigaci?n del sabueso galaico-ap?trido-catal?n pueden estar tranquilos y seguros. Lo que el autor promete y ofrece es la acreditada y atrayente f?rmula de un asesinato con connotaciones est?ticas -la v?ctima es, en este caso, una dama a la que han deshuesado y despedazado cient?ficamente- y sociol?gicas: una trama de pasiones, separaciones y fatales encadenamientos de circunstancias enmarcada en la reciente historia hispana. Todo ello aderezado con los finos toques de cocina (que no gastronom?a), erotismo, cr?tica literaria recreativa (o vindicativa, pues Carvalho purga su biblioteca quemando los libros, como el Quijote) y recuperaci?n de sentimentalidades aut?nticas que proporcionan Carvalho y su clan de marginados entra?ables.
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– Usted dirá.
– Diré muy poco. Pasaba por aquí.
O si lo prefieren he venido hasta aquí para ambientarme. Me gusta respirar el aire que respiran mis clientes.
– El aire de Montcada está contaminado por el polvo de cemento de la Asland.
– Cuando yo veraneaba por aquí ya estaba todo lleno de polvo.
– ¿Qué rollo es ese del veraneo?
¿A quién se le ocurre veranear en este agujero?
– El señor Carvalho estuvo por aquí el otro día, cuando vino a ver a tus padres, y me recordó escenas de su infancia.
– El cabrero tenía un choto. Un choto muy inteligente, gris. Aún le colgaba un pingajo de cordón umbilical y saltaba sin control, como un cabrito loco. Me encariñé con el cabrito, pero un día se lo llevaron, vi cómo se lo llevaban. Al matadero, supongo, porque nunca más lo he visto. A veces, cuando veo un rebaño de cabras, las examino con cuidado por si reconozco entre ellas a aquel choto.
– ¿Pero qué dice este tío? ¿Va de alucine?
– Déjalo hablar. Algo quiere decir.
– No. No quiero decir nada. De hecho no sé si he vuelto por ustedes o para comprobar que esto no es lo que era.
– Un paseo sentimental por el amor y la muerte.
Era Andrés el que hablaba con angustia y sarcasmo.
– ¿Qué saben ustedes de Albacete?
Y no me digan que allí hace mucho frío o que fabrican excelentes navajas.
– No, no se lo diré. Es una de las provincias que más han evolucionado, gracias a la paulatina sustitución de los viejos cultivos por nuevas especies y nuevos sistemas de regadío. Es una provincia con muchas aguas subterráneas, y han aplicado sistemas de irrigación a partir de una inyección central en profundidad. Además tiene una clase terrateniente que no se ha dormido y ha sabido ponerse al día.
Pensaba Carvalho, así, así te quiero ver yo, autodidacta. Pero el autodidacta seguía su explicación enciclopédica. De hecho no tenía mucho mérito. Bastaba saberse un diccionario enciclopédico de memoria, y Albacete figuraba en la A.
Andrés estaba a disgusto. Ni siquiera se predisponía a creer en el surrealismo de la situación y prefería pensar que entre Carvalho y Narcís había un código secreto del que él quedaba marginado.
– ¿Por qué le interesa saber algo de Albacete?
– Ustedes me han metido en esto.
No puedo recurrir a la policía, ustedes no saben nada y el marido de Encarnación está, por lo que parece, en Albacete. Esa mujer ha muerto o por casualidad o porque llevaba una doble vida que ustedes desconocen.
– ¿Quién no lleva una doble vida?
– Yo, por ejemplo. Me paso el día metiéndome en la vida de los otros, no tengo tiempo de vivir dos vidas. Ya sería vicio. Pero ustedes seguramente llevan dos vidas. Por ejemplo esta trastienda. Es la escenografía de otra vida en relación con la tienda de ahí al lado. ¿Y tú? ¿Qué doble vida llevas tú?
Le había salido el tú porque Andrés tenía cara de niño, de niño prematuramente envejecido y algo cansado.
– Yo vivo tres malas vidas. Mi casa, mis estudios inútiles y mis trabajos a salto de mata. No me tenga en cuenta. Nunca llegaré a nada. En sus tiempos, chicos como yo llegaban a directores de Banco por el procedimiento de empezar de botones. Ahora ni siquiera pueden ser botones. Ya no hay botones.
– Según las estadísticas hay en este país más trabajadores que parados.
– Me gustaría contarlos de uno en uno.
– Es cierto que he llegado hasta aquí casi por casualidad y para decirles que esta historia es de las más aburridas que he investigado, a pesar de lo fascinante del arranque, un cuerpo de mujer, troceado. Pero ya me dirán qué fascinación puede tener algo que en parte transcurre en Albacete.
– Imagínese la historia vista por un francés. Albacete le puede sonar a algo tan fascinante como a nosotros Poitiers, por ejemplo, escenario de los crímenes de Marie Bernard, la “Viuda Negra”. ¿Qué tiene Poitiers que no tenga Albacete? O Eastbourne, donde ocurrió un fascinante crimen en 1924, conocido como “el caso del crimen del bungalow” de Eastbourne.
La policía llegó a descubrir cuarenta y dos trozos de un cuerpo humano.
¿Qué le dice a usted Eastbourne?
Está en su mano inmortalizar Albacete, famosa por otra parte desde la guerra civil por las barbaridades que allí se le atribuyeron a Andrè Marty, un jefe de las Brigadas Internacionales. Albacete es suyo.
– Es un punto de vista, lo admito.
– Yo me voy.
Y se fue Andrés seguido por la mirada estudiosa de su amigo. Reinó un silencio aprovechado por el autodidacta para dirigir con un dedo la orquesta escondida en el disco. Carvalho, engullido por un viejo sofá de piel raída, tenía a su derecha el ámbito de la intimidad intelectual del monstruo, una mesa, alta fidelidad, estanterías de libros, y a su izquierda, separado por una línea imaginaria, un bosque de estanterías metálicas repletas de pequeños electrodomésticos, molinillos de café, cafeteras, abrelatas, afilacuchillos. Era como un doble decorado de escenario circulante o de estudio de cine o televisión a la espera de su utilización en una obra que se representaba al otro lado de la pared.
– No va a Mercabarna.
– No. No va a Mercabarna.
– Pero a sus padres les dice que trabaja en Mercabarna.
– Es un buen hijo, según el concepto clásico de ser buen hijo. Las clases populares conservan conceptos culturales que vienen de manuales pedagógicos fin de siglo. Los manuales de urbanidad, por ejemplo, sólo los respetan los pobres cuando quieren demostrar que son finos.
– ¿En qué trabaja?
– Qué más da. Le invito a cenar.
Arropó sus queridos objetos y en el acto de apagar las luces y pulsar el resorte de la puerta automática había un calor de tierna despedida hasta otro día. Carvalho le siguió en su coche hasta el paseo de Colón y buscó aparcamiento junto al edificio de la Lonja, no muy lejos de donde había dejado Narcís su nuevo Volskwagen.
El restaurante al que le conducía parecía una dependencia de una caja de Ahorros, y se llega a él por un pasillo directamente conectado con la calle. En la puerta de cristal grabado campeaba el rótulo Racõ d.en Pep y la opacidad de la puerta dejó paso a un pequeño local en forma de ele, con una no menos pequeña cocina a la izquierda en la que se afanaban los fogoneros casi a la vista del público.
– ”Hola, maco! Tens la tauleta teva com sempre”.
Era un hombre joven y brevemente barbado el que acogía a Narcís con tanta familiaridad. Y a pesar de lo repleto del local en seguida estuvo al pie de la mesa cantando la carta con comentarios calificadores. Se pasó al castellano en cuanto vio que Narcís lo empleaba con Carvalho, y fieles a sus recomendaciones pidieron unas judías con almejas y cogote de merluza al ajillo tostado, también se mostró el restaurador buen conocedor de vinos y respaldó el patriotismo de Narcís exigiendo vinos blancos del Penedés.
– ”Sí, maco, sí. Hem de fer país”.
Era cachondeo o era sentido del negocio. La cena tuvo el esplendor sólo conseguido mediante la alianza de la sencillez y las materias nobles.
Especialmente el excelente lomo de merluza coronada por un picadillo de ajos dorados. Narcís estaba orgulloso de su poder de cliente habitual y pregonaba las glorias de aquella cocina familiar.
– Muchos días, sobre todo al mediodía, en aquella mesa está el gobernador de Barcelona.
– ¿Lo considera usted una prueba de que aquí se guisa bien?
– Los gobernadores civiles siempre han comido mejor que los ministros.
Tienen un sentido más caciquil del gusto. Me gusta este local por sus dimensiones, porque está en la zona más hermosa de Barcelona y porque tiene el nombre en catalán. Catalunya sólo ha recuperado los nombres. No creo que nunca recupere nada más.
A pesar del vino y del espléndido Cohiba que Narcís pidió en homenaje a la clase política española consumidora de Cohibas, el autodidacta no salía del pesimismo histórico observado por un entomólogo social.
– ¿Ésta es su doble vida?
– ¿Se refiere a la buena mesa? No.
En realidad para mí comer bien es una excepción. Me gusta ser recibido como he sido recibido, y eso se consigue con cierta asiduidad. Pero por lo general como cualquier cosa en la trastienda del negocio de mi madre. O en el frankfurt en el que usted nos ha encontrado.
No contento con observar la conducta de los demás, el autodidacta observaba la propia desde que se levantaba hasta que se acostaba. Sin duda disponía de una teoría de sí mismo.
– Y ahora de putas.
Carvalho no estaba preparado para aquella resultante de un proceso mental.
– ¿Cómo dice?
– Que ahora hemos de ir de putas -aclaró el enclenque excursionista acalorado por las dos botellas de vino blanco y las copas de licor de frambuesa.
– ¿Soy libre de decir que sí o que no?
– Le aconsejo que diga que sí, porque vamos a ir a un sitio donde le espera una sorpresa. La prostitución es una traducción exacta de esta sociedad. Estamos en pleno juego entre reconversión y sumergimiento. Reconversión industrial, economía sumergida. Pues bien, si clasificamos las putas presentes en el mercado se entera usted de más sociología que si se matricula en un curso en la Universidad Autónoma, como yo hice hace tiempo. Para empezar: la puta tradicional de calle o bar de barrio putero, especie en decadencia biológica revitalizada ahora con sangre nueva de la generación del paro, la menos ilustrada y por lo tanto sofisticada para buscar niveles de puterío mejor cotizados.
No obstante si se busca bien se encuentran auténticas gangas a precios increíbles, especialmente por la parte baja de las Ramblas o en el cruce de Hospital o Porta Ferrissa con las Ramblas. Luego están especies tradicionales que apenas han variado, como la puta de barra de cafetería, cuyo origen histórico hay que buscarlo en la carretera de Sarriá, pero que está sufriendo la competencia de la puta telefónica, ofrecida por las secciones de relax y contactos de “La Vanguardia” o de “El Periódico”. ¿Ha leído usted la literatura que respalda esa oferta? No se la pierda. A continuación la puta supuestamente ocasional ofrecida por alcahuetas, en clandestinidad, no vaya a enterarse el marido, porque están pasando una época difícil, el paro, ya se sabe o porque las putea la droga o una secta religiosa, que de todo hay. Sería muy largo de contar, pero yo me inclino por las llamadas putas de relax, ofrecidas como masajistas, pero asegúrese usted bien antes de ir, porque no todo el mundo entiende la cosa igual. Lo mejor es ir a establecimientos con una cierta tradición en los que te hacen un completo clásico, desde la sauna hasta el polvo sin límites, pasando por un masaje bien hecho, seco o húmedo, con algas japonesas o sin algas japonesas, whisky etiqueta negra y vídeo, donde siempre sale el mismo negro con una polla larga y la misma rubia chupándosela.