La bastarda de Estambul

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La bastarda de Estambul
Название: La bastarda de Estambul
Автор: Shafak Elif
Дата добавления: 16 январь 2020
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La bastarda de Estambul - читать бесплатно онлайн , автор Shafak Elif

M?s que una ciudad, Estambul parece un gran barco de ruta incierta, cargado de pasajeros de distintas nacionalidades, lenguas y religiones. Esa es la imagen que acompa?a a la joven Armanoush, que viaja desde Arizona para visitar por primera vez la ciudad y descubrir sus or?genes. Lo que la joven a?n no sabe es que su familia armenia y la de su padrastro turco estuvieron ligadas en el pasado, y que la vida en com?n de los dos pueblos fue un d?a apacible.

Bien pronto Armanoush conocer? a ese clan peculiar, donde solo hay mujeres porque los hombres tuvieron a bien morir j?venes o irse lejos para olvidar sus pecados. en el centro del retrato destaca Zeliha, la mujer reblede que un d?a se qued? embarazada y decidi? no abortar. Fue as? como naci? Asya, que ahora tiene diecinueve a?os, y pronto ser? amiga de Armanoush. Completan la foto de familia otras se?oras de armas tomar, que entretienen su tiempo cocinando, recordando viejos tiempos y encar?ndose al futuro de su pa?s, cada cual a su manera.

La amistad entre las dos j?venes acabar? desvelando una historia vieja y turbia, una relaci?n que naci? y muri? en la pura desesperaci?n, pero las damas de la familia sabr?n c?mo resolver incluso este percance.

Sentando a esas maravillosa mujeres de Estambul delante de una mesa llena de platos deliciosos y algo especiados, elif Shafak cabalga con talento entre lo ?pico y lo dom?stico, cont?ndonos la historia de Europa a trav?s de las mil historias que cada familia guarda en le ba?l de los secretos.

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Dikran Stamboulian miró con ansia la comida de la mesa y tendió la mano hacia una jarra de bebida de yogur, americanizada con demasiado hielo. Varios cuencos de arcilla multicolores de distintos tamaños contenían los platos que más le gustaban: fassoulye pilaki, kadın budu köfte, karnıyarık, churek recién hecho y, para su deleite, bastırma. Aunque seguía echando chispas, se ablandó al ver el bastırma y se derritió del todo al ver al lado su plato preferido: burma.

A pesar de que siempre había estado bajo la estricta vigilancia dietética de su mujer, todos los años el tío Dikran añadía otra capa de grasa a su infame barriga, como un nuevo anillo de crecimiento en el tronco de un árbol. Ahora era un hombre corpulento, bajo y rechoncho, al que no le importaba llamar la atención por eso. Dos años antes le habían ofrecido un papel en un anuncio de pasta. Hizo de cocinero alegre al que nada podía enturbiar el ánimo, ni siquiera que le dejara su novia, puesto que todavía le quedaba su cocina y podía preparar espaguetis. En realidad, igual que en el anuncio, el tío Dikran era un hombre de un buen humor tan excepcional que cada vez que uno de sus muchos conocidos quería ilustrar el tópico de que los gordos son gente alegre, citaba su nombre. Sin embargo, ese día el tío Dikran no parecía él mismo.

– ¿Dónde está Barsam? -preguntó mientras tendía la mano hacia un köfte-. ¿Sabe a qué se dedica su mujer?

– ¡Ex mujer! -le corrigió la tía Zarouhi. Como si fuera una joven maestra de escuela elemental que bregaba todo el santo día con niños rebeldes, no podía evitar corregir cualquier error que le saliera al paso.

– ¡Sí, ex! ¡Pero ella no lo reconoce! Esa mujer está loca, seguro. Lo está haciendo a propósito. Si Rose no hace esto solo para molestarnos, yo ya no me llamo Dikran. ¡Buscadme otro nombre!

– No necesitas otro nombre -le consoló la tía Varsenig-. Sin duda lo está haciendo a propósito…

– Tenemos que rescatar a Armanoush -terció la abuela Shushan, la matriarca de la familia.

Se levantó de la mesa para ir a su butaca. Aunque era una cocinera maravillosa, jamás tuvo mucho apetito y últimamente sus hijas temían que hubiera encontrado la manera de seguir viva tomando solo una taza de té al día. Era una mujer bajita y huesuda con una fuerza excepcional para enfrentarse a situaciones mucho peores que aquella; su delicado rostro emitía un aura de eficiencia. Su negativa a admitir la derrota pasara lo que pasase, su inamovible convicción de que la vida era una lucha, tres veces más penosa para los armenios, y su capacidad para ganarse a cualquiera que se cruzara en su camino habían pasmado a lo largo de los años a muchos miembros de la familia.

– Lo más importante es el bienestar de la niña -masculló la abuela Shushan mientras acariciaba la medalla de plata de san Antonio que siempre llevaba. El santo patrón de los objetos perdidos la había ayudado muchas veces a afrontar las pérdidas que había sufrido en su vida.

Tras estas palabras la abuela Shushan cogió las agujas de hacer punto. De ellas colgaban las primeras pasadas de una manta azul para bebés con las iniciales «A. K.» tejidas en el borde. Hubo unos instantes de silencio, mientras todos los presentes observaban el grácil movimiento de sus manos con las agujas. Para la familia la labor de la abuela Shushan era como una terapia de grupo. La segura y regular cadencia de los puntos calmaba a todo el mundo, y les parecía que mientras la abuela Shushan hiciera punto, no había nada que temer y al final todo saldría bien.

– Tienes razón, pobre Armanoush -comentó el tío Dikran, que por lo general se ponía del lado de Shushan en cualquier disputa familiar, sabiendo que era mejor no disentir con la omnipotente matriarca. A continuación bajó la voz para preguntar-: ¿Qué será de ese corderito inocente?

Antes de que nadie pudiera contestar, se oyó un tintineo en la puerta y alguien abrió con llave. Era Barsam, pálido, con cara de preocupación tras sus gafas de montura metálica.

– ¡Ja! ¡Mirad quién ha llegado! -exclamó el tío Dikran-. Señor Barsam, a tu hija la va a criar un turco y tú aquí de brazos cruzados… Amot!

– ¿Y qué puedo hacer? -se lamentó Barsam Tchajmajchian, volviéndose hacia su tío. Luego alzó la vista hacia una enorme reproducción del Bodegón con máscaras de Martiros Saryan, como si el cuadro ocultara la respuesta que necesitaba. Pero no debió de encontrar solaz en él, porque cuando volvió a hablar su voz tenía el mismo tono inconsolable-. No tengo ningún derecho a intervenir. Rose es su madre.

– Aman! ¡Menuda madre! -rió Dikran Stamboulian. Tenía una risa chillona, extraña en un hombre de su tamaño, un detalle del que era consciente e intentaba dominar, menos cuando estaba en tensión.

– ¿Qué les dirá a sus amigos ese corderito inocente cuando sea mayor? Mi padre es Barsam Tchajmajchian, mi tío abuelo es Dikran Stamboulian, su padre es Varvant Istanboulian, yo me llamo Armanoush Tchajmajchian, todos mis antepasados se llaman NosequeNosequequian y soy la nieta de unos supervivientes del genocidio que perdieron a todos sus parientes a manos de los carniceros turcos en 1915, pero a mí me han lavado el cerebro para que niegue el genocidio porque me crió un turco llamado Mustafa. Pero ¿esto qué es? Ah, marnim jalasim!

Dikran Stamboulian se interrumpió para mirar con atención a su sobrino, buscando el efecto de sus palabras. Barsam se había quedado de piedra.

– ¡Vete, Barsam! -exclamó el tío Dikran, alzando la voz-. Coge un avión para Tucson esta misma noche y detén esta farsa antes de que sea demasiado tarde. Habla con tu mujer. Haydeh!

– ¡Ex mujer! -le corrigió de nuevo la tía Zarouhi, mientras se servía un trozo de burma-. Ay, no debería comer esto, tiene demasiado azúcar y demasiadas calorías. ¿Por qué no pruebas con sacarina, mamá?

– Porque en mi cocina no entra nada artificial -replicó Shushan Tchajmajchian-. Come tranquilamente hasta que tengas diabetes cuando seas vieja. Cada cosa a su tiempo.

– Sí, pues supongo que yo todavía estoy en mi tiempo del azúcar. -La tía Zarouhi le hizo un guiño, pero solo se atrevió a comerse medio burma. Todavía masticando se volvió hacia su hermano-. De todas formas, ¿qué hace Rose en Arizona?

– Ha encontrado trabajo allí -respondió Barsam con tono apagado.

– ¡Sí, menudo trabajo! -La tía Varsenig se dio unos golpecitos en la aleta de la nariz-. ¿Qué demonios se cree que está haciendo, rellenando enchiladas como si no tuviera ni un centavo? Lo hace a propósito, desde luego. Quiere que todo el mundo nos eche la culpa, que piensen que no le ayudamos con la niña. Una valiente madre soltera luchando contra el mundo. ¡Ese es el papel que se ha asignado!

– Armanoush estará bien -murmuró Barsam, intentando no parecer desesperado-. Rose se quedó en Arizona porque quiere volver a estudiar. El trabajo en la Asociación de Estudiantes es provisional. Lo que ella quiere de verdad es sacarse el título de maestra. Quiere trabajar con niños, y eso no es nada malo. Mientras ella esté bien y cuide de Armanoush, ¿qué más da con quién salga?

– Tienes razón, pero a la vez te equivocas. -La tía Surpun subió las piernas a la butaca y se acomodó, mientras su mirada se aceraba de pronto con un toque de cinismo-. En un mundo ideal podría decirse que, bueno, es su vida, no es asunto nuestro. Si no te importaran la historia y los antepasados, si no tuvieras memoria ni responsabilidades y si vivieras únicamente en el presente, desde luego sería así. Pero el pasado vive en el presente, y nuestros antepasados respiran a través de nuestros hijos y tú lo sabes… Mientras Rose tenga a tu hija, puedes intervenir en su vida con todo el derecho del mundo. ¡Y más cuando sale con un turco!

– Barsam, cariño, preséntame a un turco que hable armenio, ¿eh? -terció la tía Varsenig, que nunca se había sentido muy cómoda con los discursos filosóficos y prefería hablar claro en lugar de tanta jerga intelectual.

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