Reencuentro

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Reencuentro, Vincenzi Penny-- . Жанр: Современная проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Reencuentro
Название: Reencuentro
Автор: Vincenzi Penny
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 554
Читать онлайн

Reencuentro читать книгу онлайн

Reencuentro - читать бесплатно онлайн , автор Vincenzi Penny

Una noche de 1987, alguien abandona a una ni?a reci?n nacida en el aeropuerto de Heathrow. Un a?o antes, tres chicas, Martha, Clio y Jocasta, se hab?an conocido por casualidad en un viaje y hab?an prometido volver a encontrarse, aunque pasar? mucho tiempo antes de que cumplan la promesa. Para entonces, Kate, la ni?a abandonada, ya ser? una adolescente. Vive con una familia adoptiva que la quiere, aunque ahora Kate desea conocer a su madre biol?gica. Es decir, una de aquellas tres j?venes, ahora mujeres acomodadas. Pero ?qu? la llev? a una situaci?n tan desesperada?

La trama que desgrana este libro se sit?a all? donde confluyen entre estas cuatro vidas. Y es que Kate ver? cumplido su deseo aunque, como ense?an algunas f?bulas, a veces sea mejor no desear ciertas cosas…

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 7 8 9 10 11 12 13 14 15 ... 141 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Martha se sintió fatal de inmediato. ¿En qué bruja estaba convirtiéndose? Anne tenía razón, no era mucho pedir. Simplemente no quería hacerlo…

– No -dijo enseguida-, de acuerdo. Pero tendrá que adaptarse a mi horario y le dejaré en una boca de metro, ¿entendido? No pienso pasarme toda la noche conduciendo por Londres.

– Qué amable eres -dijo Anne-. Se lo diré. ¿Qué hora exactamente se adapta mejor a tu ocupado horario?

– Me iré a las cuatro -dijo Martha, evitando dejarse provocar.

– ¿Te ves capaz de desviarte tanto como para recogerle? Podrías tardar quince minutos más.

– Le recogeré -dijo Martha.

Anne salió de casa al oír el coche de Martha. Su resuello al ver el Mercedes fue casi audible.

– Eres muy considerada -dijo-. Está preparado. Hemos estado charlando, ¿verdad, Ed?

– Sí. Vaya, qué cochazo. Es usted muy amable, señorita Hartley.

Martha bajó del coche, se quitó las gafas de sol y se encontró mirando a uno de los chicos más guapos que había visto en su vida.

Era bastante alto, medía más de metro ochenta, tenía pelo rubio, corto y ondulado y unos ojos azules asombrosamente intensos. Estaba moreno, y tenía algunas pecas sobre una nariz recta, y una sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes absolutamente perfectos. Llevaba unos pantalones cortos holgados, un estilo que Martha no soportaba, zapatillas deportivas sin calcetines y una camisa blanca bastante arrugada. Parecía un anuncio de Ralph Lauren. De repente Martha se sintió menos fastidiada.

– Es muy amable, de verdad -repitió Ed mientras salían a la carretera-. Se lo agradezco mucho.

– No es nada -dijo Martha-. ¿Qué le ha pasado a tu coche?

– Se ha muerto -contestó-. Era un trasto. El regalo de mi madre por mis veinte años. Me dijo que no debía usarlo para trayectos largos. Y está visto que tenía razón.

– ¿Y qué vas a hacer?

– A saber. -Echó un vistazo al coche-. Es precioso. Es descapotable, ¿no?

– Sí.

– En Londres no lo usará mucho.

– Entre semana, no -dijo Martha-. Donde vivo no necesito mucho el coche.

– ¿Y dónde vive?

– En los Docklands.

– Qué guay.

– Bastante guay, supongo -dijo Martha, esperando que no pareciera una vieja patética hablando como una jovencita.

– ¿Es abogada? -dijo él-. ¿Sí? ¿Se disfraza con la peluca blanca?

– No -contestó Martha, sonriendo a pesar suyo-. No soy abogada de juzgado, sino corporativa.

– Ah, bueno. Entonces lleva divorcios, compras de casas…

– No, trabajo para una firma de la City, Sayers Wesley.

– Ah, ya la entiendo. Trabaja toda la noche, supervisa grandes negocios, cosas así.

– Cosas así. -Le echó un vistazo. Se había puesto una gorra de béisbol con la visera detrás, otra cosa que Martha no soportaba pero, por imposible que pareciera, le sentaba bien-. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

– Ahora mismo estoy probando cosas -dijo él-, cosas de telecomunicación. Me aburro mucho. Pero dentro de unos meses me voy. Estoy ahorrando.

– ¿Adónde vas?

– Ah…, a Tailandia, Australia, por ahí. ¿Usted lo hizo?

– Sí que lo hice. Y lo pasé en grande.

– Eso espero. Debería haberlo hecho antes de la uni, la verdad.

– ¿Cuántos años tienes, Ed?

– Veintidós.

– ¿Y qué has estudiado? -preguntó-. ¿En la universidad?

– Inglés. Mi padre quería que hiciera clásicas, porque fue lo que estudió él. Pero no me veía capaz.

– No me sorprende -dijo Martha, y de repente y de forma impactante se acordó de Clio, la bajita, rellenita y bonita Clio, diciendo exactamente lo mismo, hacía tantos años. Clio, que quería ser médico, que… Bueno, basta, Martha. No mires atrás.

– Ojalá lo hubiera hecho -dijo Ed-. Le hubiera hecho feliz. Ahora que ha muerto, me da la sensación de que podría haberlo hecho por él.

– Sí -dijo Martha-, te entiendo. Aunque tú debes hacer lo que es bueno para ti.

– Sí -dijo él-, en realidad yo pienso lo mismo. Pero a veces…

– Por supuesto. Siento lo de tu padre. ¿Qué le ocurrió?

– Cáncer. Sólo tenía cincuenta y cuatro años. Fue horrible. Siempre dejaba para más adelante ir a ver al médico y después había una lista de espera espantosa para ir al especialista, y…, bueno, la verdad es que todo fue un asco.

– Debió de ser terrible para ti. ¿Cuánto hace que murió?

– Tres años -contestó Ed-. Yo estaba en la uni y fue muy duro para mi madre. Su padre se portó muy bien con ella. Ella dice que la ayudó a salir adelante. Su padre es muy buena persona. Su hermana también es muy simpática.

– Me alegro de oírlo -dijo Martha.

El chico se volvió a mirarla reflexivamente.

– Pero no se parece mucho a usted -añadió, y después se sonrojó-. Lo siento. Ahora me dejará tirado en la cuneta.

– Si hubieras dicho que me parecía a ella, seguro que sí -dijo Martha, sonriendo.

– Ya, pero no se parecen. Claro que ella será mucho mayor.

– De hecho, es dos años más joven que yo -dijo Martha.

– ¡No me diga!

– Sí te digo.

Un silencio, y después:

– No es posible -dijo.

– Ed -dijo Martha-, me has alegrado el fin de semana. Dime, ¿a qué universidad fuiste?

– A Bristol.

– ¿De verdad? Yo también fui allí.

– ¿Ah, sí? -Se volvió y le sonrió de nuevo. Después dijo-: Seguro que estaba en Wills Hall.

– Pues sí -dijo Martha-. ¿Cómo lo has sabido?

– Todos los pijos vivían allí. Era como un gueto de escuela privada. Al menos cuando yo estaba.

– ¡No soy una pija! -exclamó Martha indignada-, y fui a la escuela pública de Binsmow. Cuando era decente.

– Yo también -dijo él-, pero para entonces ya era un desastre.

Martha pensó que el chico debía de ser inteligente si había entrado en la Universidad de Bristol a pesar de haber asistido a una mala escuela pública. Porque era mala, su padre estaba en la junta y a menudo se desesperaba.

Llegaron a Whitechapel a las ocho y media.

– Aquí me va bien -dijo Ed-, cogeré el metro.

– De acuerdo. Te acercaré.

– Lo he pasado muy bien -dijo él-, gracias. Ha sido divertido. Hablar con usted y todo eso. La verdad, creía que sería más… más…

– ¿Qué? -dijo Martha, riendo.

– Un rollo, vaya. Francamente.

– Bueno, me alegro de no haberlo sido.

– No, ni mucho menos. -Bajó del coche, cerró la puerta, pero volvió a abrirla y la miró de una forma extraña-. Estaba pensando -dijo- si le gustaría salir a tomar algo una noche.

– Bueno -dijo Martha, sintiéndose muy poco guay de repente-, pues sí, sería divertido. Pero me temo que trabajo hasta muy tarde casi todos los días.

– Ah, bueno -repuso él-. No se preocupe.

Parecía desilusionado y un poco incómodo.

– No, no he dicho que no pueda -dijo Martha enseguida-, me gustaría mucho. Es que tengo unos horarios muy difíciles. Es eso.

– Ya me adaptaré -dijo él, y volvió a sonreír-. Chao; Gracias otra vez.

– Hasta pronto, Ed. Ha sido un placer.

– Para mí también.

Ed cerró la puerta y se alejó sacando un walkman de la mochila. Martha pensó que no volvería a verle nunca más. Sobre todo si se marchaba de viaje.

Y se puso a pensar en lo que no se había permitido pensar en la iglesia, en aquellos días embriagadores, cuando las cosas todavía estaban bien…

Al final decidió ir también a las islas. Viajó hasta Koh Samui sola, en tren, de noche. Se durmió casi de inmediato y se despertó en algún momento de la noche en Surat Thani, desde donde la llevaron en autobús al ferry, y después de cuatro horas por mar llegó a Koh Samui.

En el barco se hizo amiga de una chica llamada Fran que había oído decir que la mejor playa era la de Big Buddha, cogieron un taxi-bus para ir y sintió que el mundo había cambiado por completo.

Martha nunca olvidaría no sólo la primera visión de la franja de playa bordeada de árboles altos, sino también su primera sensación: la arena blanca, el aire cálido e increíblemente dulce después de la árida pestilencia de Bangkok, el agua cálida de color azul verdoso. Ella y Fran encontraron una cabaña, de forma ostentosa denominada bungalow, por doscientos baht por noche, y pensaron que no querrían marcharse jamás. Tenía ducha, un porche y tres camas. El tiempo se volvió más lento y se dejaron llevar por él.

1 ... 7 8 9 10 11 12 13 14 15 ... 141 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название