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El astillero

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El astillero
Название: El astillero
Автор: Onetti Juan Carlos
Дата добавления: 16 январь 2020
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El astillero - читать бесплатно онлайн , автор Onetti Juan Carlos

En la presente novela, el protagonista regresa a la ciudad que le expulsara de su seno, enfrentado a dos proyectos quim?ricos. Obra maestra de Onetti, El astillero instaura, en el espacio corro?do de depredaci?n y deterioro que enuncia su t?tulo, una alegor?a de la condici?n humana que es o puede ser a la vez la alegor?a de un pa?s y un tiempo concretos y una visi?n refleja de la esencial precariedad del hombre. …Entre sus novelas, probablemente es la m?s equilibrada, la m?s perfecta. El mundo entero de Onetti y el de Santa Mar?a est?n aqui, su fascinaci?ndoble por la pureza y la corrupci?, por la dulzura de los sue?o y la herrumbre siniestra del desenga? y fracaso, todo resumido, concentrado en una peque? ciudad inexistente y en unos pocos personajes, sobre todo en Larsen, tambi? apodado Juntacad?eres o Junta, el h?oe o contraheroe m?s querido por Onetti.

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Pero ésta era su última oportunidad de engañarse. De modo que mantuvo, sin que se viera el esfuerzo, con voluntad desesperada, un límite infranqueable entre la Gerencia General, y el frío creciente de la glorieta y las comidas dentro o alrededor de la casilla donde vivía Gálvez con la mujer vestida de hombre y los perros sucios.

Aparte de la piedad intermitente, de la conciencia de que nunca le sería explicado el secreto de la invariable alegría de la mujer («no es porque esté resignada, no es por el privilegio de dormir con este tipo, no es tampoco por imbecilidad»), tuvo que soportar muy pocas cosas. En realidad, no estaba con ellos sino con reproducciones de fidelidad fluctuante, de otros Gálvez y Kunz, de otras mujeres felices y miserables, de amigos con nombre y rostros perdidos que lo habían ayudado -sin propósito, sin tomarlo de verdad en cuenta, sin agregar nada al impulso instintivo de ayudarse ellos mismos- a experimentar como normal, como infinitamente tolerable, la sensación de la celada y la desesperanza. Ellos, por su parte, soportaron desde el primer día, sin humillarse, sin burla, el doble juego de Larsen: la Gerencia de 8 a 12, de 3 a 6, las desapariciones de Larsen hasta la cena, sus silencios cuando se hablaba del viejo Petrus o se insinuaba la existencia de su hija.

Las cenas (guisos ahora, casi siempre, porque el frío obligaba a cocinar en la casilla y allí el humo no cabía), duraban hasta tarde, con litros de vino, con tangos sordos en la radio (los perros dormían, la mujer canturreaba ronca y suave dentro del calor de las solapas alzadas, sonriente, proponiendo con cada palabra un enigma de gozo y de preservada inocencia), con el plácido intercambio de anécdotas, de recuerdos pintorescos deliberadamente impersonales.

Habían dejado de odiarlo y es casi seguro que lo soportaban porque lo creían loco, porque Larsen agitaba en ellos un espeso, coincidente légamo de locura; porque extraían una indefinible compensación del privilegio de oír su voz grave y arrastrada hablando del precio por metro de la pintura de un casco de barco en el año 47 o sugiriendo tretas infantiles para ganar mucho más dinero con el carenaje de buques fantasmas que nunca remontarían el río; porque podían distraerse con las alternativas del combate entre Larsen y la miseria, con sus triunfos y sus fracasos en la interminable, indecisa lucha por cuellos duros y limpios, pantalones sin brillo, pañuelos blancos y planchados, por caras, sonrisas y muecas que traslucieran la confianza, la paz de espíritu, aquella grosera complacencia que sólo puede procrear la riqueza.

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