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Mazurca Para Dos Muertos

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Mazurca Para Dos Muertos
Название: Mazurca Para Dos Muertos
Автор: Cela Camilo Jos?
Дата добавления: 16 январь 2020
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Mazurca Para Dos Muertos - читать бесплатно онлайн , автор Cela Camilo Jos?

Mazurca para dos muertos toma su t?tulo de un asesinato y una venganza, sucesos que no son sino dos puntos de referencia en el vasto hilo conductor de la obra, que se erige en un extenso retablo de unas vidas se?aladas por la sexualidad, la barbarie y la violencia f?sica, bajo la recurrencia c?clica de temas que, como la lluvia o el eje de carro, aluden a la continuidad inmutable del tiempo. El soporte principal de la novela es el fin?simo e infalible o?do de C. J. C., su sentido de la sonoridad (en lo armonioso tanto como en lo estridente y terrible) y de la rotunda m?sica verbal, que impone cada pasaje como una realidad irrefutable en virtud de su contundencia expresiva. La guerra civil, irrumpiendo en primer plano en el centro del libro, sit?a en una perspectiva hist?rica este recitativo de una maestr?a t?cnica y expresiva indeclinable, que llega al m?ximo refinamiento y a la magia tribal desde una est?tica que no elude enfrentarse a lo fatal o b?rbaro. Mazurca para dos muertos, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es una de las obras maestras de su autor y ya actualmente un cl?sico mayor de la literatura de todos los tiempos en nuestra lengua.

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– ¿Mucha?

– Bueno, tampoco demasiada.

Rosa Loureses, la madre de los Marvises de allí, no lo dejaba marchar.

– Tiene la misma sangre que mis hijos y en esta casa no molesta, por el monte puede ponerse peor. Tenéis que dejarlo dormir por lo menos dos días.

– Bueno.

La gente del curro, o sea los Guxindes, nos esparramamos por Briñidelo, por Puxedo y por Cela, los Marvises quedaron en casa de sus primos y Policarpo también, Cidrán Segade y su cuñado Gaudencio, el que iba para ciego, dormían en la lareira de Urbano Randín, alimañero, contrabandista y bizco, más bizco que nadie.

– No le mires a la cara, Cidrán, que los virollos confunden el sentimiento.

Don Brégimo se instaló en casa del ciego Pepiño Requiás, quien le dejó la cama por una peseta, Marcos Albite y Moncho se fueron a Puxedo, a casa de las Laurentinas, y Robín Lebozán y yo nos llegamos a Cela, a visitar a mis parientes Venceás.

– Quedar aquí los dos, esta casa es amplia y nos hacéis compañía.

Los Venceás vivían con su madre, Dorinda, de ciento tres años de edad y quejándose siempre de frío, y con una criada que hacía el licor café mejor que nadie.

– ¿Cómo se llama esa mujer?

– No lo sabemos, la pobriña es muda y, claro, no nos lo dijo. No es de por aquí, por su pinta parece portuguesa pero a lo mejor no es de ningún lado, papeles no tiene, lleva ya mucho tiempo con nosotros, más de cincuenta años, y nunca hizo mal a nadie. En la aldea le llamamos la muda pero no de mote, es que es así.

La muda hacía el licor café con seriedad, apunte si quiere; en una olla de barro se echa lo que sigue: una olla de aguardiente de orujo de fina calidad; dos libras de café tostado, en grano; cuatro libras de azúcar cande; dos puñados de nueces, peladas, claro, y un poco padexadas para que suelten la substancia, y las mondas de dos naranjas amargas. Durante dos semanas se revuelve todo bien revuelto con una varita de avellano: cien veces siguiendo la marcha de las agujas del reloj, cuando nace el día, y otras cien al revés, cuando viene la noche; después se filtra con papel de estraza, se embotella y se deja reposar por lo menos un año. Hay quien pone el licor en unos frascos bocudos bien tapados con cera, y también hay quien no filtra y lo echa todo a madurar en un bocoy de duelas de carballo, eso va en gustos. La muda se pone muy contenta cuando Robín y yo festejamos el trago chascando la lengua; a la muda, se conoce que con la alegría, se le escapan unos pedos graciosos, atiplados y prolongados.

Loliña Moscoso Rodríguez, la mujer de Baldomero Gamuzo, bueno, Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, Afouto, lleva a sus cinco hijos relucientes, parece que les saca brillo. En cambio los de Rosa Roucón, la de Tanis Perello, que son otros cinco, andan con el culo al aire y las velas colgando, cada una es como Dios la hizo y el anís tampoco se reparte de balde.

– ¿Quieres una copita de anís?

– ¿Será hora?

Chelo Domínguez la de los Avelaíños, o sea la señora de Roque, el vicario de San Carallás bendito en la Tierra, pasa escocida por este valle de lágrimas.

– No te quejes, Cheliño, que más vale tener que desear.

– Sí, eso dicen.

Chelo Domínguez tiene buena mano para la cocina, la empanada de raxo le sale muy bien, y el lacón, al que parte en tres o cuatro cachos y dora en las brasas antes de cocerlo, y los callos, que pueden ser de ternera y no de cordero, y la miolada con costilletas, esto de la cocina tiene tanta defensa como arrebato.

– ¿Usted piensa que los japoneses son muy celosos?

– ¿Por qué me lo pregunta?

– No, por nada; lo había oído decir.

Don Benigno Portomourisco Turbisquedo se pasó la vida diciendo que había de durar más de cien años, pero se murió a los noventa, después de haberse bebido más vino del que hubo de caberle en el cuerpo.

– ¿Y dice usted que nadie lo vio nunca borracho?

– ¿Cómo había de decirle tal cosa? A don Benigno lo vio borracho todo el mundo, él tampoco se escondía, no vaya a creer.

Don Benigno tenía planta de alabardero, aunque al final andaba ya un poco encorvado.

– ¡Parrulo!

– Mande, don Benigno.

– Ponte en la parra y no entres hasta que estés pingando.

– Sí, señor.

Luisiño Bocelo, Parrulo, era un capón manso y obediente que valía para descargar en él el mal humor.

– ¡Parrulo!

– Mande, don Benigno.

– Bájate los calzones, que quiero darte dos palos en el culo.

– Sí, señor.

A Luisiño Bocelo, Parrulo, cuando estaba en el seminario, sus compañeros le meaban la cama y después pasaba mucho frío.

– ¡Parrulo!

– Mande, don Benigno.

– ¿Le llevaste ya el pan y el agua a la señora?

El segundo marido de Georgina, la prima del cojo Moncho Preguizas, también se le acabó muriendo.

– Tengo que apurarme un poco porque ya no soy ninguna moza, aquí por estos andurriales siempre hace falta un hombre; las mujeres, aunque seamos viudas dos o tres veces, no debemos estar solas jamás.

Moncho habla siempre con cariño de su tía Micaela, la madre de Georgina.

– Siempre fue muy buena para conmigo, cuando era muchacho me la meneaba todas las noches; antes, las familias estaban más unidas.

Adela y Georgina son hermanas, pero no se parecen mucho salvo en la inclinación al vino, la afición al tabaco y la propensión al catre.

– ¡Para lo que una ha de vivir!

– Di que sí, mujer, que en este mundo no hemos de quedar para simiente.

A Adela y Georgina les gusta mucho que la señorita Ramona les ponga tangos de Carlos Gardel en la gramola: Flor de durazno, Melodía de arrabal, Cuesta abajo.

– ¡Cómo me gustaría ser hombre para bailar el tango maltratando!

– ¡Mujer, qué ocurrencia!

Adela y Georgina, una noche del otro año, bailaron tangos con la señorita Ramona y Rosicler.

– ¿Me puedo sacar la blusa?

– Haz lo que quieras.

Mi tía Salvadora, la madre de Raimundo el de los Casandulfes, vive sola en Madrid, no quiere saber nada de la aldea.

– ¿Ni de los parientes?

– No; tampoco de los parientes.

Por parte de mi madre me quedan aún cuatro tíos: tía Salvadora y tío Cleto, viudos, y tía Jesusa y tía Emilita, solteras. Tío Cleto se pasa las horas muertas tocando la batería o sea el jazz-band.

– ¿Pero cuántos años tiene?

– No sé, setenta y seis o setenta y ocho. Tía Jesusa y tía Emilita gastan su tiempo en rezar, en murmurar y en orinar, las dos tienen incontinencia de orina. Tía Jesusa y tía Emilita no se hablan con tío Cleto, bueno, no es que no se hablen, es que se aborrecen, se odian a muerte y sin disimulo mayor.

– Los hombres, el mejor para ahorcado. Cleto se pasa el día tocando el bombo y los platillos para molestarnos, nada más que para molestarnos. ¡Como sabe que padecemos de jaqueca!

Mis tíos viven los tres en la misma casa, ellas abajo, que es más húmedo, y él arriba, que es más seco. Tío Cleto, cuando se aburre, vomita, se mete los dedos en la boca y devuelve las tripas donde mejor le pilla, en una palangana o detrás de los muebles, se conoce que encuentra mucho deleite en arrojar. A tío Cleto, en París, durante el viaje de novios, se le puso mala la mujer y la dejó en el hospital con el argumento de que a él los enfermos le daban mucho asco, se enteró de que había enviudado por una carta del cónsul.

– La pobre Lourdes no duró mucho, ésa es la verdad, pero ¡en fin!, yo hice lo que pude, la dejé en un buen hospital y con todo pagado, hasta el entierro, fue un caso de mala suerte.

Mis abuelos estaban en buena posición, eran dueños de una tenería y una fábrica de ataúdes, Manufacturas del Más Allá, pero mis tíos se patearon la herencia y ahora están sin una perra y viviendo de milagro.

– Yo no sé lo que es peor, si el hambre o la mugre; los hombres prefieren la mugre pero las mujeres nos quedamos con el hambre, a lo mejor hay alguna golfa que no.

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