Confabulario
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Autodidacta de poderosa imaginaci?n. Juan Jos? Arreola ha ejercido los m?s dis?miles oficios: vendedor ambulante, periodista, maestro y sobre todo charlista de palabra deslumbrante y ademanes categ?ricos. Inquietador profesional de vidas y sensibilidades, buena parte de la |oven narrativa mexicana le debe ense?anzas definitivas. Su primer libro. Varia invenci?n, lo situ? como uno de los mejores cuentistas actuales. Confabularlo le da sitio aparte en nuestras letras. Su evoluci?n literaria podr?a resumirse as?: la ingenuidad que deviene sapiencia; la alusi?n que se convierte en elusi?n, el plano vertical que se trueca plano oblicuo. El tema del amor es capital en su obra: va del idealismo adolescente a una visi?n aterradora y caricaturesca de la mujer, cifra y s?mbolo de la enajenaci?n, del dolor y de la muerte. Autor de textos redondos por lo que toca a los personajes, la estructura y el estilo, me parece el m?s perfecto, porque los lastres que ven?a padeciendo la literatura mexicana desaparecen en ?l sin dejar huella,
Emanuel Carballo
Los cuentos que componen Confabularlo rebasan cualquier intento de descripci?n: f?bulas, poemas en prosa, cr?nicas, simples y llanas narraciones y divertimentos que trascienden, am?n de por su profundidad y poes?a, por su enorme maestr?a en el manejo del lenguaje. Cl?sico ya por la contundencia de su obra, Juan Jos? Arreola nos da en Confabularlo una peque?a muestra de su gran talento literario.
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EVA
Él la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes.
En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades de ese mismo jaez.
El joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros estuvieran a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer, cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos.
Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel periodo matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos. Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wólpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento.
"En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaban ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen."
La tesis de Wólpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. "El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia", dijo casi con lágrimas en los ojos.
Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus libios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó.
Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos.