Trilogia de la huida
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La Trilog?a de la huida re?ne las tres primeras novelas de Dulce Chac?n: Alg?n amor que no mate, Blanca vuela ma?ana y H?blame, musa, de aquel var?n. "Los tres libros de esta Trilog?a de la huida tienen ese origen com?n, la melancol?a que deja en las personas la lucha que parte de la evidencia de un fracaso: la pareja fracas?, pero hay que reconstruir el amor. Dulce no abordaba ese asunto con un prop?sito previo, ella no hac?a teor?a de lo que iba a escribir, y no escrib?a nada como una teor?a; abordaba las novelas con la misma frescura, y con la misma libertad, con la que abordaba los poemas, como exabruptos de su sentimiento, y en el fondo de sus sentimientos, en el origen de su melancol?a, estaba la evidencia, y la rabia, ante ese fracaso."
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Dieciocho días en los que Blanca ayudó a Carmela a buscar piso. Dieciocho días en los que Peter no la llamó ni una sola vez. ¿Por qué no dijiste te quiero?, le hubiera preguntado. Esas cosas no hace falta decirlas, le contestaría él. Necesitaba oírlo. Te amo. Ya es tarde.
Dieciocho días en los que ella pensaba en José. Deseaba llamarle. Y no quería llamar. Dejaría que el tiempo pasara. Olvidaría a Peter. Recuperaría el sabor de la soledad, su lugar hacia dentro. Sola. Se acostumbraría a vivir sin Carmela. Aprendería a cuidarse sola. Tejería escuchando música. Leería los libros que nunca tuvo tiempo de leer. Visitaría exposiciones. Asistiría a conciertos. Estudiaría inglés. Cambiaría los muebles de sitio. Iría al cine, al teatro. Sola. Ella podría hacerlo. Sola. No necesitaba a José.
¿Y qué hacer cuando no supiera qué hacer? Cuando sentarse ante su telar fuera tan sólo ocupar el tiempo, cuando tuviera que volver a leer la página de un libro, una vez y otra y otra. Cuando su urgencia por olvidar a Peter le negara el olvido, y la llevase a negar un deseo: el encuentro con José. Qué temía de él. Entregarlo todo. Perderlo todo. Desde el primer momento se dio cuenta de que ejercía sobre José una fascinación que ella ignoraba que podía ejercer. Blanca se obligaba a pensar que no le amaba, le había gustado su olor y la forma en que la besó. No le amaba, ni quería amarle. Pero deseaba hundir la nariz en la esquina de su cuello, y que él le apartara la cabeza tirándole del pelo, para ofrecerle su boca como un pozo invertido. Qué hacer cuando el recuerdo de las manos de José le acariciara el rostro. Cuando ir al cine fuera la esperanza de volver a coincidir. Cuando buscara perderse en El Bosco y le viera desnudo, hombre alado que vuela en El Jardín de las Delicias. Cuando escuchara una canción y su gabardina flotara al compás de la música, en una danza aérea, verde. Cuando cambiara los muebles de sitio y se sorprendiera jugando a descubrir el lugar que Peter escogería para sentarse, a adivinar si sería el contrario el que preferiría José. Qué hacer para que no apareciera, recurrente, siempre que intentaba olvidar a Peter. Se decidió a llamarle. Conocer al enemigo es empezar a combatirlo, olvidarlo es haberlo vencido. Conocería a José, olvidaría a Peter, y ambos dejarían de ocuparla, le permitirían leer, asistir a un concierto, sola, admirar un cuadro, estudiar, tejer.
Llamó a José. Cenarían juntos. Le conocería. Le olvidaría. La cita. Permaneció frente al espejo durante dos horas, cambiándose de vestido. Demasiado ajustado. Demasiado rojo. Mejor, pantalones. No. El verde me sienta bien, resalta el color de mis ojos. Verde. No. Quien de verde se viste a todo se atreve. Por qué no. Sí. Escogió el vestido verde.
