Ada o el ardor

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Ada o el ardor
Название: Ada o el ardor
Дата добавления: 15 январь 2020
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Ada o el ardor - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

Publicada por Nabokov al cumplir sus setenta a?os, "Ada o el ardor" supone el felic?simo apogeo de su larga y brillante carrera literaria. Al mismo tiempo que cr?nica familiar e historia de amor (incestuoso), Ada es un tratado filos?fico sobre la naturaleza del tiempo, una par?dica historia del g?nero novelesco, una novela er?tica, un canto al placer y una reivindicaci?n del Para?so entendido como algo que no hay que buscar en el m?s all?, sino en la Tierra. En esta obra, bell?sima y compleja, destaca por encima de todo la historia de los encuentros y desencuentros entre los principales protagonistas, Van Veen y Ada, los dos hermanos que, crey?ndose s?lo primos, se enamoraron pasionalmente con motivo de su encuentro adolescente en la finca familiar de Ardis (el Jard?n del Ed?n), y que ahora, con motivo del noventa y siete cumplea?os de Van, inmersos en la m?s placentera nostalgia, contemplan los distintos avatares de su amor convencidos de que la felicidad y el ?xtasis m?s ardoroso est?n al alcance de la mano de todo aquel que conserve el arte de la memoria.

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—La leyenda —replicó Van —hace demasiado honor a mi especialidad. Si hay que decir las cosas tal como son, sólo me ejercito unos minutos, una noche sí y otra no. ¿Verdad, Ada? (miró alrededor, esperando verla). Conde, la primeraes el ratón de los latinos; la segunda, el gato de los ingleses, y el todoes este vino. ¿Quiere un poco más? Es una charada que vale poco, pero es mía.

Marina escuchaba complacida la charla vivaz y desenfrenada de los dos guapos muchachos.

—Habíale de tu éxito en Londres, Van, zhe tampri(por favor).

—Bien —dijo Van—. Todo comenzó por una broma, allá en Chose, y luego...

—¡Ven aquí, Van! —llamó Ada, con voz aguda—. Tengo algo que decirte.

Dorn (hojeando una revista literaria) a Trigorin:

—Hace unos dos meses apareció en estas columnas cierto artículo... una «Carta de América». Querría preguntarle, por si acaso (coge a Trigorin del brazo y le conduce hacia las candilejas)... porque, mire, es una cuestión que me interesa enormemente...

Ada estaba en pie, con la espalda contra un tronco de árbol, como una bella espía que acaba de negarse a que le venden los ojos.

—Van, quería preguntarte, por si acaso... (y continuó en voz muy baja, con un gesto irritado de la mano). ¿Vas a dejar de hacer el papel del buen anfitrión tonto? Ha venido borracho como una cuba, ¿es que no lo ves?

La representación fue interrumpida por la llegada del tío Dan. Conducía con una sorprendente temeridad, como les suele suceder, Dios sabe por qué, a muchas personas taciturnas y melancólicas. El pequeño torpedo rojo zigzagueó ágilmente entre los pinos y fue a detenerse en seco ante Ada, a quien Dan ofreció el perfecto regalo de cumpleaños: una gran caja de caramelos de menta, blancos, rosas e incluso, ¡ oh, boy!, verdes. Guiñando un ojo, añadió que tenía un aerograma para ella.

Ada desgarró nerviosamente el pliego y descubrió que no era para ella, sino para su madre. Y que no venía del siniestro Kalugano, como había temido en principio, sino de Los Ángeles, ciudad mucho más divertida. Marina leyó el mensaje, y, palabra tras palabra, su rostro se iba iluminando con una expresión de beatitud juvenil y supremamente incorrecta. Con gesto triunfante, tendió el precioso escrito a Mlle. Larivière-Monparnasse, que lo leyó por dos veces, sacudiendo la cabeza con una sonrisa de indulgente desaprobación.

—¡Pedro vuelve! —exclamó (gorjeó, canturreó) Marina, dirigiéndose a su imperturbable hija.

—Para quedarse aquí hasta el final del verano, supongo —dijo Ada; y, mientras lo decía, extendió una manta de coche sobre las hormiguitas y las agujas de pino secas, y se sentó al lado de Greg y de Lucette para jugar una partida de Snap.

—¡Oh, no! Sólo quince días (risita de chiquilla). Luego saldremos para Houssaie, alias Gollivud-tozh. (Decididamente, Marina estaba en una forma espléndida.) Sí, amigos míos, iremos todos: el autor, las pequeñas y Van, si quiere.

—Yo sí que quiero —dijo Percy—, pero no puedo (una muestra de su clase de humor).

Mientras tanto, el tío Dan, a quien la presencia de las gentes del pic-nic contiguo intrigaba sobremanera, se aproximó al grupo misterioso, tan pimpante con su panamá de actor de variedades y su chaqueta ligera de franela a rayas rojo cereza, y llevando en una mano su vaso de vino Héro y un canapé de caviar en la otra.

Los hijos malditos—anunció Marina, en respuesta a una pregunta que le había hecho Percy.

Percy, no debías tardar en morir... y no de esa bolita de plomo que se clavó en tu gruesa pierna en una hondonada de Crimea, sino dos minutos más tarde, cuando, al volver a abrir los ojos, te sentiste aliviado y te creíste seguro, oculto entre los matorrales. No ibas a tardar en morir, Percy, pero en aquel hermoso día de julio, indolentemente tendido bajo los pinos del condado de Ladore, regiamente ebrio de resultas de alguna fiesta anterior, con un vaso lleno de polvo en tu mano de pelos rubios, con el deseo en el corazón, escuchando a una aburrida literata, charlando con una comediante envejecida y dirigiendo al mismo tiempo torpes miradas de amor a su hosca hija, te deleitabas en la picante situación —salud, compadre—, y nada raro había en ello. Fornido, hermoso, indolente y feroz, campeón de rugby, gozador de jóvenes campesinas, combinabas el encanto del atleta en vacaciones con el tono de voz afectado del asno snob. Creo que lo que yo detestaba más en tu bella cara redonda era aquella piel de bebé, esas mejillas limpias y lisas del hombre de afeitado fácil. Yo sangraba ya cada vez que me afeitaba... y esto duraría aún setenta años.

—En un nidal fijado en el tronco de ese pino —decía Marina a su joven admirador— hubo en otro tiempo un «teléfono». ¡Cómo me gustaría tenerlo hoy! ¡Ah, aquí viene por fin!

Su marido, menos el vaso y el canapé, regresaba a paso tranquilo, portador de excelentes noticias: aquellos señores eran un grupo «de una cortesía exquisita». En su lenguaje había reconocido una buena docena de palabras italianas. Era, según había entendido, una collazionede pastores. Dan creía que ellos creían que también él era un pastor. Un cuadro, de autor desconocido, de la colección del cardenal Cario de Médicis podía haber servido de modelo a aquella copia. Excitado, y aún sobreexcitado, el hombrecillo insistió en que los criados llevasen comida y vino a sus nuevos y excelentes amigos. Él mismo se apoderó de una botella vacía, de una cesta que contenía ovillos y agujas de punto, de una novela inglesa de Quigley y de un rollo de papel higiénico Pero Marina explicó que sus obligaciones profesionales le exigían que dorofonease sin demora a California Y Dan, olvidando sus propios proyectos, aceptó en seguida llevarla a Ardis Hall.

Hace mucho tiempo que las brumas han velado el encadenamiento y los meandros de los hechos; pero, aun así, podemos indicar que aquella doble partida marca, o precede de muy cerca, al momento en que Van volvió a encontrarse en pie a la orilla del arroyo (donde, más temprano, se habían reflejado dos pares de ojos superpuestos), tirando piedras, en compañía de Percy y de Greg, contra los restos de un letrero viejo, herrumbroso, indescifrable, que se alzaba en la orilla opuesta.

—¡ Okh, nado passati! (tengo que orinar) —exclamó Percy, en la jerga eslava que afectaba, inflando los carrillos y manoseándose frenéticamente en la bragueta. En toda su vida, dijo a Van el flemático Greg, había visto un aparato quirúrgicamente circuncidado tan feo, tan terroríficamente desmesurado y coloreado, ni provisto de un coeur de boeuftan fenomenal; ni el espectáculo de un chorro tan sostenido y tan airosamente arqueado, y prácticamente infinito, se había ofrecido aún a las miradas fascinadas y disgustadas de los dos adolescentes—. ¡Uf! —suspiró el joven, aliviado; y volvió a cerrar la botica.

¿Quién dio el primer golpe? ¿Atravesaron los tres el arroyo y tropezaron en las piedras resbaladizas? ¿Fue Percy quien empujó a Greg o Van quien arrolló a Percy? ¿Hubo algún objeto de por medio? ¿Un bastón arrancado de la mano que lo sostenía? ¿O un puño crispado que se disparó?

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