Antologia De Cuentos
Antologia De Cuentos читать книгу онлайн
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
—No me gusta oír tonterías.
—¿Tonterías? Al contrario... Éstas no son tonterías... Hasta el mismo Shakespeare decía: "Bienaventurado aquel que de joven fue joven..."
—¡Suelte mi mano!
Por fin, los compradores, tras larga charla, besan la mano de la boticaria e indecisos, como si se dejaran algo olvidado, salen de la botica. Ella corre a su dormitorio y se sienta junto a la ventana. Ve cómo el teniente y el doctor, al salir de la botica, recorren perezosamente unos veinte pasos. Los ve pararse y ponerse a hablar de algo en voz baja. ¿De qué? Su corazón late, le laten las sienes también... ¿Por qué...? Ella misma no lo sabe. Su corazón palpita fuertemente, como si lo que hablaran aquellos dos en voz baja fuera a decidir su suerte. Al cabo de unos minutos el médico se separa de Obtesov y se aleja, mientras que Obtesov vuelve. Una y otra vez pasa por delante de la botica... Tan pronto se detiene junto a la puerta como echa a andar otra vez. Por fin, suena el discreto tintineo de la campanilla.
La boticaria oye de pronto la voz de su marido, que dice:
—¿Qué...? ¿Quién está ahí? Están llamando. ¿Es que no oyes...? ¡Qué desorden!
Se levanta, se pone la bata y, tambaleándose todavía de sueño y con las zapatillas en chancletas, se dirige a la botica.
—¿Qué es? ¿Qué quiere usted? pregunta a Obtesov.
—Deme..., deme quince kopeks de pastillas de menta.
Respirando ruidosamente, bostezando, quedándose dormido al andar y dándose con las rodillas en el mostrador, el boticario se empina hacia el estante y coge el frasco...
Unos minutos después la boticaria ve salir a Obtesov de la botica, le ve dar algunos pasos y arrojar al camino lleno de polvo las pastillas de menta. Desde una esquina, el doctor le sale al encuentro. Al encontrarse, ambos gesticulan y desaparecen en la bruma matinal.
—¡Oh, qué desgraciada soy! —dice la boticaria, mirando con enojo a su marido, que se desviste rápidamente para volver a echar a dormir—. ¡Que desgraciada soy! —repite.
Y de repente rompe a llorar con amargas lágrimas Y nadie... nadie sabe...
—Me he dejado olvidados quince kopeks en el mostrador —masculla el boticario, arropándose en la manta—. Haz el favor de guardarlos en la mesa.
Y al punto se queda dormido.
La obra de arte
Sacha Smirnov, hijo único, entró con mustio semblante en la consulta del doctor Kochelkov. Debajo del brazo llevaba un paquete envuelto en el número 223 de Las noticias de la Bolsa.
—¡Hola, jovencito! ¿Qué tal nos encontramos? ¿Qué se cuenta de bueno? —le preguntó, afectuosamente, el médico.
Sacha empezó a parpadear y, llevándose la mano al corazón, dijo con voz temblorosa y agitada:
—Mi madre, Iván Nikolaevich, me rogó que lo saludara en su nombre y le diera las gracias... Yo soy su único hijo, y usted me salvó la vida..., me curó de una enfermedad peligrosa..., y ninguno de los dos sabemos cómo agradecérselo.
—Está bien, está bien, joven —lo interrumpió el médico, derritiéndose de satisfacción—. Sólo hice lo que cualquiera hubiese hecho en mi lugar.
—Soy el único hijo de mi madre... Somos gente pobre y, naturalmente, no podemos pagarle el trabajo que se ha tomado, pero... por eso mismo estamos muy avergonzados... y le rogamos encarecidamente se digne aceptar, en señal de nuestro agradecimiento, esto que... Es un objeto muy valioso, de bronce antiguo..., una verdadera obra de arte, muy rara...
—¡Para qué se ha molestado! No hacía falta —dijo el médico frunciendo el ceño.
—No, por favor, no lo rechace —prosiguió murmurando Sacha, mientras desenvolvía el paquete—. Si lo hace, nos ofenderá a mi madre y a mí. Es un objeto muy hermoso..., de bronce antiguo... Pertenecía a mi difunto padre y lo guardábamos como un recuerdo, casi como una reliquia... Mi padre se dedicaba a comprar objetos de bronce antiguos para venderlos a los aficionados. Ahora mi madre y yo seguiremos ocupándonos en lo mismo.
Sacha acabó de desenvolver el paquete y colocó triunfalmente sobre la mesa el objeto en cuestión. Era un candelabro, no muy grande, pero efectivamente de bronce antiguo y de admirable labor artística. Un pedestal sostenía un grupo de figuras femeninas ataviadas como Eva, y en tales posturas que me encuentro incapaz de describirlas, tanto por falta de valor como del necesario temperamento. Las figuritas sonreían con coquetería, y todo en ellas atestiguaba claramente que, a no ser por la obligación que tenían de sostener una palmatoria, de buena gana habrían saltado del pedestal y organizado una juerga de tal categoría que sólo pensar en ella avergonzaría al lector.
El médico contemplaba el regalo con aire preocupado, rascándose la oreja, y por fin emitió un sonido inarticulado, sonándose con gesto inseguro.
—Sí; es un objeto realmente hermoso —consiguió murmurar—, pero verá usted, no es del todo correcto... Eso no es precisamente un escote... Bueno, Dios sabe lo que es.
—Pero ¿por qué lo considera usted de ese modo?
—Porque ni el mismo diablo podía haber inventado nada peor... Colocar encima de mi mesa este objeto sería echar a perder la respetabilidad de la casa.
—Qué manera tan rara tiene usted de considerar el arte, doctor —exclamó Sacha, ofendido—. Pero mírelo usted bien. Se trata de una verdadera obra de arte. Hay en ella tal belleza y gracia que eleva nuestra alma y hace acudir lágrimas a nuestros ojos. ¡Fíjese qué movimiento, qué ligereza, cuánta expresión!
—Lo comprendo muy bien, querido —lo interrumpió el médico—. Pero debe darse cuenta de que yo soy padre de familia, mis hijitos andan de un lado para otro y vienen señoras a verme.
—Claro, mirándolo desde el punto de vista del vulgo —dijo Sacha—, este objeto de tanto valor artístico resulta completamente distinto... Pero usted, doctor, se halla tan por encima de la masa. Además, si lo rehúsa, nos apenará profundamente. Usted me salvó la vida..., y lo único que siento es no tener la pareja de este candelabro.
—Gracias, buen muchacho; le estoy muy agradecido. Salude a su madre, pero hágase cargo, palabra de honor, que por aquí andan mis niños y vienen señoras... ¡Bueno, qué se le va a hacer! ¡Déjelo! De todos modos no lograré hacerle comprender mi situación.
—No hay más que hablar —dijo Sacha muy alegre—: el candelabro se pondrá aquí, al lado de este jarrón. ¡La lástima es que no tenga la pareja! ¡Sí, es una verdadera pena! Bueno... ¡Adiós, doctor!
Cuando se fue Sacha, el médico permaneció un buen rato rascándose la nuca con aire pensativo.
"Es indiscutible que se trata de un objeto de arte —decía para sí—, y sería una pena tirarlo. Sin embargo, es imposible tenerlo en casa... ¡Vaya problema! ¿A quién podría regalarlo o qué favor podría pagar con él?"