Al Faro

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Al Faro
Название: Al Faro
Автор: Woolf Virginia
Дата добавления: 16 январь 2020
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Al Faro читать книгу онлайн

Al Faro - читать бесплатно онлайн , автор Woolf Virginia

Tal y como viene siendo habitual en la obra de Virginia Woolf, en?Al Faro? no se descubre nada nuevo para los incondicionales de la autora. Tanto en el argumento como en la t?cnica narrativa se pueden encontrar elementos comunes: personajes atormentados e insatisfechos consigo mismos y con la realidad que les ha tocado vivir, paisajes agrestes y desfavorables para la convivencia y habitabilidad humana, y la novedosa utilizaci?n de la tercera persona y del reproducci?n de los pensamientos de los protagonistas.

Este hecho puede dificultar la lectura a los no duchos en la materia, lo que no le quita un ?pice a la tensi?n narrativa, al contrario, quiz?s se deba prestar m?s atenci?n y leer con m?s tranquilidad. Apenas hay separaci?n entre los participantes de un di?logo, sino que se reproducen literalmente lo que se les pasa por la cabeza, puede dar la sensaci?n de que no hay contacto f?sico entre los individuos, lo que lleva al desconcierto y a darle a la incomunicaci?n una importancia a?n mayor.

La se?ora Ramsay planea hacer una excursi?n a un faro con sus ocho hijos y algunos amigos, pero el mal tiempo y la autoridad de un marido prepotente har? que sus planes se deshagan, lo que supone un enfrentamiento entre los miembros de la familia contra el se?or Ramsay. La excursi?n podr?a interpretarse como una viaje?inici?tico?, una v?lvula de escape ante la opresi?n, una huida en busca de la verdad por una mismo.

En cuanto a los personajes suelen repetirse los mismos roles que tanto obsesiona a la autora: la mujer,?realizada? como madre de familia numerosa, pero frustrada a nivel intelectual por la sociedad machista de la ?poca victoriana, la estigmatizaci?n de la solterona,?obligada? a elegir entre la b?squeda de su felicidad, materializada en su cultivo profesional, pero casi siempre abandonada por?el qu? dir?n?, la figura del hombre, que aparece como una figura paternalista,?ejecutor? del car?cter m?s rebelde y sublime de la mujer. Y, en cuanto los fen?menos atmosf?ricos, el mar, las tempestades, el viento… todos aliados en la eterna lucha de sexos, en la incompatibilidad, en la incomunicaci?n…

Esposas rebeldes de pensamiento pero no de acci?n, mujeres que luchan por defender su val?a, no s?lo en el campo de la maternidad, individuos que oprimen, otros que son oprimidos…Todo tejido en todo a la complejidad del car?cter de Virginia Wolf, que, o desconcierta y engancha, o harta.

Pero que, sobre todo, no pasa desapercibida…

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– No acabas el calcetín esta noche, ¿no? -dijo señalando la labor. Eso es lo que ella quería: la asperidad con la que su voz la censuraba. Si dice que está mal ser pesimista, probablemente esté mal, pensaba ella; seguro que el matrimonio saldrá bien.

– No -contestó, alisando el calcetín sobre la rodilla-, no lo termino.

Entonces, ¿qué? Porque se daba cuenta de que él se la había quedado mirando, pero había cambiado la forma de mirar. Quería algo: quería algo difícil de cumplir para ella: quería que ella le dijera que lo amaba. Eso no, no podía. Lo de hablar era mucho más fácil para él que para ella. El sabía decir las cosas; ella, no. Era tan natural que él dijera las cosas; luego, a saber por qué, a él no le gustaba esto, y se lo reprochaba a ella. Decía que era una mujer sin corazón, que nunca le decía que lo amaba. Pero no era eso, no era eso. Era sólo que ella no sabía expresar lo que sentía. ¿No se le habrían quedado migas en la chaqueta? ¿No podía ayudarle? Se levantó, se acercó a la ventana, llevaba en las manos el calcetín de color castaño rojizo, en parte para alejarse de él, en parte porque ahora no le importaba contemplar, mientras él la miraba, el Faro. Porque sabía que él la había seguido con la mirada, la miraba. Sabía también en qué pensaba. Estás más hermosa que nunca. Se sintió muy hermosa. ¿No vas a decirme ni una vez siquiera que me amas? Eso es lo que él estaba pensando, porque estaba nervioso, con lo de Minta y su libro, y porque el día se acababa, y porque habían discutido por lo del Faro. Pero no sabía hacerlo, no sabía decirlo. Entonces, sabiendo que él la miraba, en lugar de decir nada, se dio la vuelta, con el calcetín, se quedó mirándolo. Mientras lo miraba, comenzó a sonreír, porque aunque no había dicho una palabra, él sabía, claro que lo sabía, que ella lo amaba. No podía negarlo. Sin dejar de sonreír, miró por la ventana, y dijo (pensando para sí, No hay nada en la tierra semejante a esta felicidad…):

– Sí, tenías razón. Mañana lloverá -no llegó a decirlo, pero él lo sabía. Lo miró sonriendo. Porque ella había vuelto a triunfar.

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