En el primer circulo
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En una oscura tarde del invierno de 1949, un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS llama a la embajada norteamericana para revelarles un peligroso y aparentemente descabellado proyecto at?mico que afecta al coraz?n mismo de Estados Unidos. Pero la voz del funcionario quedaba grabada por los servicios secretos del Ministerio de Seguridad, cuyos largos tent?culos alcanzan tambi?n la Prisi?n Especial n? 1, donde cumplen condena los cient?ficos rusos m?s brillantes, v?ctimas de las siniestras purgas estalinistas, y donde son obligados a investigar para sus propios verdugos. A esa prisi?n «de lujo», que es en realidad el primer c?rculo del Infierno dantesco, donde la lucha por la supervivencia alterna con la delaci?n y las trampas ideol?gicas, le llega la misi?n de acelerar el perfeccionamiento de nuevas t?cnicas de espionaje con el fin de identificar lo antes posible la misteriosa voz del traidor...
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Saltó de golpe del elástico sillón y se precipitó hacia el escritorio de Abakumov.
—¿Tiene un papel? Sí, aquí hay uno —arrancó una hoja de un limpio block, aferró la lapicera del ministro, color de carne roja, y comenzó rápida y torpemente a dibujar una onda sinusoide.
Abakumov no estaba asustado —había tanta sinceridad infantil y espontaneidad en la voz de este extraño ingeniero, y en todos sus movimientos, que sobrellevó este asalto mirando con curiosidad a Pryanchikov sin oír lo que decía.
—Debo decirle que una voz humana contiene muchas armonías —Pryanchikov casi se atora en su deseo urgente de decir todo lo más ligero posible. — Y la idea del "voencla" es de reproducir artificialmente la voz humana— ¡demonios! ¿Cómo puede escribir con esta lapicera de porquería? — reproducirla simulando, si no. todas, por lo menos las armonías básicas, cada una enviada por un trasmisor individual. Bueno, usted está al tanto, por supuesto, de las coordenadas cartesianas —cualquier colegial las conoce— y las series de Fourier.
—Un momento —dijo Abakumov controlándose—. Dígame solamente una cosa: ¿Cuándo va estar listo? ¿cuándo?
—¿Listo? Hum. — No he pensado mucho en eso. Ahora a Pryanchikov ya no le sacudían más sus impresiones de la capital nocturna sino su entusiasmo por su adorado trabajo y una vez más le era difícil detenerse. "La cosa es así; el problema se facilita si queremos hacer más grueso el timbre de la voz. En ese caso, el número de unidades."
—Sí, pero ¿para qué fecha? ¿Qué fecha? ¿El primero de marzo? ¿el primero de abril?
—¡Qué ocurrencia! ¿Abril? Sin contar el trabajo de criptografía, estaremos listos en, digamos... cuatro, cinco meses, no antes. ¿Y qué efecto tendrá el cifrar y el descifrar de los impulsos? Después de todo, eso introduce más distorsiones. Bueno, no tratemos de adivinar —insistía a Abakumov, tirándole de la manga. Le voy a explicar todo, ahora usted va a comprender y estar de acuerdo; por el interés del trabajo en sí, no se lo debería apurar.
Pero Abakumov, con su mirada fija en las líneas, sin sentido, ondulantes del diagrama, ya había apretado el timbre en el escritorio.
El mismo atildado teniente coronel apareció e invitó a Pryanchikov a retirarse.
Pryanchikov obedeció. Su boca medio abierta, denotaba su confusión. Se sentía especialmente desilusionado pues no había terminado de explicar todo. Después, cerca de la salida, de golpe, se dio cuenta con quién había estado hablando. Hizo un esfuerzo. Recordó que los muchachos le pedían que se quejara, que tratara de conseguir algo... Al llegar a la puerta se dio vuelta y abruptamente volvió.
—¡Sí, oiga! Me olvidé completamente de decirle.
Pero el teniente coronel le bloqueó el camino y lo obligó a seguir; el hombre del escritorio no lo oía. En ese breve instante embarazoso todas las ilegalidades, todos los abusos perversos de las prisiones, desaparecieron de la mente de Pryanchikov ocupada desde mucho únicamente en diagramas de radio y esquemas técnicos. Recordando una sola cosa gritó: ¡Oiga! A propósito del agua caliente para el té. Volvemos del trabajo tarde de noche ¡y no hay agua hervida! ¡No podemos tomar té!
—¿No hay agua hervida? — preguntó el jefe que parecía un general. Muy bien, vamos a arreglar eso.
SIVKA — BURKA
Bobynin entró vestido con el mismo over-allazul. Era un hombre grande, su pelo rojo cortado a la manera de los convictos.
Demostró tanto interés en los muebles de la oficina como si fuese allí cien veces al día. Entró directamente y se sentó sin saludar al ministro. Se ubicó en uno de los confortables sillones cerca del escritorio de éste y se sonó la nariz deliberadamente en un, no-tan-blanco pañuelo; lavado por él mismo durante su último baño.
Abakumov, un tanto confundido por la frivolidad de Pryanchikov, a quien no tomó en serio, se regocijó que Bobynin fuese más imponente. No le gritó ¡párese! Al contrario, imaginando que no comprendía las diferencias de jerarquía y que no había adivinado, por la hilera de puertas, dónde estaba, le preguntó casi pacíficamente —¿Por qué se sentó sin permiso?
Bobynin, mirando de soslayo al ministro, seguía limpiándose la nariz con la ayuda de su pañuelo. Contestó con voz distraída. — Bueno, usted sabe, hay un proverbio chino: "Es mejor estar de pie que caminar, es mejor sentarse que estar de pie y lo mejor de todo es acostarse".
—Pero, ¿usted sabe quién soy yo?
Apoyando confortablemente los codos sobre los brazos de la silla elegida, Bobynin miró directamente a Abakumov y aventuró perezosamente una adivinanza: —Bueno, ¿quién? Alguien como el mariscal Goering?
—¿Cómo quién?
—El mariscal Goering. Una vez visitó la fábrica de aviación cerca de Halle, donde yo tenía que trabajar. Todos los generales locales caminaban en puntas de pie, pero yo ni siquiera miré en esa dirección. Él miró y miró y después siguió.
Algo semejante a una sonrisa se insinuó en la cara de Abakumov, pero frunció el ceño ante ese prisionero increíblemente descarado. La tensión lo hizo pestañear y preguntó:
—¿Cómo? ¿Usted no ve ninguna diferencia entre nosotros?
—¿Entre usted y él? o ¿entre nosotros!
La voz de Bobynin resonaba como un golpe sobre un hierro fundido.
—Entre nosotros dos, está bien claro: usted me necesita y yo no lo necesito a usted.
También Abakumov tenía una voz que podía sonar como un trueno, y sabía cómo usarla para intimidar a la gente. Pero en ese momento sintió que era inútil y hasta que podía resultar indigno el gritar. Comprendió que su prisionero no era fácil.
Le advirtió, — Oiga, recluso, no se desmande porque yo sea accesible con usted...
—Si hubiera sido usted rudo conmigo, ni siquiera le hubiera dirigido la palabra, ciudadano Ministro. Grite a sus coroneles y generales. Ellos tienen demasiado cosas que temen perder.
—En tal caso nosotros le hubiéramos hecho hablar.
—¡Se equivoca, ciudadano Ministro! Los duros ojos de Bobynin brillaron con odio. ¡No tengo nada, me entiende, nada! Usted no puede poner sus manos sobre mi mujer ni mi hijo, una bomba ya lo hizo antes. Mis padres están ya muertos. Todo cuanto poseo sobre la tierra es mi pañuelo, mi abrigo y mi ropa interior no tienen botones
—hizo la demostración descubriéndose el pecho— por orden del gobierno. Ustedes se han apoderado de mi libertad hace mucho, y no tienen poder para devolvérmela porque no la tienen ustedes tampoco. Tengo cuarenta y dos años, y ustedes me han encajado tanto como veinticinco. He estado ya en trabajos forzados, he llevado números en la frente y en el pecho, esposado, con perros de policía, en una brigada de régimen riguroso. ¿Qué otra cosa hay con la que puedan amenazarme? ¿De qué pueden privarme? ¿De mi trabajo como ingeniero? ¡Perderían más que yo! Me voy a fumar un rato.
