Las aventuras de Huckleberry Finn
Las aventuras de Huckleberry Finn читать книгу онлайн
La historia se desarrolla a lo largo del r?o Misisipi, el cual recorren Huck y el esclavo pr?fugo Jim, huyendo del pasado que han sufrido con el prop?sito de llegar a Ohio. Detalles idiosincr?ticos de la sociedad sure?a como el racismo y la superstici?n de los esclavos, as? como la amistad son algunos de los temas centrales de la novela. Esta obra supone para Mark Twain un punto y aparte respecto de sus obras anteriores. Aqu? comienza una mirada pesimista sobre la humanidad que lejos de diluirse se acrecienta en siguientes creaciones como El forastero misterioso.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
Todo el mundo dijo que era un juramento estupendo y le preguntó a Tom si se lo había sacado de la cabeza. Dijo que sólo una parte, pero que el resto lo había sacado de libros de piratas y de ladrones y que todas las bandas de buen tono tenían un juramento.
Algunos pensaron que estaría bien matar a las familias de los chicos que contaran los secretos. Tom dijo que era una buena idea, así que sacó un lápiz y la escribió. Entonces va Ben Rogers y dice:
—Pero está Huck Finn, que no tiene familia; ¿qué haríamos con él?
—Bueno, ¿no tiene un padre? —preguntó Tom Sawyer.
—Sí, tiene padre, pero últimamente no lo encuentra nadie. Antes estaba siempre borracho con los cerdos en las tenerías, pero hace un año o más que no lo ve nadie. Siguieron hablando del tema, y me iban a dejar fuera de la banda, porque decían que cada chico tenía que tener una familia o alguien a quien matar, porque si no no sería justo para los demás. Bueno, a nadie se le ocurría nada que hacer; todos estaban callados y pensativos. Yo estaba por echarme a llorar, pero en seguida se me ocurrió una salida y les ofrecí a la señorita Watson: podían matarla a ella. Todos dijeron:
—Ah, estupendo. Eso está muy bien. Huck puede ingresar.
Después todos se clavaron un alfiler en un dedo para sacarse sangre para la firma y yo dejé mi señal en el papel.
—Bueno —va y dice Ben Rogers—, ¿a qué se va a dedicar esta banda?
—Nada más que robos y asesinatos —dijo Tom.
—Pero, ¿qué vamos a robar? Casas o ganado, o…
—¡Bah! Robar ganado y esas cosas no es robar de ver dad; ésos son cuatreros —va y dice Tom Sawyer—. No somos cuatreros. Eso no resulta elegante. Somos salteadores de caminos. Paramos las diligencias y los coches en la carretera, con las máscaras puestas, y matamos a la gente y les quitamos los relojes y el dinero.
—¿A la gente hay que matarla siempre?
—Pues claro. Es lo mejor. Algunas autoridades no están de acuerdo, pero en general se considera que lo mejor es matar a todos… salvo a algunos que se pueden traer aquí ala cueva y tenerlos hasta que queden rescatados.
—¿Rescatados? ¿Qué es eso?
—No lo sé. Pero eso es lo que hacen. Lo he visto en los libros, así que desde luego es lo que tenemos que hacer nosotros.
—Pero, ¿cómo vamos a hacerlo si no sabemos lo que es?
—Bueno, maldita sea, tenemos que hacerlo. ¿No os he dicho que está en los libros? ¿Queréis hacerlo distinto de los libros y que salga todo al revés?
—Bueno, Tom Sawyer, eso está muy bien decirlo, pero, ¿cómo diablos van a quedar rescatados esos tipos si no sabemos cómo se hace? Eso es lo que me gustaría saber a mí. ¿Qué crees tú que es?
—Bueno, no sé. Pero a lo mejor si nos quedamos con ellos hasta que queden rescatados significa que nos tenemos que quedar con ellos hasta que se hayan muerto.
—Bueno, algo es algo, es una respuesta. ¿Por qué no podías haberlo dicho antes? Nos los quedamos hasta que se queden muertos de un rescate, y vaya una pesadez que van a resultar: comiéndolo todo y tratando de escaparse todo el tiempo.
—Qué cosas dices, Ben Rogers. ¿Cómo van a escaparse cuando hay una guardia que los vigila dispuesta a pegarles un tiro si mueven un dedo?
—¡Una guardia! Ésa sí que es buena. O sea que alguien tiene que quedarse sentado toda la noche sin dormir nada, sólo para vigilarlos. Me parece una bobada. ¿Por qué no podemos darles un garrotazo y que se queden rescatados en cuanto los traigamos?
—Porque no es lo que dicen los libros, por eso. Vamos, Ben Rogers, ¿quieres hacer las cosas bien o no? De eso se trata. ¿No crees que la gente que ha escrito los libros sabe lo que está bien hacer? ¿Crees que tú vas a enseñarles algo? Ni mucho menos. No, señor, vamos a rescatarlos como está mandado.
—Bueno. Me da igual; pero de todas maneras digo que es una tontería. Oye, ¿matamos también a las mujeres?
—Mira, Ben Rogers, si yo fuera tan ignorante como tú trataría de disimularlo. ¿Matar a las mujeres? No; nadie habrá visto nada parecido en los libros. Las traes a la cueva y te portas con ellas de lo más fino del mundo, y poco a poco se enamoran de ti y ya no quieren volver a sus casas.
—Bueno, si es así, estoy de acuerdo, pero tampoco me dice mucho. En seguida tendremos la cueva tan llena de mujeres y de tipos esperando al rescate que no quedará sitio para los ladrones. Pero adelante, no tengo nada que decir.
El pequeño Tommy Barnes ya se había dormido, y cuando lo despertaron tenía miedo, se echó a llorar y dijo que quería volver a su casa con su mamá y que ya no quería ser bandido.
Así que todos se rieron mucho de él, y cuando lo llamaron llorón él se enfadó y dijo que iba a contar todos los secretos. Pero Tom fue y le dio cinco centavos para que se callase y dijo que todos nos íbamos a casa y nos reuniríamos la semana que viene para robar a alguien y matar a alguna gente.
Ben Rogers dijo que no podía salir mucho, sólo los domingos, así que quería empezar el domingo que viene; pero todos los chicos dijeron que estaría muy mal hacerlo en domingo, y se acabó la discusión. Decidieron reunirse para determinar la fecha en cuanto pudieran y después elegimos a Tom Sawyer primer capitán y a Joe Harper segundo capitán de la banda y nos fuimos a casa.
Subí por el cobertizo a rastras hasta mi ventana justo antes del amanecer. Mi ropa nueva estaba toda llena de manchas de barro, y yo, cansado como un perro.
Capítulo 3
Bueno, por la mañana la vieja señorita Watson me echó una buena bronca por lo de la ropa, pero la viuda no me riñó, sino que limpió las manchas y el barro, y parecía estar tan triste que pensé que si podía, me portaría bien durante un tiempo. Después la señorita Watson me llevó al gabinete a rezar, pero no pasó nada. Me dijo que rezase todos los días y que todo lo que pidiera se me daría. Pero no era verdad. Lo intenté. Una vez conseguí un sedal para pescar, pero sin anzuelos. Sin anzuelos no me valía para nada. Probé a conseguir los anzuelos tres o cuatro veces, pero no sé por qué aquello no funcionaba. Así que un día le pedí a la señorita Watson que lo intentase por mí, pero me dijo que era tonto. Nunca me explicó por qué y yo nunca pude entenderlo.
Una vez fui a sentarme en el bosque a pensarlo con calma. Me dije: «Si uno puede conseguir todo lo que pide cuando reza, ¿por qué no le devuelven al diácono Winn el dinero que perdió con lo de los cerdos? ¿Por qué no le devuelven a la viuda la cajita de plata para el rapé que le robaron? ¿Por qué no puede engordar la señorita Watson? No, me dije, todo eso no tiene sentido». Fui y se lo conté a la viuda, y me dijo que lo que podía conseguirse rezando eran los «bienes espirituales». Aquello era demasiado para mí, pero me explicó lo que significaba: tenía que ayudar a otra gente y hacer todo lo que pudiera por ellos y cuidar siempre de los demás y no pensar nunca en mí mismo. Según me pareció, aquello incluía a la señorita Watson. Fui al bosque y me lo estuve pensando mucho tiempo, pero no le veía la ventaja, salvo para la otra gente; así que por fin calculé que no me iba a preocupar más, sino que lo olvidaría. A veces la viuda me llevaba con ella y me hablaba de la Providencia de forma que se le hacía a uno la boca agua, pero a lo mejor al día siguiente la señorita Watson lo volvía a deshacer todo. Me pareció que podía ser que hubiera dos Providencias y que a uno, pobrecillo, le iría muy bien la Providencia de la viuda, pero que si era la de la señorita Watson, no tenía nada que hacer. Me lo pensé todo y calculé que si ella quería, me iría con la de la viuda, aunque tampoco veía qué iba a sacar con tenerme de su lado que no tuviera antes, dado lo ignorante y lo poca cosa y corrientucho que era yo.