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Niebla

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Niebla
Название: Niebla
Дата добавления: 15 январь 2020
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Niebla - читать бесплатно онлайн , автор де Унамуно Мигель

Miguel de Unamuno escribi? Niebla, en 1907, y desde su primera publicaci?n en 1914 no ha dejado de reeditarse y se ha traducido a multitud de idiomas, lo que prueba su inter?s y vigencia, pero ?qu? es Niebla? Su autor la calific? de `novela malhumorada`, de `nivola`, de `rechifla amarga`. La realidad supuesta de «Niebla» es la de un caso patol?gico en busca de su ser a trav?s del di?logo, pero el autor ha organizado esta an?cdota en un juego de espejos, un laberinto de apariencias y simulacros donde al final lo ?nico real es el propio acto de lectura que estamos realizando, en el que Unamuno da a sus lectores importancia de re-creadores, de eslab?n final de la cadena narrativa.

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– ¿Y hay psicología?, ¿descripciones?

– Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada.

– Eso te lo habrá insinuado Elena, ¿eh?

– ¿Por qué?

– Porque una vez que me pidió una novela para matar el tiempo, recuerdo que me dijo que tuviese mucho diálogo y muy cortado.

– Sí, cuando en una que lee se encuentra con largas descripciones, sermones o relatos, los salta diciendo: ¡paja!, ¡paja!, ¡paja! Para ella sólo el diálogo no es paja. Y ya ves tú, puede muy bien repartirse un sermón en un diálogo…

– ¿Y por qué será esto?…

– Pues porque a la gente le gusta la conversación por la conversación misma, aunque no diga nada. Hay quien no resiste un discurso de media hora y se está tres horas charlando en un café. Es el encanto de la conversación, de hablar por hablar, del hablar roto a interrumpido.

– También a mí el tono de discurso me carga…

– Sí, es la complacencia del hombre en el habla, y en el habla viva… Y sobre todo que parezca que el autor no dice las cosas por sí, no nos molesta con su personalidad, con su yo satánico. Aunque, por supuesto, todo lo que digan mis personajes lo digo yo…

– Eso pasta cierto punto…

– ¿Cómo hasta cierto punto?

– Sí, que empezarás creyendo que los llevas tú, de tu mano, y es fácil que acabes convenciéndote de que son ellos los que te llevan. Es muy frecuente que un autor acabe por ser juguete de sus ficciones…

– Tal vez, pero el caso es que en esa novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere.

– Pues acabará no siendo novela.

– No, será… será… nivola.

– Y ¿qué es eso, qué es nivola?

– Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una vez le llevó a don Eduardo Benoit, para leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo: «Pero ¡eso no es soneto!…» «No, señor -le contestó Machado-, no es soneto, es… sonite.» Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino… ¿cómo dije?, navilo… nebulo, no, no, nivola, eso es, ¡nivola! Así nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género… Invento el género, a inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho diálogo!

– ¿Y cuando un personaje se queda solo?

– Entonces… un monólogo. Y para que parezca algo así como un diálogo invento un perro a quien el personaje se dirige.

– ¿Sabes, Víctor, que se me antoja que me estás inventando?…

– ¡Puede ser!

Al separarse uno de otro, Víctor y Augusto, iba diciéndose este: «Y esta mi vida, ¿es novela, es nivola o qué es? Todo esto que me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción? ¿No es acaso todo esto un sueño de Dios o de quien sea, que se desvanecerá en cuanto Él despierte, y por eso le rezamos y elevamos a Él cánticos a himnos, para adormecerle, para cunar su sueño? ¿No es acaso la liturgia de todas las religiones un modo de brezar el sueño de Dios y que no despierte y deje de soñarnos? ¡Ay, mi Eugenia!, ¡mi Eugenia! Y mi Rosarito…»

– ¡Hola, Orfeo!

Orfeo le había salido al encuentro, brincaba, le quería trepar piernas arriba. Cogióle y el animalito empezó a lamerle la mano.

– Señorito -le dijo Liduvina-, ahí le aguarda Rosarito con la plancha.

– ¿Y cómo no la despachaste tú?

– Qué sé yo… Le dije que el señorito no podía tardar, que si quería aguardarse…

– Pero podías haberle despachado como otras veces…

– Sí, pero… en fin, usted me entiende…

– ¡Liduvina! ¡Liduvina!

– Es mejor que la despache usted mismo.

– Voy allá.

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