Narrativa breve
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Supongo que se podr? ganar dinero cogiendo textos cuyos derechos ya han caducado y public?ndolos a bajo precio con un m?nimo de gasto editorial: sin dise?o, sin revisiones e incluso sin ?ndice. No es una cr?tica -no del todo- gracias a esto me hice por un euro con varios cl?sicos nuevos. Me gustar?a indicarles los relatos de este volumen, pero no s? donde tengo el ejemplar: cuando lo encuentre, los pongo. Muchas de las narraciones no son muy conocidas -al menos por m?- y, en algunos casos, con raz?n. Pero otras son peque?as joyas del humor que merecen ?sta y otras reediciones. La del elefante blanco, feroz parodia de las novelas policiales. La rana saltarina, que encaja sin problemas en el universo de Tom Sawyer. El muchachito bueno, certero palo a los relatos moralizantes con escaso reflejo en el mundo real. Y las aventuras del agente de viajes un tanto inepto, de una comicidad desbordante.
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II
A la mañana siguiente todo apareció en los periódicos, con los más pequeños detalles. Hasta había agregados, consistentes en la “teoría” del detective Fulano y el detective Zutano y el detective Mengano acerca de la forma cómo se había efectuado el robo, sobre quiénes eran los ladrones y adónde habían escapado con su botín.
Había once de estas teorías y abarcaban todas las posibilidades, Y este solo hecho prueba cuan independientes son para pensar los detectives. No había dos teorías análogas, ni siquiera parecidas, con excepción de un detalle sorprendente, en el cual coincidían absolutamente las once teorías. Ese detalle era que, aunque en la parte posterior de mi edificio había un boquete y la única puerta seguía estando cerrada con llave, el elefante no había sido llevado por el boquete, sino por alguna otra abertura (no descubierta). Todos concordaban en que los ladrones habían hecho aquel boquete sólo para despistar a los detectives. Esto jamás se me habría ocurrido a mí o a cualquier otro profano, quizá, pero no había confundido a los detectives ni por un momento. Por eso, lo que yo había supuesto el único detalle falto de misterio, era en realidad lo que más me había inducido a error. Las once teorías indicaban a los presuntos ladrones, pero ni siquiera dos de ellas nombraban a los mismos ladrones; el total de las personas sospechosas era de treinta y siete. Todas las crónicas de los distintos periódicos terminaban con la más importante de las opiniones, la del inspector en jefe Blunt. Parte de estas declaraciones, decía lo siguiente:
“El jefe sabe quiénes son los principales culpables, Duffy El Simpático y El Rojo MacFadden. Diez días antes del robo, el jefe sabía ya que éste iba a ser intentado y había procedido cautelosamente a hacer seguir a los dos destacados malhechores; pero, por desgracia, la noche en cuestión se perdieron sus huellas y antes de que pudiesen ser hallados de nuevo, el pájaro había volado digamos, más bien, el elefante.
“Duffy y McFadden son los truhanes más audaces de la profesión; el jefe tiene razón al pensar que fueron ellos quienes robaron la estufa de la central de detectives una inclemente noche del invierno pasado, como consecuencia de lo cual el jefe y todos los detectives estuvieron antes de la mañana siguiente en manos de los médicos, algunos con los pies helados, otros con los dedos, las orejas u otros miembros helados.”
Cuando acabé de leer la primera mitad de este suelto, me asombró más que nunca la prodigiosa sagacidad de aquel hombre extraño. Blunt no sólo veía con claridad todo lo presente, sino que ni siquiera podía serle ocultado el futuro. No demoré en ir a su oficina y le manifesté que sentía un incontenible deseo de que hiciera arrestar a aquellos hombres y nos ahorrara así inconvenientes y perplejidades; pero su réplica fue sencilla y concluyente.
-A nosotros no nos corresponde impedir el delito, sino castigarlo. No podemos castigarlo antes que se cometa.
Le hice notar que el estricto secreto con que empezáramos había sido estropeado por los periódicos y que no sólo se habían revelado todos nuestras planes y propósitos, sino que hasta se había publicado el nombre de todas las personas sospechosas, éstas, sin duda, se disfrazarían ahora o se ocultarían.
-Déjelas usted- me dijo Blunt-. Ya verán que, cuando yo esté listo, mi mano caerá sobre ellas, en sus escondites, infalible como la mano del destino. En cuanto a los periódicos, tenemos que complacerlos. La fama, la reputación, la constante mención pública; todo esto es el pan y la manteca del detective. Éste debe publicar sus hechos, de lo contrario se podría creer que no los tiene; debe publicar su teoría, ya que nada es más extraño o impresionante que la teoría de un detective o le vale más asombrado respeto. Debemos publicar nuestros planes, porque los periódicos quieren saberlos y no podemos negarnos sin ofenderlos. Debemos mostrarle constantemente al público qué estamos haciendo, o creerá que no hacemos nada. Es mucho más agradable que un diario diga: “La ingeniosa y excepcional teoría del inspector Blunt es la siguiente”, que verle escribir alguna cosa áspera, o, lo que es peor, algo sarcástico.
-Comprendo la fuerza de su argumentación. Pero he advertido que, en una parte de sus declaraciones periodísticas de esta mañana, usted se negó a revelar su opinión sobre un punto de poca importancia.
-Sí. Siempre hacemos eso; causa buen efecto. Además, yo no me había formado una opinión al respecto, de todos modos.
Puse una gran suma de dinero en manos del inspector para encarar los gastos corrientes y me senté a la espera de noticias. Ahora, confiábamos en que los telegramas empezarían allegar de un momento a otro. En el intervalo, releí los periódicos y también nuestra circular descriptiva y noté que la recompensa de veinticinco mil dólares parecía ser ofrecida nada más que a los detectives. Dije que, en mi opinión, la recompensa debía ofrecerse a quienquiera que encontrara al elefante. El inspector manifestó:
-Los detectives encontrarán al elefante, de modo que la recompensa irá adonde debe ir. Si lo encuentran otras personas, será solamente observando a los detectives y usando las pistas e indicaciones robadas a ellos y esto, al fin de cuentas, autorizará a los detectives a quedarse con la recompensa. La verdadera finalidad de la recompensa es estimular a los hombres que consagran su tiempo y su afinada sagacidad a ese tipo de trabajo y no otorgar beneficios a los ciudadanos que por azar tropiecen con una presa, sin habérselos ganado con su propio mérito y trabajo.
Esto, a decir verdad, era bastante razonable. En ese momento, el telégrafo del rincón comenzó a emitir chasquidos y el resultado fue el siguiente despacho:
Estación Flower, Nueva York- 7.30 a. m.
Encontré pista. A través de granja próxima, vi sucesión profundas huellas. Las seguí tres kilómetros dirección Este sin resultado. Creo elefante se ha dirigido Oeste. Ahora, lo seguiré en esa dirección.
DARLEY, detective.
-Darley es uno de los más destacados hombres de las fuerzas policiales- dijo el inspector-. Pronto volveremos a tener noticias de él.
Llegó el telegrama N° 2:
Barker's, Nueva Jersey. 7.40 a. m.
Acabo de llegar. Anoche fue violentada aquí fábrica de vidrio y sustrajeron ochocientas botellas. La sola agua existe cercanías está a ocho kilómetros distancia. Iré allí. El elefante debe estar sediento Las botellas estaban vacías.
BAKER, detective.
-También esto promete- dijo el inspector-. Ya le dije que el apetito de ese animal no sería mala pista.
El telegrama N° 3:
Taylorville. Long Island. 8.15 a.m
Parva heno desapareció cerca aquí noche. Seguramente comida. Tengo pista y parto.
HUBBARD, detective.
-¡Cómo va de un lado al otro ese animal!- dijo el inspector-. Yo sabía que nos iba a dar trabajo, pero lo atraparemos.
