Corazon de perro

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Corazon de perro
Название: Corazon de perro
Автор: Bulg?kov Mija?l
Дата добавления: 15 январь 2020
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Corazon de perro - читать бесплатно онлайн , автор Bulg?kov Mija?l

Un eminente cirujano, especializado en operaciones de rejuvenecimiento, transplanta a un perro vagabundo la hip?fisis y las gl?ndulas sexuales de un hombre que acaba de morir. Pero el resultado del experimento resulta sorprendente: el perro se va transformando hasta convertirse en el hombre -un delincuente- al que pertenec?an aquellos ?rganos. Sus actividades confirman su peligrosidad social y el m?dico se ve obligado a realizar una nueva operaci?n para reparar el error cometido. Escrita en 1925, Coraz?n de perro no ha sido publicada en su versi?n original en la Uni?n Sovi?tica hasta 1987. Su aparici?n ha constituido unos de los momentos m?s importantes de la glasnost que, auspiciada por Mija?l Gorbachov, ha llegado tambi?n a la literatura.

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8Mikhall V. Lomonosov (1711-1765). Célebre escritor ruso (N. de la T.)

El profesor apuntó un dedo en dirección de la sala de curaciones donde dormía Bolla.

—Un crápula empedernido.

—Y ¿quién es? Klim, Klim Tchugunkin.

Bormental abrió la boca.

—Aquí lo tiene: dos condenas, alcoholismo, "distribuirlo todo", un sombrero y veinte rublos que desaparecieron (en ese instante Filip Filipovich pensó en su bastón-recuerdo y el rostro se le enrojeció aún más). En resumen, un granuja y un cerdo... En fin, terminaré por encontrar mi bastón. En pocas palabras: la hipófisis es la clave de la personalidad humana. ¡De la personalidad de un hombre determinado! De Sevilla a Granada...(Filip Filipovich gritaba, revolvía los ojos, furiosos). La hipófisis es, en miniatura, el propio cerebro. Me importa un comino lo que pueda sucederle, se puede ir al demonio. Lo que me interesa es lo eugenésico, el mejoramiento de la especie humana. Y caí en el problema del rejuvenecimiento. ¿Cree que hago todo esto por dinero? ¡Ante todo soy un hombre de ciencia!

—¡Usted es un gran sabio! —afirmó Bormental, sorbiendo un trago de coñac. (Tenía los ojos inyectados en sangre.)

—Hace dos años, cuando obtuve de la hipófisis un extracto de hormona sexual, resolví realizar un pequeño experimento. ¿Y qué resultó? ¡Ah, Dios mío, esas hormonas de la hipófisis! Le aseguro, doctor, llego al colmo de la desesperación, me siento completamente extraviado.

Bormental se arremangó los puños de la camisa y, con la mirada levemente torcida, expresó:

—Pues bien, querido profesor, con su permiso, asumiré yo mismo el riesgo de envenenar a esta criatura. Paciencia, si mi padre fue juez de instrucción. Porque, al fin de cuentas, sólo se trata de una criatura experimental, es obra de usted.

Filip Filipovich perdió de pronto todo su ardor, de pronto pareció privado de toda energía. Se dejó caer en un sillón y dijo:

—No, hijo mío, no le permitiré hacer tal cosa. Tengo sesenta años, puedo darle consejos. Nunca se deje tentar a cometer un crimen, sea cuales fuesen sus motivos. Mantenga las manos puras hasta su muerte.

—Perdóneme, Filip Filipovich, ¿pero qué ocurrirá si Schwonder sigue ocupándose de su educación? ¡Dios mío! ¡Comienzo apenas a vislumbrar en lo que puede llegar a convertirse este Bolla!

—¡Ajá! ¿Lo comprende ahora? Yo lo había comprendido diez días después de la operación. Pero Schwonder es un imbécil de la peor especie. No entiende que Bolla es una amenaza aún peor para él que para mí. Trata por todos los medios de predisponerlo en mi contra sin darse cuenta que si alguien a su vez predispone a Bolla en contra de Schwonder, este último será quien quede completamente destruido.

—¡Sólo le interesan los gatos! Un hombre con corazón de perro.

—¡Oh, no, no! —protestó dolidamente Filip Filipovich —usted comete un grave error, doctor. No calumnie al perro, por favor. Los gatos, es algo pasajero... Es una cuestión de disciplina, puede durar dos o tres semanas. Se lo certifico. Un mes a lo sumo, y dejará de perseguirlos.

—¿Y por qué no ahora?

—Es natural, Iván Arnoldovich ¿qué tiene de extraño? La hipófisis no está suspendida en el aire. No hay que olvidar que está injertada en un cerebro de perro: déle el tiempo de adaptarse. Actualmente ya no presenta sino muy pocos vestigios de conducta canina y compréndalo, los gatos son lo mejor de todo lo que hace. El drama es que ya no tiene corazón de perro, sino corazón de hombre. ¡Y el corazón de hombre más crápula que existe!

Bormental sintió que su exaltación llegaba al máximo. Apretó sus puños musculosos encogió los hombros y declaró resuelto:

—Basta. Lo mataré.

—¡Se lo prohíbo! —respondió categóricamente Filip Filipovich.

—Permit...

El profesor tendió el oído y alzó un dedo:

—Un instante... Me pareció oír pasos.

Los dos hombres hicieron silencio y escucharon, pero en el corredor todo estaba en calma.

—Yo había creído... —y el profesor reanudó, en alemán, su apasionado discurso. Las palabras rusas "acto criminal" fueron repetidas varias veces.

—Espere —lo interrumpió a su vez Bormental, dirigiéndose hacia la puerta.

Ahora se oía claramente el eco de pasos que se aproximaban, acompañados de gruñidos. Bormental abrió la puerta y el asombro le hizo dar un salto hacia atrás mientras el profesor permanecía clavado en su sillón.

En el rectángulo de luz del corredor apareció Daría Petrovna vestida tan sólo con un camisón transparente; tenía las mejillas encarnadas, los ojos llenos de venganza. El profesor y su asistente se sintieron deslumbrados por la generosidad de las formas del cuerpo potente que aparecía semidesnudo ante sus miradas espantadas. Daría Petrovna tenía algo entre sus manos vigorosas, algo que forcejeaba arrastrándose en el suelo, unas piernas cortas cubiertas de abundante vello negro. Ese "algo" era evidentemente Bolla, completamente atónito, apenas repuesto de su borrachera, con el pelo desgreñado y que por una prenda de vestir sólo llevaba su camisa.

Majestuosa, en su velada desnudez, Daría Petrovna sacudía a Bolla como si hubiese sido una bolsa de papas:

—¡Mire un poco, señor profesor, el estado de nuestro visitante Telegraf Telegrafovich! Yo estuve casada, pero Zina es aún una jovencita inocente. Afortunadamente me desperté...

Después de este discurso, Daría Petrovna tuvo un repentino acceso de pudor, lanzó un grito, se cubrió el pecho con las manos y huyó. Filip Filipovich pareció recobrar su buen sentido.

—Por amor de Dios, perdónenos, Daría Petrovna —le gritó ruboroso.

Bormental levantó un poco más las mangas de su camisa y caminó hacia Bolla. Filip Filipovich cruzó su mirada y sintió miedo:

—¿Qué va a hacer, doctor? Le prohíbo...

Bormental asió a Bolla por el cuello y lo sacudió con tal violencia que la tela de la camisa se rompió. Filip Filipovich se interpuso y trató de arrancar el débil cuerpo de Bolla de entre las garras del cirujano.

—¡No tiene derecho a pegarme! —gritaba Bolla, quien, medio estrangulado, se esforzaba por retomar contacto con el piso.

De pronto la lucidez le había vuelto.

—¡Doctor! —tronó Filip Filipovich.

Bormental tomó a su vez un respiro y soltó a Bolla que se largó a lloriquear.

—Muy bien —silbó Bormental—, esperemos hasta mañana. Le reservo una sorpresa cuando despierte y después que se le haya pasado del todo la borrachera.

Y tomando a Bolla bajo las axilas, lo arrastró a la sala de curaciones.

Bolla intentó una última zancadilla, pero sus piernas lo traicionaron.

Filip Filipovich se cuadró firmemente sobre sus pies, sacudiendo los faldones de su bata; elevó la mirada hacia la lámpara del techo y alzando los brazos al cielo exclamó:

—Vamos, esta vez...

* * *

La sorpresa anunciada por el doctor Bormental no tuvo lugar a la mañana siguiente por la sencilla razón que Poligraf Poligrafovich había desaparecido de la casa. Bormental se enfureció, se desesperó, se trató de burro por no haber escondido la llave de la puerta de entrada, chilló que era imperdonable y concluyó deseando que a Bolla lo aplastara un autobús. Filip Filipovich se encontraba en el consultorio, con los dedos hundidos entre sus cabellos.

—Imagino lo que va a hacer afuera... Lo imagino muy bien... De Sevilla a Granada...¡Dios mío!

—¡Tal vez ande metido nuevamente con los del comité del edificio! —exclamó de pronto Bormental, y salió del departamento como si se lo llevara el demonio.

En la sede del comité del edificio se encaró tan violentamente con Schwonder, que éste se propuso redactar una protesta dirigida al tribunal popular del barrio denunciando que su papel no era vigilar al pensionista del profesor Preobrajenski, tanto más cuanto el Poligrafovich en cuestión era un pillo quien, la víspera a la noche había retirado siete libros de la caja del comité con el pretexto de comprar manuales en la cooperativa.

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