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Una Muneca Rusa – El Lado De La Sombra

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Una Muneca Rusa – El Lado De La Sombra
Название: Una Muneca Rusa – El Lado De La Sombra
Дата добавления: 16 январь 2020
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Una Muneca Rusa – El Lado De La Sombra - читать бесплатно онлайн , автор Casares Adolfo Bioy

S?lo los grandes maestros como Bioy Casares dominan con maestr?a el arte de contar historias sencillas, propias de la peque?a odisea cotidiana del ser humano, que, no obstante, sin que el lector perciba exactamente cu?ndo ni c?mo, lo precipitan en una atm?sfera de inaprensible extra?eza o enajenaci?n, a veces inquietante, como en «Un encuentro en Rauch», a veces atroz, como en «Margarita o El poder de la farmacopea», y a veces delirante, como en «A prop?sito de un olor» o en «Bajo el agua». En estos casos, como en «Una mu?eca rusa», es lo grotesco lo que vuelca insidiosamente la realidad; y, en otros a?n, como en «Cat?n», la amarga iron?a de las contradicciones entre el arte y la pol?tica es la que nos compromete en una reflexi?n turbadora. De la risa incontenible al desasosiego, Bioy Casares nos conduce hacia ese asombroso lugar fronterizo entre lo real y lo fant?stico en el que la ficci?n, todopoderosa, nos envuelve completamente.

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– Claro que entiendo. Yo sentí lo mismo.

– Pensé que a tu lado podría olvidarme de Willie.

– ¿Willie? ¿Quién es Willie?

Casi digo: «¿Quién diablos es Willie?». Flora contestó:

– Randazzo. El gran pintor.

Las palabras «el gran pintor» me parecieron la primera tontería que le había oído. Este indicio de que no era una persona libre de errores no me llevaba a quererla menos. Al contrario, me provocaba ternura y me permitía adoptar el papel de hombre protector, siempre grato.

– ¿Así que no pudiste olvidar al tal Willie? -pregunté.

– No, no pude. Tal vez no me ayudaste demasiado… Anteayer, a la mañana, no me viste y a la tarde saliste a pescar.

– A mí la pesca me gusta…

– Es evidente. Al otro día…

– Hacía frío, nevaba. Por eso me quedé en casa.

– Está bien… Sólo te pido que trates de entender. Para dejar a Willie, yo necesitaba que me quisieras mucho.

– Te quiero mucho.

– Ya sé, pero no bastante. Por favor, no saques una conclusión falsa…

– ¿Por qué voy a sacarla?

– Porque te dije que no me animaba a seguir a Willie. No creas que es mala persona. Es violento, quizá, pero muy leal y, en el fondo, comprensivo.

Cada vez que Flora decía «Willie», yo me irritaba.

– Una bellísima persona pero con tal de no irte con él te colgaste del primer estúpido…

– No hables así… Es claro que si no te explico, no vas a entender. ¿Te acordaste de no acercarte al lago?

No sé bien por qué no quise mencionarle el perro blanco, o más bien el cordero. Contesté:

– A medias; pero antes de que me dijeras nada tuve una experiencia terrible.

Le referí el episodio del bote. Se alarmó en serio; qué diferencia con la señora Fredrich: me creyó, no salió con interpretaciones irritantes. Pensé: «Esta mujer me quiere». Como no me quedaba mucho por decir y ella pedía detalles, continué con lo que vi en el agua cuando me senté a descansar. Preocupada, Flora me recordó:

– Te dije que no te acercaras.

A lo mejor pensé que si despertaba su compasión, llegaría a quererme de nuevo. Pregunté:

– Si me vas a dejar, ¿para qué voy a cuidarme?

Dije esto como un actor, como un embaucador al que sólo importa lograr su propósito. No creí que fuera a entristecerse tanto. Cuando me miró a los ojos, los suyos, que son lindísimos, expresaron alarma y pena. Me sentí casi avergonzado. Flora dijo que me explicaría todo, porque estaba segura de que si ella me lo pedía, yo no hablaría de estas cosas. Asentí. Observó entonces:

– Es para mí una gran responsabilidad, porque no consulté a mi tío.

Estuve a punto de preguntarle qué tenía que ver el doctor Guibert en nuestro asunto, pero no me dio tiempo y empezó la explicación.

Dijo que siempre había sido ayudante de laboratorio de Guibert, salvo por un período, a fines del año último. Como la cosa más natural del mundo contó que se fue entonces a Buenos Aires, por una semana, con Randazzo, y que la semana se prolongó hasta cuatro meses. Cuando volvió temía que Guibert le reprochara la demora. No lo hizo, ni tampoco le preguntó cómo le había ido. El viejo, con la cara radiante y los brazos en alto, exclamó:

– Tengo una buena noticia. O mucho me equivoco o encontré la fuente de Juvencia.

– ¿Dónde?

Su respuesta fue asombrosa:

– En el salmón.

Como si me hubieran dado un mazazo, desde el momento en que Flora dijo que había pasado una temporada con ese hombre sentí que la cabeza me daba vueltas, y escuché a medias; cuando mencionó al salmón, reaccioné. Por suerte, porque lo que Flora dijo en seguida es importante para entender el asunto: en los salmones hay una glándula que los rejuvenece cuando están por emprender su viaje por el mar. La glándula funciona una sola vez. Funciona para que emprendan su periplo en la flor de la edad. Aclaró:

– Si en lugar de ser un salmón fuera un hombre, la glándula le devolvería la juventud de los veinte años.

Ignoro a santo de qué me puse a discutirle y sostuve que el mejor momento de la vida llegaba a los hombres después de los treinta y quizá después de los cuarenta. Como no me contestó, ensayé una pregunta:

– El salmón ya viejo ¿vuelve a morir en el río o lago natal?

– Desde luego, pero eso no viene al caso -dijo y continuó la explicación.

Injertar la glándula de un pez en organismos de otra especie trajo dificultades que fueron superadas. Flora dijo que escuchaba con atención las explicaciones de su tío y que después las comentaba con Randazzo. Tiempo atrás, Randazzo le había dicho: «La suerte de encontrarte me llegó junto con la desgracia de cumplir sesenta años». Al enterarse de las investigaciones de Guibert, le pidió a Flora que lo pusieran en la «lista de espera de conejitos de la India». Por su parte Guibert, al principio, alegó que el margen de seguridad de su procedimiento aún no permitía ensayos con personas. De todos modos, como no era mayor la ansiedad de Randazzo porque lo rejuvenecieran, que la de Guibert por intentarlo, este último se dejó convencer, aunque previno que recién implantada la glándula no produciría rejuvenecimiento; que esto llevaría algún tiempo, como en el salmón… «Si le entendí bien», habría dicho Randazzo, «el salmón no rejuvenece hasta que sale al mar.» «No, es al revés: el salmón no sale al mar hasta que rejuvenece. Emprende la gran aventura cuando siente la renovación de su juventud. Para su tranquilidad, recuerde que todo salmón sale al mar. Es decir que la glándula nunca falla.»

Contó Flora que en el laboratorio de su tío, en la misma casa donde estábamos conversando, le injertaron a Randazzo cuatro glándulas, porque el cuerpo humano es mayor que el del salmón. No hubo rechazo. Se recuperó el hombre y tan bien lo encontraron tío y sobrina que muy pronto creyeron descubrir síntomas de un incipiente rejuvenecimiento. Se presentaron, sin embargo, a los pocos días, una complicación respiratoria y una suerte de irritación en la piel. Randazzo tuvo ahogos repetidos, crecientes. Guibert le sacó una radiografía de tórax que mostró los pulmones seriamente disminuidos. A pesar de los remedios vasodilatadores, la afección se agravaba. En cuanto a la piel, lo que hubo fueron escamaciones.

A los pocos días, en una segunda radiografía, los pulmones parecieron marchitos. Flora creyó ver la aparición de otros nuevos. Esto reavivó sus esperanzas, pero Randazzo tuvo un principio de asfixia. El doctor Guibert actuó. Ante los ojos espantados de Flora y sin decir palabra, lo llevó hasta el borde del lago, le dio un empujón y, ya en el agua, lo tomó de la cabeza y lo mantuvo sumergido. Flora trató de rescatar a su amante, pero sorprendida vio que nadaba bajo el agua. Lo que ella había tomado por nuevos pulmones eran branquias. A cada rato, Randazzo emergía del agua, tapándose la nariz, y con voz apagada gritaba: «Nunca le perdonaré lo que me hizo». «Me las va a pagar.» «O me manda a Flora o lo mato.» Ella no se resignaba a dejarlo en el agua y tuvo con él una larga conversación, que lo fatigó notablemente. Cuando Flora le dijo: «Mi tío no podía saber que en lugar de pulmones tendrías branquias», Randazzo repetidamente se asomó para gritar: «Lo sabía, lo sabía. Probó con animales». Flora le preguntó si tenía frío; parece que en el primer momento, sí, pero que pronto se acostumbró. «¿Te acordás de que se me escamaba la piel? ¡Ahora tengo escamas! Te aseguro que si algún día salgo del lago, la única esperanza de tu tío es desaparecer.» «Físicamente no sufro», decía Randazzo. «Pero no veo cómo voy a resignarme a no pintar.» Esta consecuencia, que conmovía mucho a Flora, no sé por qué me daba ganas de reír. Parece que una de las causas más permanentes de la furia de Randazzo fue mi relación con Flora. Dijo que a ella no le haría nada, pero que mataría a Guibert y a mí. ¿Por qué a mí, que ni siquiera sabía de su existencia, que nunca tuve intención de perjudicarlo y que si le robé el amor de Flora, fue obedeciendo a leyes de la naturaleza, que no dependen de nuestra voluntad? Flora le hizo ver que si lo mataba a su tío, jamás podría ella reunirse con él. «El día que vengas al lago, a ése lo perdono. Te lo juro.» Se metió en el agua; cuando se asomó de nuevo, gritó: «Para el otro no hay perdón». Volvió a sumergirse; se asomó trabajosamente para gritar lo que ya habían oído: «No hay perdón». ¿Para qué negarlo? Me felicité de que el majadero estuviera donde estaba.

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